Con matices, pero lo piensas y es cierto: no hay nada nuevo bajo el Sol  … ni sobre los toros. En otros tiempos, principios del siglo XX, no había televisión pero Mosquera, empresario de Madrid, no quería pagarles más a los toreros por enfrentarse a toros de Miura. Unos diestros, entre ellos Bombita y Machaquito, se negaron a lidiar los toros de Zaheriche porque, para aumentar su negocio, el ganadero le ponía su hierro a todo lo que pasaba por allí y su camada no se acababa nunca. “Nosotros, señor Mosquera, toreamos lo de Miura  si nos paga más que en las otras corridas”. Don Ricardo Torres y don  Rafael González fueron borrados de la lista de Madrid y surgió “el pleito de los Miuras”. Muchos más pleitos hubo y habrá porque en esto de la fiesta española hay, como en lo laboral, dos bandos: empresarios y obreros; empresarios y toreros. Luego hay otros que se agarran a la cuerda (ganaderos, subalternos, apoderados y gacetilleros) pero los que tiran con fuerza son los que montan las corridas y los que las torean. El toro puede ser el símbolo  del trabajo, en este caso convertido en arte: torear es lidiar a un toro con arte. Y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.

 

Hay muchas noticias y su antesala, los rumores: el G-10 y los carteles de Sevilla y Madrid, el cierre de la plaza de toros de San Sebastián, Illumbe, por inspiración del grupo municipal de Bildu pese al pensamiento vasco de que fue su pueblo el que inventó el juego del hombre y el toro, la contratación de J.T., las ausencias de El Juli después de su apoteosis mexicana, los mosqueos deportivos franceses y las tribulaciones de su embajador en España, Bruno Delaye, melena rubia al aire de cualquier callejón de cualquier plaza de toros, o la apoteosis torera de Juan José Padilla que va a reaparecer con parche negro sobre su ojo izquierdo en Olivenza a principios de temporada y va a estar en todas las ferias de tronío: Valencia, Castellón, Sevilla o Madrid. El capitán pirata se sube al mástil de la nave capitana, mira por el catalejo y grita entusiasmado: ¡Tierra!  ( Es igual: es arena dorada, albero).

 

Todo fantástico, glorioso, bellísimo, interesante. Y, sin embargo, la noticia que más me ha sorprendido es la de que la empresa que se prevé que va a quedarse con el arrendamiento del coso Pignatelli de Zaragoza es la de Serolo, que, entre otras cosas, ha prometido que llevara a la capital del Ebro aragonés – hay más Ebros – al toro “Ratón”, toro que dicen que es de lo más fiero, que a sus quince años (algunos insinúan la existencia de un clon) está como si fuera cuatreño, que tiene dos muescas marcadas en sus pitones correspondientes a la vida de dos insensatos que intentaron burlarle y que no se mueve en balde, solo si puede hacer carne con sus bien  formados pitones. Antes, cuando un toro producía la muerte de un torero, se mataba hasta la vaca que lo parió. Pero tampoco esto es nada nuevo bajo el sol: hace muchos años, en el primer tercio del siglo XX, por las plazas de carros y tablones de Las Cinco Villas de Aragón corría una vaca a la que unos llamaban “La Peluda” y mi padre nombraba en uno de sus artículos como “La Pelos”. Era una birria de vaca, pero tenía las mismas intenciones que “Ratón”: esperar hasta tener la pieza a punta de pitón y, en algún caso, sacar a bocados al atrevido de entre las ruedas de las galeras y rematar la tarea con un certero derrote. Morbosos ayer y hoy, “Ratón” y “La Pelos” resultan importantes  bazas para el desarrollo de la fiesta. La Zaragoza de don Francisco, el exiliado, piensa en el parto ( un ratón ) de los montes, los del  Moncayo o la Sierra de Santo Domingo, en Longás, estos días cubiertos de una nieve que no sé si nos dejará agua para el verano. Así cantaba “Barico” a “La Pelos” en un libro, “Mirador”, publicado en Madrid en 1950:

 

Esta tarde habrá miedo

en todos los rincones de la plaza;

miedo de patas negras,

miedo de alas pesadas,

miedo viscoso y frío

que pasmará las almas,

porque “La Pelos” tiene ya su historia,

historia voceada

con teorías fúnebres

de una aureola trágica.

 

Ha muerto Antoni Tapiés, según algunos, “el mejor pintor del siglo XX”. Me  enseñaron de pequeño, cuando los profesores del instituto “Ramiro de Maeztu” nos llevaban al Museo del Prado, que nunca dijera si una cosa era buena o mala, un cuadro, una escultura, una casa, una cosa. Podía confesar tímidamente que me gustaba o no. Pero desde que Marcel Duchamp convirtió un urinario  de loza en una “Fuente” ya hasta es posible que un calcetín gigante con “tomate” y todo o una bandeja con una soga y una cruz  son obras de arte. Las cruces de Tapiés, dicen los expertos, no son símbolos cristianos.  Y el salto de la rana ¿qué? Que conste que a mí me gustan Pepe Luis, Curro Romero y Morante de la Puebla, triunvirato de la quintaesencia de la lucha del hombre con el toro.

 

Otro tema que me tiene sorbido el seso es el del lenguaje. Al margen de que en las emisoras en las que se habla español se nombre o Yirona, Lleida y Ourense por Gerona, Lérida y Orense, me trae a mal traer los del “hat trick” (la trampa del sombrero) del fútbol (balompié) o el doble-doble del  baloncesto ( ¿será el cuadruplé?). Con lo bonito que es “subirse a la tapia”, “taparse tras el burladero”, “ver los toros desde la barrera”, “apretarse los machos”, “para torear y casarse hay que arrimarse”, “no me torees”, “los cuernos y los dientes duelen al nacer pero luego hasta sirven para comer”, “tener mano izquierda”, “coger al toro por los cuernos”, “brindis al sol”, “las cornadas donde más duelen es en la cartera”, “soltar trapo o dar largas”, “no me toques los costados”, “estar para el arrastre”, “tragarte un embolao”,” hacer novillos”, “ser un maleta”, “dolerse al castigo”, “estar fuera de cacho”, “pinchar en hueso”, “vergüenza torera”, “torear desde la barrera”, “blandear al hierro” o “crecerse al castigo”. ¿Me entienden? Es que hablo español.       

 

 

 

Artículo de Benjamin Bentura Remacha

Periodista

Fundador de la Revista “Fiesta Española”

Escalera del Éxito 85