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Ésta no la dejo pasar. Muchas veces he dicho que es mejor que se acabe, que los antitaurinos se salgan con la suya y que no se de una corrida más. La razón ha sido el desencanto, la frustración y el enojo de saberme birlado. Las causas son las de siempre: la trampa, el engaño y el fraude que tan sistemática e impúdicamente nos aplican toreros, ganaderos y empresarios. La mediocridad a ultranza de la fiesta de toros mexicana. La de este país –en la mayoría de las casos- es una parodia de lo que en verdad es una tarde de toros.

De la que les voy a contar, conocí el encierro vía internet, por lo que me acerqué a la plaza con la misma desconfianza que uno siente cuando ve aproximarse a una patrulla de la policía. Es que lo del retoque se antoja prodigioso, “fotoshop” taurino para conseguir trapío básico, entonces, resulta que en las fotos son unos pavos y en la realidad, unas sardinas. Pero, la tarde del quince de septiembre -la de la encerrona de Sergio Flores- no fue así. Todavía, en el callejón bajo el campanario del convento de San Francisco en Tlaxcala, a pesar de mi fe en el torero de Apizaco, el saber que era un solo matador para lidiar seis cornúpetas me hacía preguntarme si la había yo giñado.

El clarín llamó a toriles. Abrieron la puerta y ¡oh!, ¡sorpresa!, ovación para recibir a “Recuerdo” el toro de la ganadería de don José Julián Llaguno, un morlaco que sin ser muy pesado, era un tío con toda la barba. En su morrillo astracanado, pitones y  comportamiento, se le notaba la edad. Sergio Flores largó trapo a verónicas arrimándose. Vamos a ver Toñito –me dije para los adentros-  acto seguido, al de los cuernos le darán caballo hasta matarlo. No fue así. Sergio Flores, cuidando la lidia, mandó que se picara lo justo y con ello dejó en claro de qué iba la tarde: El agasajo sería para los concurrentes al tendido, no lo que se acostumbra, es decir, que las fichas estén a favor del coleta que se encierra.

El segundo merengue, “Capitán”,  fue de San José, chico de estampa, no obstante, con sus actitudes señalaba que era un adulto. La certeza de que Sergio Flores y su apoderado Roberto Viezcas piensan con asertividad y de que quieren romper a bueno en una fiesta podrida, se dio cuando apareció el toro de Xajay. “Fundador” un negro mulato, con unos pitones para atemperar entusiasmos y el cuajo de un acorazado. El joven diestro salió decidido a zumbárselo. Nada de trampas, cada quien en su sitio. Luego, “Clavillero” de Barralva fue un “atanasio” largo como un día sin comer y “Corregidor” de Los Encinos no acabó de entregarse, no obstante, a esas horas, todos nuestros resortes emocionales se habían destrabado con el riesgo de romperse por llevar años anquilosados.

A pesar de que no salió un barbas bueno, por dónde se vea, la tarde fue un encanto. Primaba el buen trato dado a los aficionados. Sergio Flores junto con su administración, habían pensado en todo. Escogieron los toros, ¡sí!, pero no con miras al triunfo fácil y estafador, sino al contrario, con el objetivo de ponerse un examen a nivel doctor en tauromaquia, mismo que aprobó con diez y mención especial. Presencia y edad en todo el encierro. A algunos toros los puso a distancia para que se arrancaran al caballo, gracias a ello hubo celebración en las gradas, en otro, se animó a banderillear invitando a los sobresalientes Rogelio Sánchez y a Montoyita. Sergio estuvo variado en quites y dogmático con la muleta, muy torero. En uno de los turnos, el protagonista, más valiente que un tejón, recibió a portagayola. Además, mató bovinos de tres encastes: del Saltillo, Atanasio y Parladé. Por otra parte, el único tlaxcalteca en la arena fue el mismo y con la Feria de Todos los Santos acercándose, ¿saben qué?, no es por nada, pero “ahí queda eso”.

Cuando apareció el sexto, “Libertador” de la Joya, el que esto firma ya había renovado todos sus votos taurinos. Ante la contundente demostración de profesionalismo, técnica, autenticidad, valor, y honradez, o sea, de vergüenza torera, sólo cabía una petición:¡que la fiesta de toros no se acabe nunca!.

Al final, no hubo un triunfo apoteósico, a Sergio Flores se lo llevaron a hombros, cortó dos orejas muy pesadas por su merecimiento, pero eso no fue lo importante. La encerrona, por la torería demostrada, fue un triunfo rotundo para el joven gran maestro. Lidió con técnica, estuvo artista, y convenció por unanimidad. Lo más destacado fue que, en un ambiente de marrulleros y aprovechados, puso el ejemplo comportándose con la categoría de un hombre decente.

 

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José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México