Por Antonio Luis Aguilera   

Rafael González Chiquilín visita Tercio de Quites. Foto Marogo

 El lunes santo de 1985 coincidí con mi amigo y maestro Pepe Toscano en la taberna de Pepe Salinas de la Puerta de Almodóvar. Me propuso que fuera crítico taurino en Radio Mezquita, emisora local de la Cadena Rato en Córdoba, que años después se denominaría Onda Cero Radio. Con no poca osadía y confiando en mi afición acepté realizar un programa en directo, de una hora de duración, que se emitiría los jueves a las diez de la noche anunciado como Tercio de Quites, espacio que mantuve en antena varios años con frecuencia semanal, hasta que la nueva cadena comenzó a restringir las desconexiones locales y los toros pasaron a un segundo plano, pues solo interesaban en la feria de mayo por los ingresos de publicidad que entonces generaban, y el medio optaba por transmitir en directo una tertulia a medio día, con participación de los protagonistas del cartel, y las corridas desde la plaza. Mi vinculación con la emisora se mantuvo hasta 1994, reapareciendo excepcionalmente en la feria de 2006 a petición de la misma, al tratarse del último ciclo taurino que acogía en sus dependencias antes de su demolición el Hotel Meliá Córdoba —el hotel de los toreros— donde tantas tertulias radiofónicas tuve el privilegio de moderar, y tanto aprendí escuchando a los sabios hombres del toro.

Visita de la Tertulia Tercio de Quites a El Toruño de los Guardiola. Foto: León

Pero volviendo a los inicios, cuando los jueves a las once de la noche terminaba la emisión de Tercio de Quites, me agradaba invitar en la taurina Taberna Coto a los invitados que habían sido protagonistas del programa. De forma distendida, con unas cervezas y las exquisitas tapas que salían del conocido como rincón de Ordóñez, continuaba la conversación de toros en una improvisada tertulia, a la que se sumaban los dueños de la taberna, los excelentes aficionados Ramón y Pepe Arranz. Lo que nació de forma natural fue trascendiendo entre los aficionados al toro y cada jueves aumentaban los asistentes, hasta que por falta de espacio físico decidimos celebrarla en establecimientos amplios y otro día de la semana para comenzar y terminar antes. Esta tertulia sería conocida con el nombre del espacio taurino que la alumbró, y a ella se fueron incorporando selectos aficionados. A partir de 1987 decidimos formalizar las reuniones semanales, que se celebrarían todos los lunes siguiendo el calendario del curso académico. De esta forma, sin protocolos ni papeleos en el registro de asociaciones, porque nunca hubo estatutos ni cargos, con la puerta de acceso siempre abierta para los que quisieran entrar o salir, comenzó su navegación por las rutas del toreo Tercio de Quites. 

Tertulia con becerristas desde el Hotel Meliá-Córdoba. Foto Marogo

Durante más de tres décadas, por la tertulia han pasado muchos y variados personajes del mundo del toro; unos célebres, desplazados expresamente a Córdoba para compartir una noche de toros, otros que sin alcanzar tanta celebridad también tenían su historia que contar. Lo que había empezado como una tertulia radiofónica se había convertido en otra presencial de tres horas de duración. Un auténtico privilegio para los tertulianos que tuvieron la oportunidad de escuchar tantas lecciones magistrales de ganaderos, toreros, apoderados, cirujanos taurinos, críticos, novilleros, picadores, banderilleros, mozos de espadas, profesores de la Universidad… Todos los que generosa y gentilmente acudieron a nuestra llamada, para que aquellos que supieran aprovecharlo se dejaran empapar como esponjas con sus palabras. Esta fue la filosofía de Tercio de Quites, la misma que expresa Alberto Cortéz en los versos de su canción Qué suerte he tenido de nacer, cuando el inolvidable poeta argentino añadía: para callar cuando habla el que más sabe, aprender a escuchar, esa es la clave, si se tienen intenciones de saber.

