Fue don José de la Loma Don Modesto un excelente periodista, un escritor de prosa brillante con  estilo fulgurante y con una imaginación al hacer las crónicas taurinas que sedujo a millares de lectores. Su tribuna fue el periódico El Liberal, de Madrid, en cuya Redacción permaneció toda su vida periodística. Su pluma, tendenciosa a veces, le procuraba enemigos; pero estos eran los primeros en  buscar sus crónicas porque sus artículos eran de lectura fácil, original y amena.

 

Don Modesto, tenía cierta tendencia a mezclar la tauromaquia con la Iglesia. Ejemplo de ésta combinación tauro-eclesiástica fue el “bautizar” a algunos toreros de su época como: Sumo Pontífice; Jefe Supremo de la Iglesia de Montes -adjetivo que refería a una de las figuras más renombradas de la tauromaquia, Francisco Montes, alias Paquiro (1805-1851)- o llamar Capilla Sixtina de la Tauromaquia a la plaza de toros de Madrid.

 

Es bastante divulgado y conocido que a Ricardo Torres Bombita II le asignó el título de Papa del Toreo, por ser en su opinión el torero más destacado de la primera década del siglo XX, y a Manuel Mejías Bienvenida lo denominó como  El Papa Negro, para distinguir y dividir el cetro taurino y no crear un “cisma”, y lo nominó por  la excelente campaña en 1910, según declara en un articulo: << A Bienvenida por sus magnificas faenas en las primeras corridas de 1910 le nombré yo El Papa Negro>>.  Llego a  dar otro papado y esta “tiara” fue a parar a las “sienes” de Joselito El Gallo, con el nombre de Sumo Pontífice y propuso, pero no se lo dio, el concederle la investidura de ¡El Papa Amarillo![1]

 

Pero de todos los “títulos honoríficos” que asignó Don Modesto, incluso a Rafael González Machaquito a quien señaló con la distinción de ¡Secretario Cardenal!, solo uno de ellos tuvo continuidad, el de Manuel Mejías Rapela Bienvenida, ¡El Papa Negro!, y con  éste apelativo  fue conocido hasta los últimos días de su vida. Incluso cuando sus hijos hablaban en público, a su padre le nombraban con el remoquete con que le asignó Don Modesto, el de El Papa Negro.

 

 De los tres papas, un cardenal y también un presidente de la República Mexicana  Taurina – así califico al torero mexicano Rodolfo Gaona-, solo uno de ellos tuvo el detalle de agradecer tal distinción. ¿Saben ustedes quien fue?, Manuel Mejías Bienvenida.

 

 El 26 de mayo de 1910 había tenido Manuel Mejías una tarde gloriosa en la plaza de toros de Madrid, una más de la serie de triunfos que aquella temporada iba subiendo su nombre al nivel de las primeras figuras. Don Modesto desde la tribuna de El Liberal hizo una crónica que entre otros méritos le calificaba de: << ¡Héroe de la temporada!>>, y para cerrar la narración comenta: <Chiclanero, ni Frascuelo, ni Lagartijo, ni siquiera Guerrita>>.

 

 Manuel Mejías, persona inteligente, de claro talento natural, leyó el artículo de El Liberal, dándose inmediatamente cuenta de la capital importancia que para él tenía la crítica arrebatada y entusiasta de Don Modesto, a quien personalmente no conocía.

 

Tanto por la importancia y autoridad de quien firmaba el artículo, al torero le acuciaba el deseo de expresar inmediatamente al maestro su gratitud; y así hizo que el apoderado lo acompañara a casa del famoso revistero.

 

Pero antes se detuvieron en una joyería. Bienvenida tenía una sortija con un magnifico solitario. ¿Que menos que regalársela a Don Modesto en prenda de su gratitud? Hizo que limpiaran la piedra y que encerraran el anillo en un buen estuche. Y se dirigieron a la casa de Don José de la Loma. Los pasaron a un gabinete y al  instante apareció Don Modesto.

 

              ¿Que sorpresa, ustedes por aquí tan de mañana?

        Nada, Don José, aquí el matador que ha leído su crónica y no veía el momento de expresarse su gratitud – contestó el apoderado-.

 

Y Bienvenida sacando del bolsillo el estuche, lo entregó a Don Modesto,  y mientras tanto iba desenvolviendo el obsequio, le agradecía el valor de la crónica y que la sortija que él usaba, era un recuerdo suyo y  con gusto deseaba que la conservara.

                           

Mire usted, Manolo -le dijo amable y grave cerrando y envolviendo  el estuche-. Estamos en paz por la faena de ayer que tanto he disfrutado como aficionado.

 

Mire usted. Voy a darle una oportunidad. A mi hija se le ha roto una muñeca que le acababan de regalar y no para de llorar. Cómprele usted otra igual y a ella y a mí nos dará una alegría inmensa.

 

A los pocos momentos llevaban a casa de Don José de la Loma una muñeca idéntica a la que se le había roto a la chiquilla.

  

  



[1]    El Liberal. Madrid, 31 de mayo de 1915