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Informa desde Colombia. Nestor A. Giraldo

Mucho se ha hablado y se seguirá hablando del receso obligado que sufrió la primera plaza de toros del país, LA SANTAMARIA de Bogotá; se hablará del antes (82 años) en el momento de su cierre y el después en el momento de su nueva apertura en enero del año 2017 con 5 años de veda por culpa del autoritarismo, la dictadura ignominiosa de un personaje nefasto que condujo los destinos de Bogotá por caminos tortuosos sin conseguir objetivos que favorecieran a sus habitantes.

Pero bien, que ese pasado quede no más para el anecdotario y la historia. Hay que corregir indefectiblemente, errores que no sería justo volver a cometer, cayendo nuevamente en ellos.

Son varios ítems los que hay que enumerar comenzando por la imperiosa  necesidad de ponérsele coto por parte de las empresas a las exigencias de los apoderados de toreros llamados “figuras” que sin ningún recato quieren imponer su voluntad, pensando no más en su beneficio sin tener en cuenta el esfuerzo que hace el aficionado para poder asistir a una corrida de toros; situación que no sucede en otros países americanos.

Ese cuento de exigir ganaderías, alternantes, fechas, dinero y ahora la nueva modalidad con los servicios de internet, escoger los toros en fotografías sin aceptar sorteo, se tiene que acabar. Es verdaderamente un atentado y falta de respeto no solo a la misma fiesta sino también al aficionado que compra un boleto costoso para ir a ver un remedo de lo que ciertamente es una corrida.

Justamente a través de internet se pueden ver festejos en España en los que se observa como allá si “tragan” kilos y leña pero aquí vienen en plan vacacional con todas las comodidades de un toro chico sin cara (con excepciones) y un billete gordo en sus arcas.

El tema ganadero no es menos importante. Se necesita la pulcritud, el celo, el criterio prístino y la honestidad manifiesta de los ganaderos para vender sus productos con la edad y el trapío requeridos. No se puede seguir permitiendo que salten a los alberos colombianos, ejemplares con apariencia, sin reunir las características de un autentico toro de lidia.

Los correctivos necesarios están en manos de los protagonistas de la fiesta que deben acometer el análisis pertinente para solucionar y darle un tratamiento debido, comedido y justo a cada una de las anomalías descritas.