Nos referimos al torero José Ulloa «Tragabuches», que tenía ese apodo por haberse comido en una ocasión él solo un pollino nonato en adobo.

 

  Unos biógrafos cuentan que era natural de Ronda (Málaga), otros afirman que había nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz), que era de raza gitana, de porte elegante, de gran figura y sus ojos de azabache tenían una mirada profunda. Contrajo matrimonio con una célebre bailaora de aquellos tiempos apodada «La Nena«, gitana como él, hermosa mujer dotada de garbo, gracia y de una gran belleza, que encandilaba a todos con sus movimientos explosivos cuando taconeaba.

 

   «Tragabuches«, que en un principio se dedicaba al contrabando por la serranía de Ronda, decidió hacerse torero, ingresando en la cuadrilla de su amigo y mentor, el torero cordobés Francisco González «Panchón«.

 

   Corría el año 1814, cuando fue ajustado como segundo espada para torear tres corridas en la plaza de toros de Málaga. Pero sucedió que, a dos leguas de Ronda, tropezó el jaco cogiéndole desprevenido; le volteó por las orejas, y «Tragabuches» se rompió una costilla, produciéndose, además, varias contusiones y rozaduras. Pronto vio que no podía torear en esas condiciones, con lo que decidió retornar a Ronda.

 

   A la una de la noche llegó a la puerta de su casa, después de llamar insistentemente y no tener una respuesta, observó que la luz de un candil se movía por el dormitorio. Una vez que abrió la puerta, al ver a su mujer nerviosa y temblorosa temió lo peor, que le engañaba con otro hombre. Después de buscar en toda la casa sin hallar rastro alguno, «Tragabuches» estuvo a punto de creer que se había equivocado y pidió perdón a su esposa ofendida. Se dirigió a la cocina con la intención de beber agua, metió el cacillo en la tinaja pero algo impidió que el cazo penetrara hasta el fondo, introdujo la mano y apareció un hombre ante su vista, aquel hombre era un adolescente, sacristán de la parroquia de Ronda, conocido como «Pepe el listillo«. «Tragabuches» sacó la navaja guadalixera y la sepultó con rabia en la garganta del infeliz, degollándole al instante. Lleno de furia se lanzó en busca de su mujer, la  arrastró hasta la ventana y la precipitó de cabeza a la calle, donde quedó muerta del golpe.

 

   Huido a la sierra, fue juzgado en rebelión y condenado a garrote vil. Se unió a la famosa partida de bandoleros conocidos como «Los Siete Niños de Écija». Presos más tarde algunos de sus componentes, contaban que, «el gitano»  como era conocido «Tragabuches«, había cometido tantos crímenes que podían llenar un cementerio, y siempre con una crueldad espantosa. En 1817 fueron capturados y ahorcados los miembros de la banda, pero  nada se supo de «Tragabuches«, desapareciendo misteriosamente.

 

   Durante muchos años se cantó en las cárceles andaluzas una copla llamada la «copla de Tragabuches» porque, al parecer la creó el torero gitano; se cantaba con voz quebrada y corta, en tono de carceleras:

 

Una mujer fue causa

De mi perdición primera

Que no hay desgracia en el mundo

Que de la mujer no venga

 

   Para mí, es más que dudosa la existencia de este torero gitano, al no haber encontrado su nombre en ningún cartel taurino, contrato, nómina u otros documentos probatorios, después de revisar los archivos de las Maestranzas de Ronda y Sevilla, y los documentos de las plazas de toros de Málaga, Cádiz y Madrid. Su vida está envuelta en un halo de leyenda imaginativa del reputado novelista Manuel Fernández y González -su creador-, al que nadie le aventaja en invención y habilidad para darle interés y movimiento y crear héroes e ídolos aventureros. Pero como acertadamente ha dejado escrito el Dr. Don Fernando Claramunt, en su extraordinaria obra de consulta y referencia: Historia Ilustrada de la Tauromaquia, <Tragabuches, tendríamos que inventarlo>>