Por: José Julio García Sánchez. Escalera del Éxito 103

Con fidelidad a una herencia de parentesco torero, Ruperto de los Reyes responde a la especial llamada de acento suave y sonoro que le mueve a emulación en los ruedos de su hermano Diego y de sus primos los «Gitanillo de Triana».

La fórmula acuñada para ser torero, la Mirla en su quer en dicaripen con su planoró, sin que su róm y su day digan al chavó nanai. Como buen romaní le camela el toreo con estética prodigio de la inspiración. Fijos sus vistosos en el arte, pronto convierte sus deseos de chavea en obra viva. Vestido de luces se presenta, el 25 de octubre de 1953, en un festejo en el que ocho noveles sobre el albero de la Maestranza de Sevilla dan fe de los novillos de Escudero. Cuenta, entonces, veintiún bergos de edad, había nacido el 23 de septiembre de 1932, en Castilleja de la Cuesta. Con mar­chamó de estética inconfundible brilla por verónicas su capote como una amapola encarnada. Con el mayor embrujo de sentimiento gitano resume su juego muletero. Todo su hacer torero le lleva a comenzar a disfrutar de estima y buen cartel entre la afición hispalense, consideración que se extiende al resto de Andalucía, Extremadura y llega hasta Madrid. En el coso Maestrante del Baratillo, torea en la temporada de 1954, nada menos que siete tardes. Abalé mala bají en la Plaza de Algeciras, el 13 de junio de 1944, cuando ante el gozo de la admiración del público se opone la bru­talidad de un astado de Flores Tassara, que le coge y le hiere de gravedad. Enardecido y borracho de ansia de gloria, no le frena este percance.

Para Ruperto de los Reyes, el toreo es lo mejor, y cuando está más a gusto es cuando torera con duende y renovadas energías, siempre entre­gado, recupera el sitio de protagonismo al que aspiraba antes de la cor­nada. Torea en Cádiz, Málaga, Utrera y Zafra. Son momentos toreros sin precio, provocados por esa inspiración cañí que rezuma por cada uno de sus poros. Durante 1955, mantiene el fuero de su toreo por Andalucía, Extremadura y da el salto hasta Barcelona,donde el uno de mayo de esa temporada muestra, a la sazón, su creación torera en la Monumental, que regenta la empresa Balañá. Cuanto ha cosechado de ponderados éxitos por las Plazas de provincias, es el fuste con que se acerca a Madrid. Ante la cátedra ha de acreditarse y consolidar lo que ha hecho en los otros ruedos, acompañado de Celestino Hernández «Chuli» y Antonio Arán de la Casa «Morenito de Talavera». Se presenta en el madrileño coso de Las Ven­tas, el4 de marzo de 1956, para estoquear novillos de Hernández Pla. Sus méritos conseguidos en otros redondeles se aprecian en el arte natural de su propio estilo de etiqueta calé, convence abiertamente a los aficionados madrileños con su acción torera, postulada por la plasmación estética de su idea de los cánones y arquetipos taurinos. Salvada cumplidamente su primera actuación en el coso matritense, le repiten ocho chivés después. Las expectativas de su presentación no se cumplen plenamente y la afi­ción comienza a dudar de su valía. Después de este discreto segundo paso, es baladí la opinión general sobre su futuro torero. El tiempo, que hace y deshace apariencias, desmorona, como si de un castillo de arena se tratase, toda su ejecutoria torera, acompañada hasta entonces de un buen repiqueteo de atractivos sones de toreo.

En doble acción de deterioro y olvido, la imagen torera de Ruperto de los Reyes se desfigura durante las temporadas de 1957 y 1958, y comien­za a apagarse la chispa de la inspiración que había sabido derramar con ingenio artístico por los ruedos ibéricos, hasta el punto de haber sido recibido con expectación en Madrid.

«…. Y su toreo se quebró, como una caña de maíz».