Retrato de Don Rafael Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba

por Vicente Urrabieta

Historia de su casa natal

En la Córdoba de principios del siglo XIX, la actual “calle de Sánchez de Feria”, era popularmente conocida como “calle de los Guzmanes”, aunque su verdadero, real y oficial nombre, en aquel entonces, era el de “calle de la Trinidad”, al menos así figuraba en el callejero de 1811. Después, hacia 1851, su nombre oficial pasó a ser el de “calle de las Campanas” porque, como en otros muchos lugares, esa suele ser la denominación que se le otorga a la calle que discurre al pie de un campanario, y la calle en cuestión arranca justo bajo el campanario de la iglesia de la Trinidad y va a desembocar al barrio de la judería, concretamente a la calle que, entonces, se llamaba de “Pescadores” y hoy día recibe el nombre de “Fernández Ruano”.

Vista de la calle Sánchez de Feria. A la izquierda, foto de principios del siglo XX, a la derecha, de finales del mismo siglo.

El nombre de Sánchez de Feria es, por tanto, moderno y se lo otorgó el ayuntamiento como reconocimiento de que allí, en la casa que antiguamente era la número dos y hoy es la número seis, vivió sus últimos años de vida el médico e historiador cordobés Bartolomé Sánchez de Feria y Morales (1).

Pero no sólo “de los Guzmanes”, “de la Trinidad”, “de las Campanas” y “de Sánchez de Feria” han sido los nombres de esta calle. En tiempos anteriores fue conocida como la “de los Hoces”, nombre de la familia a la que corresponde el escudo nobiliario que luce en su portada la mencionada casa, actual número seis que, antiguamente, fue la número dos. Es de suponer que la familia de los Hoces fue la primitiva dueña de dicho inmueble. Hoy en día, desde el año 1969, es propiedad del Ayuntamiento cordobés, y allí está actualmente ubicado el Archivo Municipal de Córdoba.

Pero continuando con los nombres que ha tenido la actual calle de Sánchez de Feria, con anterioridad a ser conocida como “de los Hoces”, también fue conocida como “de los Aguilarejos” y aún antes “de la Marquesa de los Trujillos”. Porque en esa época el nombre de “los Hoces” se le daba a la placita que existe a la mediación de la calle, que actualmente se denomina “Plaza del Profesor López Neyra”. En definitiva, todos esos nombres ha tenido esta vía pública, y todos corresponden, sin duda, a personajes que habitaron es esta antigua y tradicional calle cordobesa.

La ya mencionada casa que era la número dos, al menos desde mediados del siglo XVIII, y que actualmente es la número seis, es una edificación de enorme interés histórico y arquitectónico, que era popularmente conocida como el palacio de los Guzmanes a pesar de que sus primitivos habitantes hubiese sido la familia de los Hoces.

Es una edificación típicamente cordobesa que estaba construida originariamente sobre un solar con más de 2.000 m2 de superficie. De su fachada, salvo la portada de piedra con alfiz enmarcado, no queda en la actualidad rastro alguno, pues los demás elementos destacables de la primitiva construcción, han desaparecido. Se sabe que padeció bastantes reformas tanto internas como externas, algunas poco afortunadas, de las describió en 1877 Teodomiro Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba , que las califica de arquitectura “mutilada” (2).

 

Fotografías de la fachada de la casa nº 6 (antigua nº 2) de la calle de Sánchez de Feria, conocida como palacio de los Guzmanes, hoy día Archivo Municipal de Córdoba. La foto de la izquierda, tomada durante la restauración y rehabilitación después de ser comprada por el Ayuntamiento (observarse que, en las ventanas superiores, no existen ni rejas ni alfeizares, ni zócalos en la parte baja de los muros). La foto de la derecha, estado actual.

Interiormente la distribución es la típica de las casas solariegas más típicas de la ciudad, disponiendo todas las habitaciones en torno a dos patios que son de los más antiguos de Córdoba, con algunos arriates o zonas ajardinadas y fuente ornamental. En el segundo patio es destacable el artesonado o alfarje policromado del porche, donde hay tres ventanas dobles con columna central o ajimeces, que corresponde todo a finales del siglo XV. También es digna de reseñar una bella escalera de hermoso pasamanos, y la bonita cúpula que remata el hueco de la misma, datado todo a principios del siglo XVII.

