El veterano novillero de San Cristóbal dejó en la retina los muletazos de más profundidad de la tarde, mientras que el tovareño se hizo de los presentes tras una labor voluntariosa y entregada, ante los ejemplares más potables del envío.

RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ

@rubenvillafraz

(SAN CRISTÓBAL, Enviado Especial).- La curiosa circunstancia de cerrar feria con una novillada da a entender el nivel y circunstancias por la que ha transcurrido la edición de este año de la cita taurina sancristobalence. La plaza casi vacía, albergaría poco más de 2500 personas en los escaños, fieles a ver las cualidades de la generación de relevo que vamos desarrollando en las canteras de las pocas escuelas taurinas del país, como es el caso de esta o la de Tovar, por mencionar algunas de las que nos quedan.

Abrió plaza las flojas embestidas de «Rubiense» del hierro de Rancho Grande, donde el espada a su cargo como fue Juan Gómez pudo hacerse por momentos intermitentes sobre el pitón derecho, con viajes que ofreció el mencionado utrero, donde la escases de fortaleza de remos condicionó labor. Ante él Gómez, pasó desapercibido y atropellado, a pesar de la mínima sangría que en el caballo le hicieron al morlaco. Voluntad y deseos de agradar, para finalmente despacharlo de dos viajes con el acero, para ser silenciado.

Los momentos más artísticos de la novillada vinieron a cargo del tachirense Antonio Suarez, quien venía de una larga pausa en su carrera novilleril, por cuestiones personales. Sabrosas fueron las verónicas para luego desgranarse con la muleta en series por la mano diestra ralentizadas y templadas que desplegaron aroma de toreo caro. Similares cotas se vieron por naturales en breves momentos, hasta que confiado, el utrero hizo por el torero, volteándolo aparatosamente sin consecuencias en los bajos de sombra. Una pena que dos pinchazos, tres cuartos traseros y contrarios de ración toricida, y tres descabellos dejaran su labor en sonoras palmas tras aviso.

Valor y entrega la demostrada por Jonathan Ortega, ante un cornalón ejemplar de La Consolación donde estuvo muy decoroso, si se quiere muy destacado para lo poco que ha toreado en los últimos meses. No escatimó en mantener firmes los pies sobre la arena, así como correr por momentos con gran eco en los tendidos los engaños, hasta que una espeluznante voltereta, que incluso hizo temer que lo hubiese calado por la ingle derecha, pasándoselo de pitón a pitón cuando le toreaba por la mano diestra, desarticulo el discurso que estaba ofreciendo en la arena, evidenciando los presentes el dramatismo y pundonor del mencionado coleta. La mala fortuna de ponerse pesado con el acero, necesitando cuatro viajes con el acero y otros más con el verduguillo, para recibir cerrada ovación tras dos avisos cuando pasaba a la enfermería tras la paliza que se había llevado momentos antes.

Uno de los representantes de la afición taurina tovareña anunciado fue Reymer “El Plata” Arellano, quien desde el capote supo conectar con el público, tras saludo por verónicas jaleadas, para luego quitar por gaoneras y afarolados en los medios, tras medido castigo en el caballo a cargo de Rene Quintaba tras buen puyazo en lo alto. Banderilleó con eficacia en tres pares, iniciando luego faena de muleta, sacando partido a las pocas entregadas embestidas del ejemplar de El Prado, el cual había sido brindado a su ganadero, Hugo Alberto Molina. Variedad y entrega la demostrada por el espigado coleta, quien a pesar de su limitado rodaje no arrugó al importante compromiso que significaba, para necesitar de pinchazo y estocada en lo alto para ver como el conclave presente le solicitara con ferviente razón la oreja que el palco denegó, invitándole a dar la vuelta al ruedo, que bien vale también como premio.

El jovencito Rando Delgado tuvo enfrente a un eral de San Antonio el cual le dejo ver destellos de su aún precoz e incipiente rodaje como novillero. El animalito que torearía serviría en parte a resaltar lo que pudiera ser si se aplica aquello de que el que va ser se asoma. Esperemos que sea así. El manejo de la espada es una materia pendiente a corregir, saludando desde el tercio tras aviso.

Cerró tarde la actuación del tovareño Cleiderman “El Moro” Méndez, ante un serio ejemplar, el cual nunca le dejaría estar a gusto, siempre marcado querencia a tablas, lo que hizo de su trasteo denso y monótono en su estructura y planteamiento por ambas manos. El astado le perdonaría errores técnicos de colocación y terrenos hasta que le voltearía de fea manera en los bajos del numerado de sol, sin males que lamentar, para despacharle tras un sainete con el acero, siendo silenciado tras un aviso.

Culmina así una edición ferial que deja muchos detalles a reflexión, que si no colocamos en contexto, pudieran ser el principio del final de una era y época para la que fue la gran feria taurina de Venezuela.