Y ante primero de la tarde, de El Pinar, Juan Francisco Hinojosa, vestido de verde y pasamanería dorada, inició el trasteo con un ajustadísimo cambiado por la espalda, y siguió toreando por derechazos, aunque no tardó en rajarse el bicho, por lo que hinojosa debió robarle los muletazos en los adentros. Cabe destacar el gran par de banderillas colocado de dentro hacia afuera por El Bille, quien saludó desde el tercio una sonora ovación.

 

 

 

Con su segundo, de El Pinar, Juan Francisco quitó por gaoneras con lucimiento, y ya con la flámula, de ha poco le fue tomando el puso a un toro que embestía con buen son por el pitón derecho. Precisamente por ese lado, Hinojosa desgranó muletazos de gran trazo. Sin embargo, al citar por el otro pitón, el astado se lo echó a los lomos sin consecuencias graves, tras lo cual,  Juan Francisco de nuevo dibujó derechazos quebrando la cintura y relajando la figura, y finalizó adornándose por manoletinas. Pinchó y perdió algún bien merecido trofeo.

 

 

 

 

 

 

 

Ante el quinto y último de la tarde, toro castaño y acapachado, obsequiado por la empresa, Hinojosa tuvo pocas opciones, pues no cumplió en el caballo y careció de fijeza en la muleta.

 

Por su parte, Martín Campuzano, quien vistió de blanco y pasamanería negra, debió resolver una difícil papeleta ante su primero, un astado de El Pinar de embestida incierta. Martín estuvo lucido con el percal, y voluntarioso con la muleta, pese a que el bicho se devolvía por ambos pitones al tomar el engaño. De hecho, no tardó en llegar la voltereta, cayendo Campuzano de mala manera. No obstante, volvió a la cara del toro, lo macheteó y lo despachó saludando una ovación.

 

 

Con su segundo, de Triana, Martín rubricó una actuación marcada por la firmeza. El astado no era una perita en dulce, sino más bien de aquellos que se dice, piden el carnet  a su lidiador. Y allí estuvo Campuzano para pisar los terrenos idóneos y para otorgarle las justas distancias. El cornúpeta acudía con genio a los cites de Campuzano, quien no se amilanó y terminó por hacerse con la embestida y trazar muletazos meritorios por ambos pitones. Al final, tras las ceñidísimas y emocionantes manoletinas, Martín dejó una gran estocada que le valió una oreja, que bien pudieron haber sido las dos, de no haber  errado con la toledana en los primeros viajes.

 

 

 

 

Desde Quito (Ecuador), crónica de  Fabricio Guerra

Fotografías: Iván Reyes