Y aun no es visible todo el esplendor de esta bella edificación, porque en recientes obras de restauración ha aparecido una portada mudéjar, que estaba tapiada, y otros elementos que han puesto en evidencia que esta singular casa fue construida entre los últimos años del siglo XIII y primeros del XIV, de cuyos primitivos elementos apenas quedan vestigios.

 

Interior del Archivo Municipal de Córdoba. A la izquierda patio con arriates y fuente central, al fondo el porche donde se ve un de los ajimeces.

A la izquierda, restauración del mismo patio en el que se puede ver el artesonado o alfarje y la portada mudéjar recién descubierta.

Nacimiento y juventud

En esta casa número dos de la calle popularmente conocida como de los Guzmanes, nació un varón el 1 de abril de 1802 a las 4 de la madrugada –aunque algún biógrafo, erróneamente, fija la fecha su nacimiento el 16 de noviembre de 1803–, al que pusieron por nombre Rafael. Era el primogénito de Don Enrique Pérez de Guzmán y Pérez de Guzmán, y Doña Dolores Fernández de Córdoba y Aguilar, que ostentaban el título de Condes de Villamanrique del Tajo, pequeño pueblo del sur de la provincia de Madrid, a orillas de dicho río.

Es evidente que el nombre popular de “calle de los Guzmanes” provenía porque la más notable casa de dicha calle era la número dos, conocida como palacio de los Guzmanes que, desde muchos años atrás, había estado habitada por la familia Pérez de Guzmán, descendientes cordobeses del legendario Alonso Pérez de Guzmán, quien en 1294 defendió la plaza de Tarifa a costa de la vida de su propio hijo, siendo conocido, a partir de aquella gesta, con el sobrenombre de El Bueno.

 

Óleo de Salvador Martínez Cubells. Momento en que Guzmán El Bueno, en presencia de su esposa Doña María Coronel, lanza desde el adarve de Tarifa un puñal para que con él maten a su hijo Pedro Alfonso, que el traidor Infante don Juan y sus aliados musulmanes habían tomado como rehén, exigiendo la rendición de Tarifa a cambio de su vida.

Esa misma mansión fue la habitó el Dr. Sánchez de Feria desde 1767 hasta su muerte, ocurrida en 1783. Pero después de esos quince años de paréntesis, Don Enrique

Pérez de Guzmán volvió a ocupar la que había sido la morada tradicional de los Guzmanes cordobeses, y allí nacieron sus dos hijos, el primogénito Rafael, ya mencionado, y el más pequeño llamado Domingo.

El ambiente taurino de la Córdoba de aquellos primeros años del siglo XIX se centraba, todavía, en las tradicionales fiestas de toro y juegos de correr cañas, y como todos esos espectáculos giraban en torno a las clases más pudientes y a la nobleza, Don Enrique Pérez de Guzmán destacaba como un reconocido jinete en las labores de acoso y derribo de reses bravas.

 

Dos estampas de caballeros alanceando toros, espectáculo que, hasta mediados del siglo XVIII, era el centro neurálgico de la tauromaquia. A la izquierda una representación de principios del siglo XVIII, y a la derecha otra del siglo XIX, donde ya está presentes los auxiliadores con capas y muletillas.

Sin embargo, en aquellos años inmediatos a 1800 en Córdoba, el toreo a pie era incipiente, aunque con clara tendencia al crecimiento. Pero la realidad es que la escuela cordobesa, que después alcanzó cotas tan altas como la sevillana, y superó a todas las demás, apenas estaba empezando a despegar. Tan solo había contado con dos familias de precursores de reducida fama local: Manuel Pedro Barrios de mediados del siglo XVIII, y Antonio y Rafael Bejarano de finales del mismo siglo, si bien éste último adquirió cierta fama, como nos narra Ramírez de Arellano en su libro de Paseos por Córdoba, con las siguientes palabras: “Rafael Bejarano llegó a alcanzar gran fama, tanto que sus amigos le cantaban después de sus triunfos alcanzados en las plazas de Granada y Almadén, con “Costillares”, la siguiente redondilla…”

“Arrogante “Costillares”

anda y vete al Almadén

para ver matar bien toros

al famoso cordobés”

Pero lo cierto es que en aquellos momentos, o sea a principios del XIX, apenas si empezaba a destacar el que de verdad se considera el primer matador de toros cordobés, que fue Francisco González Díaz “Panchón”.

