DESDE CUÁNDO

La Tauromaquia forma parte del patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles, en cuanto actividad enraizada en nuestra Historia  y en nuestro acervo cultural común, como así lo demuestran las Partidas de Alfonso X el Sabio, que ya en el siglo XIII contemplaban y regulaban esta materia.

BOE 13 de noviembre de 2013

Así comienza el texto que publica el Boletín Oficial del Estado después que el Senado aprobara el pasado 6 de noviembre la Tauromaquia como Patrimonio Cultural, aclarando el panorama sobre el tema al tiempo que impulsa, en el plazo de tres meses,  la inclusión de los Toros en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.

Por ello, al hilo de esta noticia puede ser un buen momento para recordar estos orígenes, que arraigados en nuestros antepasados, forman parte de la expresión popular de España, empezando por aquellos que se encuentran a medio camino entre la leyenda y la historia.

Partiendo del título de este corto escrito, hay que empezar con una aclaración; los historiadores y estudiosos del tema no se ponen de acuerdo; pero no es menos cierto que, gracias a los restos arqueológicos y a algunas referencias documentales se puede hacer una aproximación partiendo de dos puntos claves:

–      La existencia del animal

–      La relación del hombre con ese animal

En cuanto al primero se conoce la existencia de una raza salvaje de bóvido, el urus o uro que, procedente de Asia, se dispersa por diversas regiones del continente europeo y llega hasta la Península Ibérica , como lo demuestran los restos óseos encontrados en diferentes zonas de la meseta castellana. En este animal puede verse un antecesor del toro bravo o de lidia que fue criándose desde antiguo.

Durante la Edad Media, en la provincia de Valladolid, se tiene conocimiento que partiendo de una vacada, se seleccionaron animales  para que adquirieran las características y cualidades que definen los toros de lidia, dando lugar a una raza autóctona que empezó a utilizarse en los espectáculos taurinos.

Otras regiones se fueron sumando a esta ganadería selectiva, dando origen a las castas fundacionales, que hoy pastan en Andalucía, Navarra y Castilla.

En lo que se refiere a la relación del hombre con el animal, es lo que más nos interesa y lo que conformará, con el paso de los siglos, la Tauromaquia Española.

Muchos pueblos, en diferentes puntos geográficos, mantuvieron este nexo, así nos lo demuestran las más variadas representaciones en vasijas, pinturas o relieves, de los egipcios, hebreos, cretenses, griegos o romanos.

Por qué o para qué mantenían este vínculo está motivado por la propia esencia del hombre, desde lo más banal hasta lo más profundo de su existencia.

–      Cacería, para cubrir una de las primeras necesidades como es la alimentación.

–      Lucha, donde la destreza y habilidad del hombre se enfrenta a la nobleza y bravura del animal para demostrar así su superioridad.

–      Sacrificio, de carácter funerario.

–      Rito, buscando apoderarse de las propiedades del animal, tales como fecundidad o valentía.

–      Espectáculo, entre animales de la misma o de otra especie.

 

Aunque una de las más antiguas y conocidas representaciones del hombre y el toro nos la haya dejado la civilización  cretense en el Palacio de Cnosos (1500 a.C), no parece que haya tenido una clara repercusión entre nuestros antepasados.

En el caso de la Península Ibérica, estas actuaciones se dan desde los primeros pobladores hasta ir, poco a poco, desembocando en el espectáculo de las corridas de toros.

Desde la época de Tartessos (X a. d. C.) se tienen imágenes en relieves y diversos útiles de la figura de este animal, pero luchando entre sí, sin la representación de la figura humana.

De los que si hay referencias de un hombre enfrentándose a un toro es de los Iberos (IX a.C.), en la hoy desaparecida “Estela de Clunia” (provincia de Burgos), que representa a un hombre armado con pica y escudo frente a un toro; muchos taurómacas han querido ver en este relieve la primera faena taurina.

Los pueblos celtas (VIII a.C.) que habitaron nuestra geografía, dejaron en varias provincias castellanas los verracos, aunque en este caso se cree pudieron tener una simbología funeraria.

Igualmente los romanos que, durante la invasión trajeron de la metrópoli, el espectáculo con toros para circos y anfiteatros, pero más como castigo o sacrificio.

Los pueblos bárbaros, no aportaron ninguna tradición taurina ni culto, pero tampoco la asumieron de los territorios invadidos.

Desde la Edad Media ya existen documentos escritos sobre esta relación hombre/toro; son abundantes los poemas o crónicas que nos relatan lances taurinos.

Dejando atrás el siglo XV, la presencia del toro se hace más frecuente en pueblos y ciudades, el florecimiento de ferias y fiestas favorece estos juegos, que, en un principio, se asemejan más a los torneos que a las corridas; participan los nobles que practicando la lanzada a caballo, demuestran su valor y prestancia.

El siglo XVII ya presenta novedades que se van acercando a lo que podríamos llamar toreo tradicional. En cuanto a los espectáculos a caballo la lanzada va dejando paso al rejoneo, al tiempo que va apareciendo el toreo a pie, que desde el siglo XIV se practicaba en Navarra y Aragón; al resto del territorio lo extendieron criados y gente del pueblo que intervenían, junto a los nobles como ayudantes y protectores, frente a las embestidas del animal, su única defensa consistía en una capa que llevaban sobre el brazo y un cuchillo.

Con el XVIII llegarán los grandes cambios; en primer lugar los protagonistas ya no serán caballeros de  la nobleza, que preferirán ver los toros desde la barrera,  ocuparan su lugar en la arena los toreros de a pie que se irán haciendo un nombre y una fama combinando, en los primeros momentos, espectáculo y faena taurina para dejar, con el paso del tiempo, los más bellos pases, quites y lances, creando escuelas, haciendo reglamentos y escribiendo tratados de tauromaquia. Es también en estos momentos cuando se construyen las plazas estables y se va confeccionando el traje y los instrumentos que acompañaran al matador en sus tardes de gloria.

Pero eso lo dejamos para otra ocasión.

Mª José Fernández Sordo

Historiadora