Probablemente sin ningún género de mala intención. Pero hace unos días, en un diario de Madrid para completar un chiste se acudía a una comparación no sólo injusta, sino además incierta. Para ridiculizar a un personaje de desmesurada notoriedad actual, se venía a decir que El Bombero Torero vivía de vender «mamarrachadas». Como gracieta no era lo más ocurrente; como término de comparación es lamentable, además de demostrar un desconocimiento notorio de la historia.

 

El santanderino Pablo Celis Cuevas, en los carteles “El Bombero Torero”, ha sido un verdadero personaje del mundo taurino, lleno además de humanidad, de una importante relevancia en toda la primera mitad del siglo pasado, como luego hicieron sus hijos y continuadores.

 

Con unos antecedentes de más de un siglo, el toreo cómico se desarrolla durante todo el siglo XIX e incluso antes. En los inicios del siglo XX comenzó poco a poco a ganarse el favor del público taurino. Personajes como Tancredo López Don Tancredo o Rafael Dutrús Llapisera, o formaciones como la Banda de El Empastre, marcan toda una época. En esta tradición engarza la figura de El Bombero Torero. Que no fue una anécdota lo demuestra la historia.

 

Un espectáculo que pasaba cada año de las 100 actuaciones, que en su haber tenía numerosísimos “no hay billetes”, que en muchísimas ferias era el verdadero apaga fuegos de los huecos que se habían producido en la taquilla, que permitió la formación de numerosos toreros que luego alcanzaron el entorchado de figura… Quien ha hecho todo eso, necesariamente se gana el respeto del mundo taurino, que es lo que ocurrió con Pablo Celis.

 

Fue a partir de 1953 cuando organizó su nuevo espectáculo de ‘El Bombero Torero’, en el que incorporaba en su grupo a ocho enanitos toreros. Tras 43 temporadas en activo, Pablo Celis se retiró en 196, pero el espectáculo continuó en manos de sus hijos Eugenio y Manuel y, en 2002, son sus nietos Rafael y Carlos quienes siguen la tradición.

 

Cuantos aficionados recuerdan aquella Banda de Música, dirigida por Pablo Celis, tras la que iban Eugenio –también vestido de Bombero–, Manolín con la gran eme en su camiseta –los dos hijos de Pablo–, el célebre Arévalo con su disfraz de Charlot –en otros momentos, de Cantiflas– y por último la cuadrilla de enanitos encabezada por Miguelín, que hacía las veces de matador.

 

No hace mucho contaba uno de sus nietos que “mi abuelo era un gran aficionado que quería ser torero, y estando en el teatro pensó en un personaje que pudiera gustar en los espectáculos cómicos de la época. La idea se le ocurrió trabajando en el teatro, en el que siempre había un bombero de guardia. Este hombre tenía un gran bigote y era muy peculiar y simpático. Mi abuelo se fijó en él para crear el espectáculo”.

  

La fórmula ideada por Pablo Celis fue un éxito total, tanto que abrió lo que bien puede considerarse como la “edad de oro” del toreo cómico. El Bombero estaba en todas las ferias, además bien colocado, y se llenaban las plazas todos los días.

 

Los cambios en los gustos sociales, pero sobre todo la aparición de otra serie de formulas parataurinas –desde los recortadores a los espectáculos ecuestres–, junto a modificaciones normativas que en nada beneficiaron al toreo cómico, hace que no ya no se viva esa época de esplendor. Con todo, los sucesores de El Bombero Torero no contratan menos de 50 actuaciones por año.

 

En su época, tuvo siempre una amplia competencia, como correspondía a la popularidad de estos festejos cómicos. El Toronto, El Gran Kiki, El Gran Tato, Don Canuto, El Chino torero… Pero en todos, la figura paradigmática era Pablo Celis.