Pues fue en aquella Córdoba de inicios del siglo XIX, en la que los dos hermanos Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba, además de recibir una correcta educación, propia de su estirpe, conocieron los juegos de correr cañas y fiestas taurinas en la plaza de la Corredera, amén de las que organizaba en su propio palacio el llamado Vizconde de Miranda, donde los dos hermanos Pérez de Guzmán, tanto Rafael como Domingo, tuvieron la oportunidad de demostrar sus habilidades camperas y de torear a pie, actividades en torno a las fiestas de toros que en el caso Domingo, el menor de los hermanos, no pasó de ser un divertimento, pero para Rafael se convirtió en una afición desmedida que, a la postre, sería crucial en su vida.

 

Fachada y portada, únicos elementos que subsisten de la que fue casa-palacio del Vizconde de la Villa de Sancho-Miranda, conocido en Córdoba como Vizconde de Miranda, situada en la plaza del mismo nombre, muy cerca de la Basílica Menor de San Pedro.

Vocación castrense pero corta vida militar

Cuando cumplió los 13 años de edad, siguiendo la tradición familiar, Rafael Pérez de Guzmán marchó a Madrid como estudiante-aspirante a entrar en el Cuerpo de Guardias de Corp del Palacio Real, y allí desempeñó su primer destino que era compartido por los jóvenes varones de las más distinguidas casas nobiliarias.

Sin embargo, bien pronto él solicitó pasar al ejército regular, lo que conllevaba abandonar el Palacio Real y, lo más probable, la vida en la villa y corte madrileña. Como efectivamente ocurrió, porque su primer destino fue de oficial de caballería en el Regimiento del Príncipe, cuyo cuartel estaba en Sevilla. Es muy posible que el destino a tal cuerpo militar y acuartelamiento, estuviera influido por su condición de extraordinario jinete y su naturaleza andaluza.

En Sevilla, reavivó su afición taurina, ya que el ambiente lo favorecía y no en lo que respecta a los lances, casi caballerescos de la nobleza, si no que allí Rafael entró en contacto con el mundo del folklore, del flamenco, de la farándula y de la torería, con alguna que otra correría nocturna en la que se incluían lances amorosos y de galantería, en los que, según parece, también era diestro. Y, por supuesto, tampoco desdeñó, en ningún momento, participar en fiestas camperas en las que empezó a degustar del toreo a pie, que le fue causando cada vez mayor impacto y atracción.

Por mediación del ya mencionado Vizconde de la Villa de Sancho-Miranda, entró en contacto con Don Fernando de Espinosa y Fernández de Córdoba, conocido en toda Sevilla como el Conde del Águila ya que, efectivamente, era el cuarto miembro de su familia en poseer dicho título. Este noble sevillano, que era pariente de Don Rafael Pérez de Guzmán por línea materna, destinaba su tiempo y sus buenas rentas a fomentar la afición taurina de cuantos incipientes torerillos trataban de abrirse camino en la novedosa profesión del toreo a pie.

No obstante, pese a la enorme y creciente afición, y a la facilidad con la que se integró en el ambiente taurino de la ciudad del Betis, Don Rafael Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba siguió su carrera militar, como era tradición en su familia. Concretamente, dos años antes de cumplir la treintena, se tienen noticias de que Don Rafael, había destacado en alguna de las acciones bélicas que con frecuencia se daban en el suelo patrio para la limpieza del bandolerismo y que continuaba destinado en el Regimiento del Príncipe, con el grado de teniente de Caballería, siendo este el último dato que se conoce sobre su carrera militar.

Inicios como torero y la decisión de dejar las armas

En los muchos lances taurinos a los que acudió durante su vida militar en Sevilla, Don Rafael Pérez de Guzmán fue destacando, a los ojos de quienes lo veían actuar, como diestro hábil en el manejo de los engaños ante el toro. Al mismo tiempo, iba degustando a nivel personal aquellos momentos y aficionándose cada vez más, hasta el punto de que empezaba a adquirir destrezas que sólo los profesionales del toreo llegaban a tener.

Por tal razón, y utilizando las influencias de su amigo y pariente el Conde del Águila, entró a formarse como torero en la Escuela Taurina de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, pasando a ser alumno del célebre maestro rondeño Pedro Romero, que contaba ya con 76 años de edad, pero que seguía activo.

 

Pedro Romero, el de Ronda, director y primer maestro de la Escuela Taurina de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.

