tomas-garcia-aranda

Dos soledades tú tienes,

¡oh, toro bravo de España!,

dos soledades distintas,

una buena y otra mala.

Una de calma y sosiego,

la otra, desesperada.

Una es soledad divina,

debajo de las encinas

a la sombra de sus ramas,

y la que te encuentras toro,

en un albero de oro,

cualquier tarde en cualquier plaza.

Una a tu libre albedrío

luciendo tu poderío,

presumiendo de tu estampa;

la otra ante el griterío,

tembloroso y dolorido

entre capotes de grana.

Aquella del campo hermoso,

de tomillos olorosos

entre las floridas jaras,

y esa de oscuros chiqueros,

de rojizos burladeros

y barreras encarnadas.

Una de bella trapío,

entre los juncos del río

cuando el sol se va ocultando;

la otra entre el vocerío,

cuando ya estés aturdido

o tal vez agonizando.

Igual que tu propia sombra

tu soledad te acompaña,

solo la muerte algún día

de ti podrá separada,

cuando un torero a porfía,

con coraje y valentía,

a ley te entierre la espada.

Tu sino es la soledad,

en los campos y en la plaza.

 ¡Que distintas soledades para tu sangre y tu casta!

 Naciste para morir,

soberbio toro de España.