Una de sus perfectas estocadas

 

Es la edad, la mía, no cabe ninguna duda. Pero también me interesa la actualidad. No me sorprendió el gesto de Julio Aparicio de pedirle a su compañero David Fandila que le cortara la coleta aunque fuera simplemente por los pocos cabellos que sujetaban la castañeta. Buen gesto. En realidad era pedirle perdón a los espectadores y asegurarles que su negativa disposición frente a los toros no se volverá a repetir porque, al menos en aquellos dramáticos instantes, decidía no volver a vestir el traje de luces. Algunos protestaron airadamente y hasta lanzaron almohadillas al ruedo, pero de esas almohadillas de Madrid, que son más objetos  arrojadizos dañinos  que las de cualquier otra plaza de España. Sin embargo, la crueldad mental del público de Madrid no es de hoy. En estos días pasados se cumplieron los cien años de una actuación de Ricardo Torres “Bombita” en la plaza de toros anterior a la de Las Ventas. En el  toro cuarto, el pundonoroso y sufrido diestro sevillano, al consumar la suerte de matar, se torció un pie y se retiró a la barrera haciendo expresivos gestos de dolor. Algunos espectadores creyeron que  “Bombita” quería refugiarse en la enfermería y no matar al toro y le arrojaron, esta vez a dar, varias almohadillas que le impactaron en la cabeza. Según el parte facultativo firmado por el doctor Isla, el diestro de Tomares sufría rotura subcutánea del tendón de Aquiles por su tercio superior. ¡Y lo que duele eso! Tres de los valientes y enfurecidos espectadores fueron detenidos. ¡Qué tiempos aquellos! ¿Dónde estaba la libertad de expresión aunque fuera a almohadillazos? Ahora, ahora, es cuando se disfruta con la libertad querida y añorada por las multitudes. Suerte la nuestra.

 

Pero volvamos al principio: a mi edad se vive de los recuerdos y por eso me fijo mucho en las fechas y sus conmemoraciones: el  lunes, 4 de junio, se cumplen cuarenta y dos años de una corrida en la que Paco Camino mató siete toros y cortó ocho orejas y a mí me retrataron a su lado deseándole suerte. Paco y su triunvirato (con Diego y Santiago) fueron las auténticas figuras de los años 60 y 70. A su lado, el misterioso halo de una antítesis de todo, Mondeño, siempre elegante y encantador.  Por cierto, en 1964, se despidió en México del mundanal ruido y en la fiesta celebrada en una finca tuve la fortuna de participar toreando al a limón con el caballero don Juan García. De aquel maravilloso viaje recuerdo que coincidí con Paco Camino y su entonces reciente esposa Norma Gaona en el avión que nos llevó de Míami al D.F. mexicano. Se amontonan las vivencias, don Isidoro, conserje de la Monumental , murciano y masón, Alvarito Albornoz y sus revoleras, Sarita Montiel que, en el cine, cada noche cantaba mejor aquello de “fumando espero” y Enrique Vera paseaba su palmito por los rincones verbeneros de Madrid, mi primo José Luis Cerezo hacía sus pinitos de aficionado práctico y acompañaba a Santiago Martín a ver películas de Cantinflas  y los mexicanos se empeñaban en crear una figura para oponerse al mandato del camero caminante, Jaime Rangel. No hubo modo. Camino triunfó y conquistó la “Rosa Guadalupana”, joya de puro oro que le mangaron cuando era sacado a hombros hacia la impresionante rampa que llevaba hasta la puerta coronada por el encierro del escultor valenciano Yuste. Hasta entonces, solo “Manolete” y “Cagancho” eran los españoles que habían mandado en aquellas tierras. Luego, “El Niño de la Capea”, Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, que se ha inspirado en los mariachis para vestir sus elegantes casacas y ha desechado las guayaberas de las Marismas andaluzas. Este señor de la navarra Estella lo ha cambiado todo en el arte de torear a caballo. Hacía falta.

