Nos encontramos con una “rara avis” en el toreo que, como los auténticos aficionados saben, atiende por Sánchez Puerto. ¿Quién es Sánchez Puerto? Eso quisieran saber los aficionados jóvenes de ahora mismo que, por su juventud, lógicamente, han quedado huérfanos de la presencia y esencia de este torero inolvidable.

Hace unas fechas, Sánchez Puerto acudió a la llamada de su amigo Luís Miguel Villalpando, en que éste se despedía para siempre de los ruedos y, para mayor dicha, empuñando muleta y espada. El evento tuvo lugar en un pueblito zamorano, el que le ha dado nombre la persona de Luís Miguel Alonso Herrero, en los carteles, “Villalpando”.

Convengamos que Sánchez Puerto no se retiró jamás del toreo; se apartó porque la mendicidad no va con él y mucho menos la mediocridad revestida de hipocresía. Cosa curiosa, el diestro de Cabezarrubias del Puerto -otro que también inmortalizó a su pueblo- sigue entrenando como si mañana tuviera que torear cuarenta corridas de toros; pero es puro placer el que siente, gusto a fin y al cabo porque, además de mantenerse en forma, algunos chavales se apuntan a las clases del maestro y, todos contentos.

Como explico, Sánchez Puerto, reacio a casi todo en la vida, no dudó en apuntarse a la despedida de su amigo Villalpando; Antonio entendía que el evento reunía todos los alicientes necesarios para que el festejo tuviera dignidad y, ahí estuvo él. Como lo han estado siempre los toreros en momentos claves para el toreo. ¿Qué sucedió en Villalpando? Ante todo, dichosos los llamados a tan significativo evento que, como nos han contado, Alfonso Santiago y Ana Pedrero, allí sintieron la auténtica emoción de la pureza del arte; la naturalidad reinó aquel día en un pueblito chico, pero que Sánchez Puerto engrandeció con su arte.

Para nuestra fortuna, nos han llegado las imágenes de cuanto allí ocurrió y, para nosotros no existió novedad alguna, pero sí tenemos elementos de juicio para refrendar ante todo el mundo la grandeza artística de este torero singular y único. No quiero pensar qué hubiera sucedido de haber lidiado el maestro aquel toro en una plaza de fuste, repleta de miles de aficionados o, si se me apura, hasta televisándolo en directo. La locura hubiera sido colectiva.

Hablan de Morante y, les puedo asegurar que, la pena para los aficionados no es otra, que tanto Sánchez Puerto como Morante no hubieran coincidido en el tiempo puesto que, una competencia entre ambos hubiera sido un hecho genial. Morante sigue siendo el rey porque Sánchez Puerto no está en activo; ellos, ambos, toreando juntos y con el mismo ganado, les puedo asegurar que Morante se llevaría menos broncas, sencillamente, porque se sentiría espoleado por el artista manchego.

El destino no quiso que Sánchez Puerto opacara la carrera de decenas de toreros, razón por la que se le apartó muy pronto de la circulación, no sin antes haber impregnado el ruedo de Madrid de faenas bellísimas, incluso saliendo por la puerta grande de Las Ventas, todo un hito que, algunas figuras del momento, dicho lujo, todavía no se lo han dado, entre ellos, el tal Morante.

Ahora, treinta años después, aparece en un festival, rompe todos los esquemas, enloquece a cuantos no le conocían y rejuvenece el corazón de todos los que le conocimos hace más de treinta años. Ese es el milagro del arte. Si hablamos del arte, la naturalidad es el primer fundamento del mismo, la que supo llevar a cabo Sánchez Puerto en Villalpando, como lo recuerdan a diario los vecinos del lugar en las reuniones en las tabernas taurinas en que, para muchos, como digo, Sánchez Puerto les supo al más bello manjar para sus almas.

Como explico, una brisa de aire fresco sopló en el corazón de los aficionados de aquel lugar; la misma brisa con la que han contado todos cuantos le vieron, algunos, con el asombro de no haber visto antes nada igual y, los demás, como los periodistas citados, ebrios de placer, dejaron correr sus sentimientos para plasmar las más bellas letras; era normal. Cuando un artista lo es en grado sumo y Sánchez Puerto es el referente de lo que digo, por ello, asirse a su propia naturalidad es un hecho cantado.

Gracias, maestro.