Este centro formativo taurino se había creado por Real Decreto de Fernando VII de 28 de mayo de 1830

designando, inicialmente, a Jerónimo José Cándido como director de la misma, y como ayudante o segundo maestro a Antonio Ruiz “El Sombrerero”. Pero ante la protesta de Pedro Romero que, pese a su edad, estaba considerado el primer espada de España, éste pasó a ser el director de la escuela hasta que, en 1834, se retiró definitivamente.

Allí se encargaron de enseñar las técnicas de la tauromaquia a Don Rafael Pérez de Guzmán y de introducirlo en el mundo taurino profesional donde, se podía decir, entró por la puerta grande, puesto que en muy pocos meses su nombre figuró en varios festejos que, aunque fueron de carácter benéfico, le dieron tal fama y prestigio que él empezó a pensar, decidida y firmemente, en dedicarse a aquella afición que tanto le entusiasmaba, y a abandonar la carrera militar.

Para que Don Rafael se tomara cada vez más en serio sus actuaciones taurinas, mucho tuvieron que ver las alabanzas que hicieron, sobre sus buenas formas y maneras taurinas, unos cuantos maestros del toreo sevillano como eran, por ejemplo, Antonio Ruiz Serrano “El Sombrerero”, Juan León y López “Leoncillo” y Manuel Lucas Blanco.

El día 23 de agosto de 1830, Don Rafael intervino en una corrida benéfica organizada por la Asociación del Buen Pastor con licencia real, cuyos fondos irían destinados a pobres familias de presidarios de la cárcel de Sevilla. Según rezaba en el cartel anunciador, intervendrían varios caballeros aficionados del Puerto de Santa María, de Sanlúcar de Barrameda, de Alcalá de Guadaira y de Tocina, que actuarían como picadores, pero los toros los mataría solamente el Sr. Pérez de Guzmán, si bien, al tratarse todos de simples aficionados, estarían auxiliados por los diestros sevillanos Antonio y Luis Ruiz Serrano

“Los Sombrereros”. El resultado de tal festejo fue que se corrieron ocho toros, cuatro de Don Pedro de Vera y cuatro de Don José María Durán, y los mató a todos Don Rafael de un total de once estocadas en el hoyo de las agujas, a cinco recibiéndolos y a tres al volapié.

 

Litografía de La Nueva Lidia de 1885, en memoria del diestro cordobés Rafael Pérez de Guzmán, apodado “El Bueno”

El éxito de esta corrida y los aplausos que cosechó cuando fue despachando a cada uno de sus ocho oponentes, fueron determinantes para que Don Rafael Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba pensara en abrazar la profesión taurina, con la idea de tomar la alternativa como matador de toros.

Pero para poder dedicarse de lleno a la tauromaquia, fue necesario abandonar la carrera militar, determinación que produjo una gran consternación tanto entre sus compañeros de armas, como en la sociedad aristocrática cordobesa y, sobre todo, en el seno de su familia, que recibió la noticia con tan gran disgusto que incluso amenazaron a Don Rafael con excluirle de la genealogía familiar.

Alternativa y carrera taurina

A partir de entonces fue matando toros en diversas plazas, ocupando puestos de media espada, pero demostrando tener aptitudes y conocimientos suficientes para ser primer espada, cosa que logró, el 29 de mayo de 1831, cuando se presentó en la plaza de toros de Aranjuez, acompañado por Roque Miranda “Rigores” y Francisco Montes “Paquiro”. Éste último fue el que l

muerte del segundo toro de la tarde que se llamaba “Gastón” y pertenecía a la ganadería de Don Manuel de la Dehesa y Angulo. Según la costumbre de la época, al llegar el último tercio de la lidia, “Paquiro” pidió permiso a la presidencia para que el toro fuera estoqueado por un “caballero aficionado”, refiriéndose a Don Rafael Pérez de Guzmán que, a partir de ese momento, adquirió la categoría de matador de toros (4).

 

 

Francisco Montes “Paquiro”, padrino de alternativa de

Don Rafael Pérez de Guzmán, el 29 de mayo de 1831 en Aranjuez.

A esta corrida asistió la reina consorte María Cristina de Borbón Dos Sicilias –la que después sería Reina Regente desde 1833, en que murió su esposo Fernando VII, hasta la mayoría de edad de Isabel II en 1840–, y tanto le gustó la actuación del nuevo matador, que le regaló un terno de seda azul bordado en oro, que Don Rafael siguió vistiendo con frecuencia en sus actuaciones posteriores porque decía que le traía muy buena suerte. A partir de entonces, el color azul de aquel traje, pasó a llamarse, en el argot taurino, “azul Cristina”.

