Esta temporada que cierra hemos de añadir el quinto camino: el duende misterioso que esconde la percepción taurómaca de Morante, el maridaje entre el conocimiento de las suertes y el arte efímero en cada uno de sus hondos y líricos pases, obras poéticas para la eternidad.
 
Fuente: Del Toro al Infinito
Morante no es sólo esencia, arte y duende. Así nos lo ha mostrado en su atípica y completa temporada. Frente a los matadores técnicos, dominadores y arrolladores, José Antonio nos ha dado una gran lección: el abanico del arte es infinito. Con el arte del birlibirloque por bandera, hemos podido disfrutar de lo realizado con maestría y como por arte de magia. Morante propone y Dios dispone. Y de qué manera. Revolucionando la que ha sido la temporada más singular de cuantas se recuerdan y dando un soplo de aire fresco a una Fiesta Nacional cada día más denostada y castigada.
Hemos podido ver a un torero romántico enfrentarse a lo que, a día de hoy, parecía inimaginable, la diversidad de encastes: los toros de agudo sentido de Prieto de la Cal, procedentes de la casta vazqueña, nada menos que en solitario en la plaza del Puerto de Santa María; las reses Santacolomeñas de Ana Romero, caracterizadas por su temperamento y exigencia en la suerte de muleta; la casta Buendía de la Quinta; los “patas blancas” de Galache, procedencia Urcola-Vistahermosa, de cuya ganadería dijo Curro Romero después de una corrida en Villacarrillo que “había aprendido a torear con los toros de Paco Galache”; o la dura casta Cabrera de los afanosos y recelosos Miuras de Zahariche.
En todas y cada una de sus actuaciones, jamás ha perdido la esencia de su concepción del toreo clásico, hondo y templado. Es más, ha demostrado a todo el escalafón que está donde está porque así lo quiere y puede. Y eso sólo está en las manos de unos pocos elegidos. Lorca, en Juego y teoría del duende, señalaba:
 “Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo de la plaza, a poetas, pintores y místicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.”
Esta temporada que cierra hemos de añadir el quinto camino: el duende misterioso que esconde la percepción taurómaca de Morante, el maridaje entre el conocimiento de las suertes y el arte efímero en cada uno de sus hondos y líricos pases, obras poéticas para la eternidad.
Si el 17 de mayo de 1949Luis Miguel Dominguín se autoproclamaba número uno del toreo, el 16 de octubre de 2021 es el público, soberano, quien otorga simbólica y realmente el trofeo de number one al titán de la resurrección gallista. Y a quien aún le quepa duda alguna, que se busque otra forma de entretenimiento porque el morantismo, el nuevo dogma del siglo XXI, no es apto para cualquier sensibilidad. Se trata de una forma de ver y entender la fiesta, cuestión de auténtica fe, incluso fanatismo. Heredera directa del currismo, esta religión lleva por bandera el lado más artístico, pinturero, clásico y puro de la tauromaquia, insuflando aire fresco a una fiesta que hace estragos por la mediocridad de su producto y productores. Por ello fue necesaria la venida del mesías, pues Morante es de todo menos mediocre. Estética, profundidad, cánones y belleza de toreo romántico, dentro y fuera del ruedo. De gloriosas espantás a tardes sublimes. Y la religión, como la fama y el éxito, no lo olvidemos, se establecen por aclamación popular.
¿El colofón a todo lo anterior? La concesión por parte del Ministerio de Cultura del Premio Nacional de Tauromaquia al artista de artistas por su “renovación del toreo clásico y su compromiso con la tauromaquia” reconociéndolo con el número uno que le corresponde. Y a su toreo como Patrimonio Cultural de todos los españoles. Lo que es la Fiesta, mal que les pese a algunos.