Primero mi agradecimiento a ABC porque es uno de los pocos diarios españoles que mantienen la información taurina. No llegan a lo que prodigaban en tiempos pasados, frecuentes portadas gráficas dedicadas a las  noticias del toreo, pero satisfacen mi curiosidad en las páginas interiores con el relato de lo que sucede por los ruedos de España y parte del extranjero. Y hasta algunos de sus colaboradores toman el tema por los pelos y completan con buena literatura su visión de lo acontecido. Los aficionados, que son mucho más templados que los hinchas futbolísticos, asimilan con paciencia lo que se les dicen aunque no estén de acuerdo con el autor. Yo, por ejemplo, no estoy de acuerdo con Salvador Sostres y trato de analizar con mesura lo que comentaba el otro día, ilustrando su texto con una foto de José Tomás de su reciente y triunfal actuación en Alicante. Las contadas y meditadas actuaciones del torero de Galapagar tienen como objetivo la apoteosis final y en ello se empeñan incluso los asistentes, que, en su mayoría, son creyentes tomistas. Sostres confiesa que no entiende de toros, que  ni es aficionado ni los toros son su espectáculo. “Pero-aclara-sí entiendo de libertades, y es aberrante que un catalán como yo tenga que exiliarse a Alicante para ver a José Tomás”. Comprendo que  el estudiante de música no inicie sus estudios interpretando la “Quinta Sinfonía” y que para conocer el toreo también hay que empezar por abajo. Alicante es un buen destino viajero, pero para ver toros también se puede ir a Madrid, Bilbao o Zaragoza y no estaría nada mal que Tomás acudiera a esas plazas con compañeros y toros de variadas especies y procedencias. “El Mesías” tiene que prodigarse en sus milagros porque la fiesta española los necesita. En la foto, el torero ejecuta un remate de recortada media verónica perfecta. El vestido, que parece color tabaco, muy bordado en oro, torerísimo, y sólo un detalle que anula parte de tanta belleza: los cuernos del toro. Esta puede ser una de las razones de esos exilios taurinos de los fans de José Tomás. En el pie de la foto, que seguro no escribió Sostres, dice que Tomás está toreando con la muleta. Creo que la ignorancia no puede llegar a tanto. Pura equivocación.

Antonio Burgos, otro de los privilegiados que firman en las páginas de ABC se desmelena contra Enrique Ponce porque en su actuación en solitario en la plaza francesa de Istres toreó sus dos últimos toros de esmoquin. Califica el hecho de mamarrachada o charlotada, que el de Chiva le recordó al “metre” del hotel Wellingtón y que el también valenciano Rafael Dutrús “Llapisera” era mucho más elegante porque salía a los ruedos vestido de frac y tocado con un sombrero de copa de no sé cuántos reflejos. Cita a Antonio Ordóñez como creador de las corridas goyescas de Ronda,  aunque la primera goyesca tuvo lugar en 1927 en Zaragoza y el mismo Rafael “El Gallo” se enfadó porque le parecía que iba “de mamarracho” y, antes, en Madrid, en los años 10 del siglo pasado, en los festivales gremiales los participantes copiaban el vestido que lucía “Pepe-Hillo” en el retrato que le hizo don Francisco. Fue Zuloaga el que marcó la moda goyesca en el centenario de la muerte del genio torero de Fuendetodos. Cita también el señor Burgos las corridas picassianas de Málaga y las pinzonianas de Palos de la Frontera y aun podía recordar las valencianas, las baturras, las de soldados de Aviación (Aparicio, Litri) o las que se prodigan a lo largo de la geografía taurina de las Américas. Dice EL PUEBLO: “El hábito no hace al monje”. Y hay varias versiones del traje corto andaluz, nada que ver con  el que vistió Manolete la noche del Lhardy. Recuerde también el escritor sevillano que al propio “Monstruo” cordobés le afeaban la ejecución de la manoletina que era invención del citado “Llapisera”, como la chicuelina proviene del lance del capirote que retrató don  Francisco en la interpretación del Licenciado de Falces. A Domingo Ortega yo le vi torear en un festival de traje de calle, ¿el de Villalta?, y Castella lo ha hecho alguna vez en América. Los dos toreros que desterraron el uso del uniforme torero en su vida privada fueron don Luis Mazzantini, gobernador civil de Guadalajara, y don Juan Belmonte, que se hizo un abrigo con trabilla en la espalda y que, de madrugada, se lo fue a enseñar a su médico

 Sé que el señor Burgos es “romerista”. ¿O más bien “currista?  Y no recuerdo que Curro Romero haya ejecutado en alguna ocasión una manoletina o una chicuelina. El natural, el redondo, remates y muletazos de castigo, le  verónica y la media. ¿Torero corto? Sí y de una calidad exquisita. Bien vestido de luces y de corto, sin vueltas en los bajos de la calzona y sombrero jerezano. Una maravilla. Pero el que sea o quiera ser buen aficionado tiene que ser también partidario de los toreros largos aunque se enfunden  en un traje de etiqueta y les acompañe una orquesta sinfónica.

Y aquí cabe todo. No hay liturgia escrita, señor Burgos. ¿Sabe usted por qué Curro Romero no daba manoletinas ni chicuelinas? Porque en el pase y en el lance se pierde la vista del pitón del toro. Algo de lo que sucede también en la estocada y en la que Curro usaba la llamada “ a paso de banderillas”. Enrique Ponce es un torero técnico, elegante y larguísimo. Tan largo que ya se acerca a la cifra asombrosa de 5 mil toros estoqueados. Dicen unos que también los mataron Pedro Romero, difícil comprobarlo, y Lagartijo, sin apoteosis final tras una sinfonía inspiradísima. Lo del esmoquin estaba anunciado en los carteles y no rompió la armonía de una tarde solitaria y gloriosa.   

 

 

 
Artículo de Benjamin Bentura Remacha
Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85