Volvió Don Rafael a repetir actuación en el real sitio de Aranjuez, el 5 de junio siguiente y el éxito fue aún mayor por el entusiasmo que causó lo ocurrido al tratar de cuadrar al quinto toro que le tocó en suerte, llamado “Serrano” de la ganadería de Don José Pinto López. Al trastearlo buscándole la igualada al toro, fue desarmado por el cornúpeta, y en vez de tratar de recuperar la muleta, se sacó del bolsillo de la chaquetilla un pañuelo, con el que terminó de cuadrar al toro y lo entró a matar al volapié, cobrando una estocada en los rubios de la que rodó el morlaco, mientras que Don Rafael recibió en el encuentro un varetazo sin importancia en el muslo derecho.

El 13 de junio del mismo año, se presentó en Madrid, utilizando por vez primera en el cartel anunciador el sobrenombre de “El Bueno”, heredado de su antepasado Alonso Pérez de Guzmán, pero perdiendo el Don que, hasta ese momento, había figurado por delante de su nombre en todos los carteles.

Respecto al ganado que se corrió ese día, hay dudas, pues unas crónicas dicen que fueron de casta Gijona, mientras que otras dicen que fueron de la Viuda de Gavira, de Don José Rafael Cabrera y de Sanz y Valdés, lo que sí coinciden es en que el primer toro que mató Rafael ante el público madrileño se llamó “Carpintero”, cuya lidia y muerte fue por cesión del coletudo sevillano Manuel Romero Carreto (5), un torero de mediana importancia del que apenas se tiene información, completando la terna la completaba Pedro Sánchez “Noteveas”, que todavía era media-espada. A ese su primer toro en Madrid, lo mató Don Rafael recibiendo al tercer intento. El cuarto de la tarde, que era su segundo toro y se llamó “Libertado”, lo mató de un solo espadazo de la misma manera, o sea recibiéndolo.

 

Chaquetilla y chaleco, datados en 1830, que pertenecieron a Don Rafael Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba “El Bueno”, que se conservan en el Museo Taurino de la Diputación de Valencia.

En el libro de Juan Carlos Sierra Gómez, de la colección Biblioteca de Madrid de Silex Ediciones, titulado “El Madrid de Larra”, haciendo referencia a las vivencias de Mariano José de Larra “Fígaro”, respecto a la presentación de Rafael Pérez de Guzmán “El Bueno” en Madrid, dice lo siguiente: «Un caso curioso de esta nómina de toreros lo protagonizó don Rafael Pérez de Guzmán. Si se le conoce como «don» no es porque se tratara de un señorito metido a torero. No parece el ruedo un lugar adecuado para un joven de buen tono, pero la afición de Pérez de Guzmán lo llevó al coso de Madrid como torero aficionado. Tanto el público como la crítica lo trataron con reservas -como aficionado que era-, pero le reconocían su valentía delante del toro».

El 3 de septiembre de ese mismo año de 1831, Rafael Pérez de Guzmán El Bueno, realizó tal proeza que quedó registrada en los anales de la tauromaquia de la época. Estaba anunciado para torear ese día en Granada una corrida de 10 toros, llevando como compañero al también aventajado alumno de la Real Escuela Taurina de Sevilla que se anuncia como Antonio Mariscal, aunque su verdadero nombre era Antonio Rodríguez Mariscal. Poco antes del día de la anunciada corrida, se recibió la noticia de que Antonio Mariscal había fallecido en donde estaba hospedado, como consecuencia de un cólico, y Rafael Pérez de Guzmán El Bueno, rechazó la incorporación de ningún otro matador en el cartel, decidido a matar él solo los diez toros, todos ellos de más de seis años de edad. Y, efectivamente, el día anunciado se presentó en el coso de la ciudad de la Alhambra y mató los diez toros previstos “sin admitir compañero alguno”.

Estampa que, supuestamente, representa a Don Rafael Pérez de Guzmán “El Bueno”, en la que la trenza y la moña corresponden a su época, pero la chaquetilla, por sus hombreras y recargados bordados, más bien parece ser del segundo tercio del siglo XIX.

