Fuente: El Callejón de Córdoba

1877: El Llaverito

En Córdoba esta tarde del mes de julio es luminosa y cálida. Corre la temporada de 1877. Aprovechando unos días de descanso en sus contratos Rafael Molina Lagartijo se encuentra entre los suyos. En compañía de su hermano Juan, y de Francisco Rodríguez Caniqui, se dirige al viejo matadero del Campo de la Merced. A sus oídos, entonado por una voz femenina, llegan los aires de una canción.

Rafalito Bejarano

formó un cuarteto divino

con Manene, con Mojino

y el Guerra, su primo hermano

Juan Molina, sonríe al escuchar la copla. Pasa su brazo por la espalda de su hermano, al tiempo que le habla muy acaloradamente.

– Seguro que te van a gustar esos nenes, hermano. Ya ves cómo les cantan las mozas del barrio Quieren ser toreros, y no cesan en pedir oportunidades. El novillote que les van a echar esta tarde tiene ya tres años

-¿Y quiénes son esos nenes, Juan?

– Eso que te lo diga el Caniqui. Él los lleva y los trae. Ha formado con ellos una cuadrilla. ¿No es así, Caniqui?

– Lo que tú dices, Juan. En eso estamos. Bueno, te diré los nenes que van destacando. Se trata de Rafael Bejarano Torerito, un nene mu valiente; Manolillo Martínez Manene, José Diañez Orejitas , Rafael Rodríguez Mojino y Rafael Guerra Llaverito, nene este también con mucho valor. Este no creo

que venga hoy. Su padre es el llavero del matadero y no quiere que su hijo se meta en el mundo del toro. Hoy lo tendrá a buen recaudo.

– ¿Me estás hablando de José Guerra, el curtidor de pieles y portero del matadero?

– Así es, Rafel.

– ¿Sabes una cosa, hermano? El hijo de Caniqui, al que llaman el Mojino, también está con ellos.

– ¿Lo veremos esta tarde?

– Creo que sí. Mira Rafael; Estos nenes, Torerito, Manene, El Llaverito, Orejitas y mi hijo, forman una piña. Siempre andan juntos. Seguro que está con ellos.

– Pues ya tengo ganas de verlos.

Cerca de allí, José Guerra, el llavero del matadero, con el semblante serio, llama a su hijo Rafael al patio de la casa. El muchacho, fuerte y moreno, acude solícito a la indicación paterna. En sus ojos, negros y brillantes, bullen impacientes sus esplendores quince años recién cumplidos

– Aquí estoy, padre.

José Guerra cruza, fugazmente, su mirada con la de su hijo. Con el semblante serio y lacónico se echa al hombro un bulto, una especie de hatillo que descansa sobre una silla de anea

– Acompáñame. Vamos al corral grande del matadero

Rafael Guerra el Llaverito sigue los pasos firmes de su padre. No comprende que está pasando. Él sabe que esta tarde en el corral grande del matadero van a probar a sus amigos de correrías. Un aficionado de muchos posibles, Juan Guzmán, sobrino del matador de toros del mismo apellido, ha traído un novillote para la ocasión. Y estará presente el famoso matador de toros Rafael Molina Sánchez Lagartijo Días atrás su padre le prohibió verse con sus amigos. Nada quería saber del toro y su mundo.

– Padre, sabe usted que esta tarde van a echar un novillo a mis amigos.

– Si, lo sé. Nosotros vamos allí a lo nuestro. A tener cuidado de las puertas.

Rafael Molina Lagartijo se ha situado en una pequeña terraza que corona la pared del viejo matadero. A su izquierda, su hermano Juan Molina, y a su derecha lo hace Juan Guzmán. Abajo, en el pequeño corral, los cuatro torerillos escuchan atentamente a Caniqui

– Ya sabéis. Tenéis que quebrar al novillo por el turno que os he dicho. Si alguien es cogido que se quede en el suelo y los demás a colear ¿De acuerdo? Y a lucirse, que os vigila nada más y nada menos que Lagartijo.

Los muchachos asienten con una leve inclinación de cabeza en tanto observan como su compañero, Rafael Guerra, y su padre, que porta en la mano una gigantesca llave, se sitúa cerca de la puerta por donde habrá de salir el novillo.

– Ya ha llegado el Llavero ¡Suelta el novillo cuando quieras, José!

– Ahora mismo. Venga, Rafael súbete a la tapia y déjame sitio. ¡Allá va!

Bajo la atenta mirada de Lagartijo y sus acompañantes los chavales intentan lucir sus habilidades. El novillo se lo pone muy difícil. Emplazado en el centro del corral espera con sentido. El pequeño Rafael, en lo alto de la tapia, tiene la cara colorada. Se nota la envidia que le embarga. Su padre lo observa de reojo y lee sus pensamientos. Mira al cielo limpio de la tarde y mientras busca algo en la nada azul, recuerda las muchas batallas que ha mantenido con su hijo por su afición a los toros. Gritos, peleas, amenazas. De qué sirve todo. Su hijo le obedece, si, pero a base de palos. ¿Estoy haciéndolo bien? – se pregunta-. ¿Debo de cortar las alas a este halcón? Todo el barrio le habla del valor de su hijo. Y, él, se lo quiere quitar a base de correazos. El azul le da la respuesta. No. Ese no es el camino. Mejor será enfrentarlo con su destino. Ahora es el momento. Vuelve a mirar a su hijo que sigue sin pestañear lo que pasa en el corral. Y, al fin, con voz trémula, mientras acerca hacia sí el hatillo que trajo de casa, dice:

– Hijo: ¿Te atreves tú a torear?

Llaverito, no contesta. Mira al padre con ojos emocionados y descubre que en sus manos está la roída muleta que tantas veces le ha escondido. El muchacho la toma con timidez. La escena no pasa inadvertida para Caniqui que lucha por limpiar de su bota las huellas de una moñiga.

– ¡El Guerra va a dejar torear a su nene! Cucha, Rafaé, a ver qué te parece el nene del Llavero.

– Ya tengo ganas de ver a ese chaval. Pero con este novillo tan emplazao poco podrá hacer. ¿No te parece hermano?

-Seguro que el padre quiere que se estrelle. A ver si se le quitan las ganas de ser torero.

Sin asomo de timidez ya está en el corral el pequeño Rafael. Decidido y valiente provoca la arrancada del novillo al que burla y recorta varias veces.

Los aplausos de los presentes, rompen la tarde por primera vez asustando a dos palomos zuritos que han venido a beber al viejo pilón. Ladra el viejo mastín del Llavero que asiste emocionado a los quiebros de su hijo. Los pequeños torerillos jalean a su compañero. Y, desde su trono de piedra y cal, Rafael Molina Lagartijo, sorprendido, comenta gratamente con sus acompañantes. Finalmente, se dirige al muchacho

– Muy bien, nene. Coge ahora la muletilla y pasa al novillo. A ver como lo haces.

El pequeño Rafael pasa al novillo por alto y por bajo. Recela la poca casta de la res, ya dominada. No hay nada más que sacar. El Llaverito insiste. Únicamente la voz de nuevo de Lagartijo le hace parar en su vano empeño

– Nene, mas gustao. Tú, serás torero si continúas con ese valor; porque cualidades físicas te sobran. ¿Cuántos años tienes?

– Acabo de cumplir los quince, don Rafael.

(Continuará)

Alfredo Asensi

Escalera del Éxito 255