Tertulia radiofónica con Enrique Ponce. Foto Marogo

Tuvimos la inmensa suerte de moderar estas tertulias durante más de treinta años, para alimentar nuestra afición con tanto personaje inolvidable que compartió con el grupo sus conocimientos, su humanidad entrañable, su siempre nostálgico paso por el toreo, y reverdecer sueños e inquietudes, miedos y momentos inolvidables, forjas de triunfos y fracasos, huellas de emociones que jamás habían contado, o anécdotas que no recogen ningún libro, saboreando pequeños sorbos de fino que propiciaban su locuacidad en aquellas lecciones únicas, que difícilmente se pueden aprender sin los testimonios de los sabios hombres que dedicaron su vida al toro, los que generosamente acudieron a nuestra llamada para regalarnos una noche mágica, presidida por el respeto y la admiración de un grupo de aficionados a los que abrieron de par en par las puertas del alma.  

El maestro José María Martorell. Foto Marogo

Difícil resulta seleccionar algunas de las muchas que afortunadamente vivimos, pero a modo de ejemplo rememoramos la protagonizada por el matador de toros José María Martorell, cuya amistad caló profundamente en el alma de la tertulia. El inolvidable maestro, que con palabras justas explicaba perfectamente el toreo, gustaba narrar todos los resortes de la lidia, defender con orgullo la dignidad que nunca debe perder el espada al ejecutar la suerte suprema, o la obligación de este de hacer el primer quite sin delegar en un banderillero, remachando que en su época las ganaderías ahora denominadas duras eran habituales, y que había que matar de todos los encastes porque eran matadores de toros. Entre las anécdotas narradas por este gran torero, que tras la tragedia de Manolete en Linares fue capaz de abrirse paso hasta colocarse entre las figuras, había una que le gustaba narrar con satisfacción y cariño. Recordaba como un atardecer, siendo adolescente, a la vuelta de un tentadero celebrado en las Cuevas de Altázar, donde había logrado dar unos pases como aficionado, Manolete, que había dirigido la faena campera, lo reconoció al pasar por la puerta de su casa, en el barrio de San Cayetano junto a la plaza de la Lagunilla, y verlo sentado en el bordillo del portal. El Monstruo lo saludó con dos palabras —que cordobés es eso de hablar poco y pronunciar las palabras justas— que Martorell nunca pudo olvidar: ¡Adiós, torero! Sólo el destino conocía el alcance de la sentencia que Manuel Rodríguez había pronunciado.

—¿Imagináis –decía el torero cordobés– lo que significó para mí siendo un chaval que ese Monstruo me llamara torero…?

Fue tan enorme el cariño de los aficionados de Tercio de Quites por el torero más representativo de Córdoba tras la muerte de Manolete, que a su muerte decidimos instaurar el trofeo que lleva su nombre e imagen, obra magistral de los hermanos Rafael, Pepe Pedro García Rueda, que colaboraron desinteresadamente en modelar el busto del torero.

Tertulia con Paloma Bienvenida, su hijo Gonzalo, Manuel Cano El Pireo, Juan Ortega y Jorge Fuentes. Foto Q. Cano

Hablar de toros callando cuando habla el que más sabe, esta fue la partida de nacimiento de Tercio de Quites, la brújula que durante más de tres décadas ha guiado el destino de un grupo ensamblado por la afición al toro, que desgraciadamente fue viendo caer hojas de sus ramas, aficionados entrañables que fallecieron, y observar con naturalidad como la puerta de la tertulia se abría para que otros compañeros se marcharan. De momento, el Covid-19 ha interrumpido la actividad taurina del grupo después de tantos años, pero la veterana tertulia volverá a hacer camino al andar para seguir hablando de toros cuando las circunstancias lo permitan, y volver a sentir el embrujo del toreo hablado y escuchado en mágicas noches acompañadas del tintineo de los catavinos, que suavemente rompen el silencio para que entre sorbitos de fino fluyan los más íntimos y taurinos recuerdos.