Seguro que si hubiera vivido a la par que Leonardo da Vinci – allá por el 1500– Luis Francisco Esplá habría sido torero, si el toreo ya figurara en regla. Es un humanista vestido de luces. Si en el Renacimiento retornaron las maneras o formas clásicas con nuevo impulso, Esplá trae al Toreo la esencia tradicional con acento y espíritu renovador. Un clásico contemporáneo. No es una paradoja heraclitana. Sino una perfecta armonización de contrarios. Sin duda es un torero largo, enciclopédico que se sabe la historia del Arte y
El torero de Alicante –con toda su carga ancestral mediterránea– es ecléctico por filosofía y obra. Basta con echarle un vistazo rápido a su forma de vestir de toreo con reminiscencias añejas y algún que otro toque actual. También sus gestos, ritual y forma de andar en
Luis Francisco Esplá, a través de su tauromaquia explica en román paladino que el toreo no puede ignorar su hilo conductor. En su espíritu y mente caben todos lo movimientos y tendencias artísticas: desde lo clásico a lo romántico; del naturalismo a las vanguardias. Pasando desde la fiebre expresionista a las vaporosas atmósfera de Turner, por señalar un ejemplo. En fin: un espacio abierto donde se funde la tradición y
Una feria de Abril de Sevilla, el que escribe tiene la adorada ocasión de hablar un buen rato con el torero alicantino en el ambiente taurino y proverbial del Hotel Colón. Quedo fascinado por la lección de urgencia del torero sobre el Quattrocento Italiano, para desembocar luego, sin solución de continuidad en las elucubraciones de los caminos del arte desde la serenidad al grito desgarrador del genio creador.
Esplá, en síntesis, es un hombre luminoso al que nunca cegaron –ni ciegan– el brillo de los caireles. Sencillo y bienaventurado como todos los genios. Son los mediocres los que van partiendo los vientos.
Después de aquella inolvidable charla sevillana con la primavera vestida ya de albero y bordada de hilos de azahar, veo al torero desaparecer entre la turbamulta del hall del hotel, camino del retiro de su habitación donde espera la soledad y un traje bordado en oro. Luego va camino de la Maestranza para expresar ante dos toros el misterio del arte y de camino si es posible salir por el Arco del Triunfo –la Puerta del Príncipe– lo mismo que Trajano, aquel emperador de Sevilla que tenía cara y facha de lidiador.
Con las corrientes impresionistas del Guadalquivir al fondo; un cielo velazqueño y la estatua expresionista de Juan Belmonte en Triana. Luego el oro de las luces bordando la noche… Y rayando el aire vuelan ya los recuerdos hasta que el primer gallo avise el alba y el nuevo día se vuelva a vestir de torero esperando a porta gayola la furia y vértigo del tiempo.