Desde entonces continuó obteniendo éxitos en casi todas las plazas por las que fue pasando, compartiendo cartel con los mejores toreros del momento tanto en Madrid como Aranjuez –donde actuó en presencia de los Reyes–; en Almagro –que fue contratado como primer espada los días 25 y 27 de agosto con toros de Bringas, de Villarrubia, de Gavira y Navarros, y en una de cuyas corridas murió el viejo picador Cristóbal Ortiz en un derribo–; en Barcelona –donde alternó con Juan León López “Leoncillo”, participando en el cartel un joven “Curro Cúchares” como media espada–; y en otras muchas plazas entre las que, por supuesto, estaba Sevilla.

En la Maestranza sevillana, concretamente, toreó el 15 de Mayo de 1836, una corrida en la que se anunció para matar, junto a Juan León López “Leoncillo” y a Manuel Lucas Blanco, ocho toros de Doña Isabel de Montemayor viuda de Don Pedro Lesaca, corrida en la que también actuó de media espada el torero sevillano Antonio Rue al que apodaban “Nieves”.

Donde nunca toreó Rafael Pérez de Guzmán “El Bueno” fue en Córdoba, su ciudad natal, razón por la que muchos nativos de la ciudad de la Mezquita lo tacharon de anti-cordobés. Pero lo cierto es que para él resultaba muy difícil actuar en el feudo de su familia, y para ésta, en la que casi todos sus miembros habían sido militares y caballeros, hubiera resultado tremendamente ofensivo ver anunciado a un miembro de la estirpe de los Guzmanes, como torero de a pie. De hecho, y precisamente por haber abandonado la carrera militar y haber abrazado la nueva profesión taurina no caballeresca, hasta entonces reservada a gentes de estamentos sociales más humildes, lo habían tachado del seno familiar. Pero jamás Don Rafael renegó de su naturaleza cordobesa.

 

Pase cambiado con el estilo y el toro de la época

FIN DE LA PRIMERA PARTE

(Continuará)

NOTAS DE LA PRIMERA PARTE

1.- Bartolomé Sánchez de Feria y Morales, nació en Córdoba en 22 de septiembre 1719. Fue bautizado en la iglesia de la Magdalena. Sus padres, modestos agricultores, lo matricularon para estudiar en el seminario de San Pelagio de la capital cordobesa pero, carente de vocación, abandonó su formación sacerdotal para unirse en matrimonio, el 29 de junio de 1740, con Rosa del Castillo y Pineda. Una vez casado, se marchó a estudiar medicina a Sevilla, con tan buen aprovechamiento que en 1743 empezó a ejercer como galeno a Castro del Rio. Tuvo cinco hijos (tres de ellos fueron eclesiásticos), y una tan débil y ajustada economía que 1767 se vio obligado a dejar el pueblo de la campiña y volver a Córdoba, ingresando como médico en el Hospital del Cardenal Salazar (conocido como Hospital de Agudos, cuyo edificio es hoy día la Facultad de Filosofía y Letras). Además ejerció la medicina privada en su casa de la entonces calle de los Hoces nº 2 (calle que actualmente lleva su nombre) y fue médico personal de dos obispos de Córdoba. Ingresó en las Reales Academia de Medicina de Madrid y en la de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. Aficionado a la investigación histórica, escribió varias obras, destacando la “Palestra Sagrada o Memorial de los Santos de Córdoba”. Murió el 1 de diciembre de 1783 y fue enterrado delante de la capilla de los Santos Mártires en la Parroquia de San Pedro de Córdoba.

2.- Ramírez de Arellano en su undécimo paseo por Córdoba, dedicado al barrio de San Juan y Omniun Sanctorum, describe la casa nº 2 de la calle de los Guzmanes o de las Campanas diciendo que “…en ella existen, aunque mutilados, tres ajimeces mudéjares de exquisita labor y de reconocida construcción del siglo décimo quinto, á sus fines. Rotos sus parteluces y rellenos los semicírculos de sus arcos, han sido adornados ridículamente sus claros con ventanas de madera, de feísima forma, sobre las que se elevan los arrabás, formados de ladrillo rojo y amarillo, y llenos los entrepaños, jambas y lacerías con preciosos azulejos de cuenca, en cuyas labores de flores se asoma y refleja el gusto plateresco que caracteriza el renacimiento español. Los adornos de todos tres son desiguales, afectando dos de ellos los arcos túmidos ojivales y el tercero lobulado, que envuelven en su interior arcos de correcta construcción latina. Lástima grande que estas preciosidades que nuestros antepasados nos legaron, desaparezcan ó se mutilen del modo que estas lo están, perdiendo su importancia y reduciéndose al triste estado de lastimeras reliquias”.

