Sabemos que estos mozos de caballos no fueron uniformados hasta la mitad del siglo XIX, presentándose cada cual ante el público vestidos según sus posibles, generalmente desaliñados, mal vestidos y sucios. El empresario de la plaza de Madrid, Justo Hernández, los uniformó del mismo modo que hoy los conocemos. Su indumentaria está compuesta por blusa, pantalón y gorrilla de colores encarnado y azul.

 

El nombre de monos sabios se debe a que llegó a Madrid un artista de circo extranjero de ignorada nacionalidad, como casi todos los artistas circenses; un buen mozo de ojos azulados y amplio bigote en rizosas puntas, acompañado de una trouppe de hábiles y obedientes monos amaestrados que exhibía en un circo que instaló Thomas Price en un barracón de armadura poligonal en las inmediaciones de la plaza de toros de la Puerta de Alcalá[1]. La maestría con que jugaban aquellos mudos y sabios artistas, fue celebrada por el público madrileño, siempre dicharachero, festivo y popular, el cual aceptó con alborotado júbilo humorista, el nombre de monos sabios, con que el director de los cuadrúmanos los había anunciado. Llamaron la atención los monos por sus raras habilidades, y aquel domador tenía del tal modo amaestrado a su trouppe, para interpretar números ingeniosos, que el público aceptó con agrado el adjetivo de sabios, con que los asignaba su dueño. Asimismo vestían unos trajes rojos y azul, y como éste color era del mismo tono de la indumentaria de los mozos de caballos en la plaza de toros, y  estos no se distinguían por su belleza, el publico burlón les puso el nombre de monos sabios, en referencia a los simios de circo, además, por la labor de escuderos en la plaza en sortear las embestidas de los toros, ágiles como unos monos, para librar de ellas a caballos y montados. El mote pasó a ser genérico de los dedicados a servir de amparadores de la gente de a caballo.

Ellos son los más valiosos auxiliares del picador y, con alguna frecuencia se da el caso de recibir ovaciones por su valor. Al apartar del peligro con extraordinaria habilidad y, en muchas ocasiones, con inminente peligro de sus vidas, han salvado la del los picadores y aún la del caballo, llamando la atención al toro con la varita de que van previstos, coleándoles o arrojándoles la gorra. Y es que los monos sabios siempre están atentos y prestos a cualquier incidente en los demás tercios de la lidia. Para muestra les voy a relatar un suceso ocurrido en la plaza de toros de Madrid el día 25 de febrero de 1883. Se lidiaba una novillada de Nazario Carriquiri; terminado el primer tercio, el novillo persiguió a un banderillero, y tan cerca le tenía que lo iba a alcanzar, un mono sabio trató de cortarle el viaje tirándole la gorra, en cuanto  la vio el bicho, dejó de perseguir al peón, se paró a olerla y acabó por comérsela. Después de la suerte de banderillas devolvió el toro la gorra, pero hecha trizas. El astado fue estoqueado por Punteret, después de un breve trasteo.

 

Varios han sido los espadas y picadores que antes de abrazar la profesión comenzaron sus andaduras taurinas como auxiliares de los picadores. Entre los primeros destacar a Felipe García, Fausto Barajas, Rafael Llorente y Saleri I y entre los segundos Pepe El Largo, Badila, Cantaritos, Agujetas y la saga de los Pimpi.

 

(1) Sánchez de Neira, en el artículo referido, afirma que los monos sabios se exhibieron en un teatrillo llamado Cervantes en la calle de Barquillo, esquina a Alcalá. Existió tal teatro, pero con el nombre de Teatro-Circo Paúl –llamado también por temporadas, de la Bolsa y de Lope de Rueda- en los números 5 y 7 de la calle Barquillo

 

 

 

 

Fernando García Bravo

Documentalista Taurino