Tauromaquia añeja

El origen del toreo cómico: Las Mojigangas[1]

 

 

 

 

   La mojiganga, desaparecida y desterrada de los ruedos, era una comparsa o  representación pantomímica y ridícula que se hacia como entremés o remate  en las novilladas. Se adornaba el ruedo con motivos del tema que se escenificaba y terminaba con la salida de un novillo, generalmente embolado, que solía poner en dispersión la cuadrilla que la representaba. No se puede considerar como fiesta de toros, y únicamente podían ser tenidas por tales aquellas en las que los lidiadores picaban en burros, ponían banderillas en cestos y daban muerte al toro con estoque. Este tipo de espectáculos tuvo su mayor apogeo en el siglo XIX, y en su variación e ingenio estaba la formula del éxito.

 

  Las mojigangas tuvieron su origen en una costumbre antigua que consistía en echar a la plaza una vaquilla, a la que aguardaban dos o más hombres con los ojos vendados y armados con estacas. La res llevaba un cencerro al cuello y una bolsa con monedas en el testuz, que servía de premio al hombre que con los ojos vendados se agarrara al animal y lo sujetara. Los golpes y revolcones que sufrían los que se disputaban el premio y los encontronazos de unos con otros, por llevar los ojos vendados, provocaban las risas y las burlas de los que presenciaban el espectáculo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En las corridas ordinarias donde se daban toros con lidiadores profesionales (aunque rara vez se practicaba), se hacían suertes que divertían, constituyendo el intermedio cómico; como la suerte ejecutada por un peón llevando un cántaro lleno de ceniza o de harina lo rompía sobre el testuz del toro en el momento de la acometida, lo que producía la hilaridad del público, viendo al bicho tirar derrote sobre derrote a la ceniza que le caía de la cabeza, u hostigarle con un trapo de colores desde un hoyo angosto practicado en el suelo, desde donde citaba al toro, quien la emprendía a cornadas con la arena, siempre excitado por aquel bulto que desde el hoyo se movía. También como entretenimiento aparecían “dominguillos”, muñecos vestidos, en forma humana, con contrapeso en la base, al que el toro embestía y vuelve a la posición vertical aunque se le mueva, lo que se conoce como tentetieso. El balanceo que provocaba al envestir a los muñecos enfurecía, aún más, al toro, que a cornadas y topetazos, sin parar, intentaba derribarlos como si un juego de bolos se tratase.

 

  Algunas mojigangas eran muy demandadas por el público, y  varias veces las que se repetían en la temporada, entre otros, los títulos de: Los contrabandista de Sierra Morena, La pata de la cabra (En los Cíclopes de Vulcano), El sultán y las odeliscas y El doctor y el enfermo.    

 

  Pero hubo una excepcional, que se dio en una sola ocasión, la titulada Tutili-mundi.

 

  Para el día 10 de febrero de 1822,  se anuncia en la plaza de toros de Madrid una mojiganga en la que intervendrá el ciego Pedro de la Cuesta, que con tanto aplauso enseña en las calles el Tutili-mundi, y lo hará ante un novillo embolado; «el cual saldrá con su lazarillo y se colocara en medio de la plaza figurando con su tambor que acostumbra estar enseñando dicho Tutili-mundi, que tendrá a prevención un agujero en la tierra para guarnecerse cuando le avise el lazarillo de la presencia del novillo y avisado se meterá dentro». Las crónicas cuentan que, una de las veces el ciego no acertó a meterse al agujero, saliendo volteado por el novillo,  y hubo de retirarle de la plaza con grandes contusiones, que dieron con él en una cama en el Hospital del Santo Asilo. Tanto éxito tuvo la referida mojiganga, que la empresa quiso repetir a la semana siguiente tan jocosa diversión, pero no encontró a otro ciego que quisiera repetir la suerte.

 

 

 



[1] Mojiganga, la forma más antigua es boxiganga: designaba primitivamente un personaje caracterizado por unas vejigas sujetas a la punta de un palo, vestido pintorescamente, con cascabeles, personaje que era típico en las boxigangas; su nombre es probablemente derivado de boxiga, variante fonética de vejiga,  y en otros muchos se le da el nombre de el de las tres vejiga, botarga,  zaharrón y moharracho.