Que sí, hombre, que lo lidió bonito desde el saludo de capa, que a la hora de oficiar con la sarga logró algunos buenos muletazos y que le dio tandas ligadas, estoy de acuerdo. Sin embargo, es una situación incómoda y me deja cierta pesadumbre decirlo y más desazón callarlo. Opino que la faena de Fernando Ochoa a “Pa’enero”, de Xajay, pudo haber sido mucho más profunda. Empezando por que el diestro se hubiera embraguetado para que los pases alcanzaran la trascendencia de obra mayor. De hecho, durante el transcurso de la faena me asaltaba el temor de que en cualquier momento, desde el tendido, la tarde fuera rota por el reproche estentóreo de ¡toro!, como una cubetada de agua fría o el ruido de un jarrón que se hace astillas en el suelo silencioso de una biblioteca.

 

Pues no se qué pensarán ustedes, pero yo creo que el noble y bravo cuarto daba para más. Hubo pases templados, pero también enganchones de trapo. La faena por momentos logro ritmo y cadencia, pero también tuvo sus prisas y altibajos. Así que el mérito fue para el enmorrillado y musculoso burel, que si me apuran también, lo del indulto lo salvó de panzazo. En la segunda vara ya no acometió con la alegría y pujanza con las que tumbó a la cabalgadura en el primer encuentro, pareciera que se escupió del peto. Además, acabó por ser tardo en la embestida. A su favor, la gran nobleza y el magnífico estilo.

Por su parte, el domingo en la Plaza México, ni Guillermo Martínez ni Aldo Orozco pudieron saldar  con bien su segunda comparecencia en la temporada grande. El primero hizo un gran esfuerzo con un quite luminoso que dio mucho que hablar, faroles tapatíos y la zapopana fueron brisa fresca en el páramo que en nuestros días se ha convertido el toreo de capa. Luego, hubo de sortear con otro morlaco al que nunca pudo acoplarse con la muleta y que terminó por ser devuelto vivo a los corrales después del tercer aviso. Orozco no escatimó voluntad haciéndonos recordar que de buenas intenciones está empedrado el camino al purgatorio y eso le hicieron vivir sus dos toros.

La magia del toreo se pierde cuando uno empieza a encontrar explicaciones a lo inexplicable. La atonía prevaleció sobre la brillantez, el sí pero no, la aceptación sin convencimiento. Dije que Fernando Ochoa había toreado bonito, es decir, que hizo cosas lindas, pero no concretó el deleite espiritual que nos proporciona lo bello. A nosotros los mexicanos, nos encantan los criterios triunfalistas y los adjetivos ampulosos para decir cosas que creemos a ultranza. Esa cualidad nos fue dada junto a la pena de no poder emplearla. Por eso, al menor pretexto vemos a nuestros toreros portentosos, mayestáticos, sublimes.

 

 

 

 

Desde México D.F., crónica de José Antonio Luna