 

4 de junio de 1970: Madrid. La tarde de los siete toros y las ocho orejas que cortó Paco Camino

 

Pero hoy mi objetivo era Paco Camino como fenómeno extraordinario de la Tauromaquia porque tengo la impresión de que los “llamados poderes fácticos” desvían su atención hacia otros objetivos y se olvidan hasta de que este año se cumplía el fatídico cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte. Existe una Comisión de homenaje a don Juan que ha organizado unos cuantos actos a su mayor gloria y, entre esos actos, figura la inauguración en la plaza de toros de Las Ventas de una placa de azulejos dedicada al centenario de la alternativa de “Joselito” y el cincuentenario de la muerte de “Juan Terremoto”, todo ello organizado por la Peña de “Los de José y Juan”. Discrepo. Está bien lo del hermanamiento de los antiguos “enemigos irreconciliables” a partir de la muerte de José, pero en las paredes de la Monumental madrileña creo que deben de figurar testimonios de sucesos ocurridos en su ruedo. José no pudo torear en esta plaza; Juan fue el que cortó las dos orejas y el rabo en la primera corrida de su inauguración oficial. La placa de azulejos debe estar destinada a recordar esta efeméride y la circunstancia de que el hijo de don Juan y el nieto de don Juan también salieron a hombros por la puerta grande de este templo de la Tauromaquia universal.

 

Estaba con Paco Camino y voy a continuar porque di con una poesía que le dedicó el bardo (¿?) de San Fernando, Cádiz, Mel Rodríguez Martín y que se titula “El torero Paco Camino en la plaza de El Espinar”: En este breve ruedo hay un camino/para librar la suerte a la memoria/y para andar del toro hasta la gloria,/a la luz del lucero vespertino./  Madura la sonrisa ya, y divino/el son de la muñeca transitoria, Camino va contándonos su historia/ante un toro veleto y astifino: /  La soleá que entona un ángel triste,/el canto de la fuente en la enramada/y el olor de arrayán con que se viste./  Un golpe de clarín da la estocada./Y abriéndose en el duende que le asiste/cae Sevilla, en sus manos derramada.

Le debo el hallazgo a Salvador Arias Nieto y su obra “El Siglo de Oro de la Poesía Taurina”, y a la casualidad, mi recuerdo. Presencie aquella corrida y me entrevisté con el de Camas aquella mañana en un hotel del vecino San Rafael. Se había anunciado una corrida de Antonio Méndez, sevillano y señor de Los Remedios, amigo de Diego Puerta y con ganado de procedencia murubeña. Poco pudo el camero y cambió los de don Antonio por una corrida de Santa Coloma. Diego, Paco y José Manuel  Inchausti “Tinín”. Me preguntó Paco que si había Guardia Civil en el lugar segoviano, a la salida del túnel de Guadarrama. Le tranquilicé. “Es que anoche me entró la nostalgia, me monté en el coche, me fui a la Cuesta de las Perdices y me senté en la piedra de no sé qué quilómetro a llorar. Y todavía me dura la morriña”. Creo recordar que Camino cortó cuatro orejas y Diego y “Tinín” se las vieron y desearon para acabar con sus toros. Eso tiene la casta de los de Santa Coloma, que no asustan por su volumen y armamento, pero hay que ser muy inteligente para dominarlos. ¿Quién duda de la inteligencia taurina de Paco Camino? Gonzalo Carvajal lo bautizó como “El Niño Sabio de Camas”. Y el niño se hizo hombre, perdió a su hermano en un ruedo y le dieron tres veces la Extremaunción. Pero al final, el eminente crítico (“más eminente que crítico”) le puso  el sello de la “mandanga”. ¡Cuántas injusticias se cometen en nombre de la verdad y la gracia chispera!

 

Admirado Paco Camino: Eres uno de los más grandes de nuestra entrañable Historia Taurina y el lunes, 4 de junio, se conmemora el hito de tu gran hazaña: siete toros, ocho orejas y la Puerta más Grande de par en par. Aleluya.    

 

    

 

 

  

Artículo de Benjamin Bentura Remacha

Periodista

Fundador de la Revista “Fiesta Española”

Escalera del Éxito 85