3.- La familia Gutiérrez de los Ríos tenía, además del título de “Vizconde de la Villa de Sancho-Miranda”, el de “Marqués de las Escalonias” y otros. Sin embargo Don Antonio Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales era conocido como “Vizconde de Miranda” a secas. Pero el tal título, aunque existe, no era suyo. Fue creado como previo o provisional por Fernando VII en 1812 para la familia Puigmoltó, que nada tiene que ver con los Gutiérrez de los Ríos, y otorgado como definitivo en 1854 por Isabel II, para la citada familia. Sin embargo, a nivel

popular en Córdoba, la creencia general era, y sigue siendo, que la poseedora del título de “Vizconde de Miranda” a secas, era la familia Gutiérrez de los Ríos, y por tal razón así se llama la casa-palacio de dicha familia, que ocupa toda la pared sur de la plaza que también recibe el mismo nombre. De tal mansión, que fue posteriormente adquirida por el Barón de San Calixto, sólo se conserva la fachada barroca del año 1766. De ella dijo Ramírez de Arellano: «Tiene una arreglada y bonita fachada, con nueve balcones, y en su interior un salón, el mayor de Córdoba después del Círculo de la Amistad, y un hermoso jardín, parte del cual era una plazuela que con el título de las Yeguas hubo en las Siete Revueltas de Santiago.» En dicha plazuela se corrían toros y, se decía, que Don Antonio Gutiérrez de los Ríos era capaz de alancearlos y matarlos con tanta destreza que Pedro Romero tenía envidia de él. Cuentan que por su casa-palacio andaba un toro bravo, criado como animal doméstico desde que nació, llamado “Señorito”, que un mal día causó la muerte de una sirvienta que, asustada por el animal, cayó por una escalera. Don Antonio Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales “Vizconde de la Villa de Sancho-Miranda”, falleció en su casa el 3 de abril de 1817 y está enterrado en la Iglesia de San Cayetano, a los pies de Ntro. Padre Jesús Caído. No confundir con su nieto, del mismo nombre y apellidos, y también Vizconde de la Villa de Sancho-Miranda, que fue un cordobés famoso a nivel nacional como político, jurista y periodista, que nació en 1815 y falleció en 1873 en Córdoba.

4.- En diversas biografías, incluida la del Cossío, se da como seguro que fue Francisco Montes “Paquiro” quien

otorgó la alternativa a Rafael Pérez de Guzmán “El Bueno” en Aranjuez el 29 de mayo de 1831. Sánchez Neira en su obra “El Toreo: Gran Diccionario Tauromáquico”, no menciona esta fecha de alternativa cuando describe la trayectoria de Pérez de Guzmán, pero deja bien claro que el más antiguo de la terna que actuó ese día en Aranjuez, era Roque Miranda “Rigores” que tomó la alternativa el 7 de octubre de 1828. Es cierto que en esa época no era preceptivo que la alternativa la otorgase el matador de mayor antigüedad, pero lo que sí resulta “chocante” es que, según Sánchez Neira, Francisco Montes “Paquiro” tomó la alternativa “a finales del año 1831” o sea después de éste se la hubiera dado a Rafael Pérez de Guzmán.

5.- Pocas informaciones se tienen del diestro sevillano Manuel Romero Carreto, y algunas contradictorias. Existen ciertas anotaciones de los emolumentos recibiros por las corridas toreadas en Sevilla en los años 1828 y 1830, en las que percibió 1.500 reales (2,25 €). Sin embargo Sánchez Neira en su obra “El Toreo. Gran diccionario tauromáquico”, sitúa la alternativa de este torero en 1833, o sea después de las mencionadas corridas en Sevilla y dos años más tarde de que apadrinara a Rafael Pérez de Guzmán en su presentación en Madrid. El propio Sánchez Neira, describe a este torero diciendo que: “Era bien puesto y garboso, poco activo en redondel, indeciso en la muerte de las reses, pero de estocada segura”.

Trabajo de recopilación, ordenación y redacción, realizado por:

Cayetano Melguizo Gómez

Cabanillas del Campo, noviembre de 2021

 

 Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

Escalera del Éxito 254