Han pasado veinte años. 1993. Mis hijos se aproximaban a la primera veintena y no conocían la plaza de toros de La Real Maestranza de Sevilla. Y a Sevilla que nos fuimos en plena Semana Santa para ver algunas procesiones, pasear por el Parque de María Luisa y asistir a una corrida de toros el Domingo de Resurrección, la de la alternativa de Manuel Díaz “El Cordobés”, personaje de elevada humanidad que decía ser hijo del de Palma del Río y que por eso se apodaba como su supuesto progenitor aunque hubiera nacido en Arganda del Rey. La alternativa se la dio Curro Romero en presencia de Juan Antonio Ruiz “Espartaco” y el doctorado llevaba un vestido de torear verde con el emblema de La Legión bordado en la espalda de la chaquetilla no sé si porque por entonces su apoderado era el llamado “comandante Dorado” o porque el ánimo del neófito estaba presidido por el espíritu de los legionarios, los novios de la muerte. No recuerdo el resultado del festejo, sólo que mis hijos se lo pasaron muy bien y que a mi esposa le robaron la cartera junto a La Giralda durante una de las procesiones y a manos de unas jóvenes acompañadas de una abuela, todas ellas residentes en el poblado de “Pies Negros” de las cercanías de Madrid.

Este año, por mi cumpleaños, a mis hijos se les ocurrió obsequiarme con las entradas para la corrida del pasado día 29 de septiembre en la que en la Maestranza actuaban Morante de la Puebla, Julián López “El Juli” y Alejandro Talavante y los billetes del tren correspondientes para que se nos hicieran  cortos los más de 800 quilómetros que hay desde el Ebro al Guadalquivir. Y, una vez instalado cerca de La Giralda, gracias a los buenos oficios de mi admirado “Barquerito” y tras un café en la calle de Mateo Gago, pude acomodarme en la plaza de toros en lo que, eufemísticamente, llaman tendido alto a lo que en realidad es la grada cubierta del resto de las plazas de España, en esta ocasión prudente decisión dada la amenaza de lluvia que predicaban los meteorólogos de las televisiones de España. Acceso complicado, vecino de localidad de amplia humanidad, pulserita en la muñeca derecha y consumo continuado de un paquete de pipas y, ante mis ojos, la columnita correspondiente que te obliga al ejercicio habitual de los espectadores de tenis con algún quiebro de cintura necesario cuando el toro te queda a un lado y el torero al otro. El caso es que yo iba a Sevilla con la intención de, a mi regreso, contar a los amigos las  excelencias de lo ocurrido sobre el cuidado albero de la Maestranza con sus bien pintadas rayas de color grana que marcan con más armonía  los límites que las de blanquísima cal. Don Juan Pedro me estropeó el pasodoble y solo los toros que le correspondieron a Talavante, el sobrero tercero y el sexto, tuvieron algún contenido a la hora de embestir a las muletas toreras. Para Morante, los toros gaseosos, el primero evaporado  en el primer puyazo de larga distancia y mayor tardanza y el cuarto sin más que la muestra de que la tauromaquia del de la Puebla es extensa y no se limita a la creación artística deslumbrante. A mí me gusta el toreo sobre las piernas y de pitón a pitón y tengo constancia de que a Morante le interesan tanto Rafael el Gallo como Domingo Ortega. Un amigo, a la salida, me pidió mi opinión sobre Antonio Ordóñez y hube de aclararle que no creo que  haya existido nunca el torero perfecto. No soy mitómano, pero me gustaron los pases de pitón a pitón del poblense. Por sabido, no digo nada de sus lances a la verónica o el pellizco de la media en  el sexto toro.

El caso es que me sorprendieron algunas cosas del que yo consideraba mejor público taurino de España. Hoy no pienso lo mismo por un par de detalles: le pegaron una gran ovación a un picador que puso el primer puyazo en los riñones del toro y un amplio sector responde a los momentos más felices con un contundente ¡bien! más propio de un sesudo tribunal de catedráticos que de unos buenos aficionados taurinos. Me inclino por el castizo y temperamental ¡olé! que resuena en el corazón cuando tus ojos han captado el aroma del arte. El aroma, ya lo sé, se huele, pero el sentimiento llega hasta lo más profundo a través de todos los sentidos. ¡Bien!

Me había citado con Manolo (Lolo) Vázquez, el hijo de Pepe Luis y padre de otro Pepe Luis que espero no necesite pronto de su apellido, en el monumento a Curro Romero, mirando a la plaza, a la derecha y rodeado de una cuidada jardinería. Estos Vázquez son así. Me podía haber citado en la estatua de su padre o en la de su tío Manolo si no quería ponerme al lado del caballo de bronce y cola recogida de doña Mercedes de Orleáns, garbosa amazona y perpetua clienta del palco regio maestrante, pero se está más recogido e íntimo junto al buen andar del de Camas. Lolo me llevó hasta un bar de las cercanías que me dijeron que es de Herrera Carlos y me presentó a unos amigos que tenían buenas ganas de diálogos taurinos. Lolo, como su padre, es la prudencia personificada. Yo me dejaba ir y opinaba. ¿Qué le parecía a usted Antonio Bienvenida? Era la naturalidad personificada y esa forma de hacer el toreo no arrebata a las masas. Don Antonio fue el torero de Madrid y de la mala suerte. Le cogía un toro y le daba la cornada y fue a morir de una voltereta que le propinó una utrera en su regreso al campo. Todo lo contrario que su hermano Pepe, que no sufrió una sola cornada en su carrera aunque muriera en la enfermería de la plaza de toros de Lima. Caprichos del destino. Una maravilla de conversación a la orilla de la bellísima e impar Real Maestranza de Sevilla. Ahora ya no puedo esperar veinte años para una nueva visita a la ciudad del Betis. Con los nuevos trenes está todo resuelto. Lo que sucede es que tantos visitantes foráneos diluyen el buen sentido de los excelentes aficionados de la tierra. Es lo que dicen los propios sevillanos. Cuando vuelva a Sevilla tengo que encontrarme con “Tito de San Bernardo”, excelente torero y tan prudente como su paisano de capital y barrio. Y recordaríamos a Pepe Arjona, fotógrafo sin motor, el mejor, a Jesús Rodríguez, “Chato de Ronda”, admirador e imitador del anterior, al suegro de Tito, “El Aguardentero”, su cuñado Manolo Luque y a toda la familia, incluidas las trianeras María y Lupe y mi compadre Fernando, de Cabra, la gracia hecha bancario, no banquero, que tienen más dinero pero menos sabor. Y nos tomaríamos unas cuantas medias “chicuelinas cameras” en loor de uno de los toreros más completos de esta mi pequeña historia, Paco Camino, porque tengo que aclarar que yo no he sido de un torero solo como aquellos que cuando se retiró Ordóñez afirmaron que no volverían a una plaza de toros. Yo quiero volver a todas las plazas en las que he visto toros. Volvería hasta la plaza de “El Toreo” que ya no existe y en la que vi despegar su gran vuelo a Manuel Benítez “El Cordobés” en 1964. Cincuenta años al año que viene. La historia interminable, mi memoria, esa con la que trato de mantener vivos a mis amigos. ¡Va por ellos!  

     

 

Artículo de Benjamin Bentura Remacha
Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85