Dentro de nuestras razas autóctonas, hay una que destaca por encima de todas por su belleza y esa es el toro de lidia.

 

Cuando un toro aparece en la puerta de toriles y sale a la plaza con esa gallardía, con el trapío del que se sabe dueño de la belleza y poseedor de haber nacido para el luto, del oscuro vibrar de una sombra bajo el sol en tardes de corrida y para el dolor de verle morir después de una tarde de gloria y de haber demostrado en la plaza de lo que es capaz de dar, luego de haberse entregado en el ruedo, habiendo desarrollado el arte de bordar el viento.

 

En ese camino de flores y espinas, de días de gloria y tardes de fracaso, el toro enaltece su figura haciendo de su sacrificio un momento sublime de la verdad, respondiendo con bravura, casta y nobleza hasta el último aliento en pos de ese triunfo conjunto con el de sus oponente, ese ser que es capaz de saber que encierra en cada mirada un toro, entregándose en ese momento sublime de la verdad, después de que el alma sienta en su más hondo vibrar la fuerza del valor.

 

Ambos han sido capaces en un rito litúrgico con la fuerza del alma de desarrollar un arte inigualable, genuino y sincero, dentro de la vida del diestro, que es capaz de inmolarse en el mismo dentro de la gran verdad que es el dialogo secreto e inaccesible del hombre frente al toro en esa soledad cósmica del Universo.

El toro de lidia es una raza rústica de excelente adaptación al medio en que se encuentra, donde permanece en contacto con la naturaleza que le da esa fuerza en esa tierra que le irá forjando su espíritu y que le hará ser parte de una Fiesta sin par.

 

Animal de marcado carácter pacífico en su hábitat y que se transforma en fiero cuando tiene que dar todo de sí, animal que embiste en pos de una gloria cuando salta al ruedo en ese momento de verdad sin límites en que se enfrenta al hombre, saliendo de sus entrañas ese galopar de belleza única y ese entregarse en las telas del diestro con las que éste tratará de burlar a la muerte y hacer arte de algo tan bello, y ser deleite para miles de personas que aunque no comprendan el rito que allí se realiza, si ven que algo diferente sucede en ese ruedo, donde la verdad predomina sobre cualquier veleidad, la vida y la muerte en juego en pos de la gloria.