Bardo de la Taurina:

Cuando se anda más que en el papel del ‘Burlador de Sevilla’, en el del ‘Burlador de guadañazos’ de esta vida en la que ‘Nada es lo que parece’ como dice la cantautora ‘La Lola’, le da a uno por repasar de día y de noche vivencias que son recuerdos y anécdotas y andando en eso es cuando sigo hurgando entre recortes de periódicos y bolas de naftalina para dar con el último torero que ha merecido se levante un museo en su honor y es en ese momento cuando me pregunto si no es también justo honrar a quien se da a esa noble misión.

Por ello yo que si uso sombrero de los que son famosos de Sonora a Yucatán me lo quito ante el artista tridimensional que lo es el inigualable Donaciano Rangel Botello patzcuareño por nacencia y celayense porque se le antoja, pero sobre todo maestro de la amistad y maestro también en el arte de atrapar emociones en papel fotográfico y más que maestro rector fundador del M. M. M. M. M. M. o Museo del Mandón Mexicano Matador Manolo Martínez o sea que ‘Tus Cinco Toritos Negros’ del otro inmenso fueron superados por las seis emes de Manolo Martínez y su museógrafo ‘don Botello’.

Pero hablar de ese museo más bien le debe corresponder a un hombre de arte y cultura como el ‘Hijo del Hombre’, conocido también como Leonardo Páez por ello mi menda, en mi calidad de lo que ‘Don Botello’ no me ha pedido pero como en la fiesta todavía quedan espontáneos pues me asumo como pregonero del museo y en esa calidad exhorto a todos los martinistas que tengan algún objeto u obra de arte relacionado con el ‘Mandón’ a que puedan hacer una donación o de perdis en custodia para así jalar parejo con el hombre que ha empeñado su vida misma en el loable esfuerzo por perdurar la memoria de un regiomontano sin el cual no se podría entender completa la historia del toreo universal como tampoco se podría conjugar el verbo pasión taurina sin este otro ‘Numero 1’ de la fotografía y la amistad: Donaciano R. Botello.

Leonardo Páez:

La amistad suele ser, además de las noblezas que se le adjudican, derecho de picaporte al agandaye o, si se prefiere, al abuso con afecto, a la explotación simpática, a pasarse de la raya con encanto, a joder con gracia. Son las elevadas cuotas de un tipo de relación más exigente que la amorosa, pues la amistad auténtica requiere más de la cabeza que de la pasión, de la tolerancia que del deseo, de las afinidades que de las liviandades. Dos ejemplos inmediatos: el Bardo de la Taurina y Botello, que no obstante su descompuesta embestida cuentan con mi amistad y me dispensan la suya a su real saber y entender, es decir, metiéndome en la muleta de sus ocurrencias.

Por eso cuando con la debida anticipación Botello me invitó a que conociera su colección de arte taurino –nada de museo seis emes y otras idolatrías, que para eso están los libros de Cantú, Loret de Mola y el mismo Botello–, no tuve más remedio que armarme de valor ya que ahí se chanela de arte y de caldos, no sólo de taurineos y mangoneos. Con otros alicientes: entrevistar al fino matador celayense Héctor Obregón –80 años de decirle sí a la vida– y reencontrarme con el entrañable artista plástico Reynaldo Torres –81 años de decirle sí a la vida–, pues amistad que testimonia experiencias y conocimientos es doblemente enriquecedora.

Como artista que es, Botello sabe que el arte se nutre de las artes, así que en vez de inundar el amplio y cálido salón de su galería con algunas de sus extraordinarias fotos, prefirió dar cabida a la obra de notables pintores, varios de ellos poco conocidos, como uno espléndido que se firma Jamaica; fotografías de época, retratos, apuntes, ternos y una vitrina con un luido capote de paseo que conserva íntegro su finísimo bordado y que perteneció al maestro Rodolfo Gaona.

En la mejor tradición del coleccionismo de arte privado, el valioso acervo pictórico-fotográfico de Donaciano R. Botello refleja su disciplinada sensibilidad y su minucioso amor por una fiesta de toros cuyos adinerados promotores amenazan con reducirla, ahora sí, a nostálgica pieza de museo.