Le he cogido el gusto a esto de volver la cabeza atrás y recordar aunque me vuelva estatua de sal. Más bien voy para momia mal enterrada porque, a mi edad, no se puede ir metiendo el dedo en el ojo de los demás.

 

Pero es que estoy vivo, siento los hervores de la afición y me molestan muchas cosas, muchos lugares comunes y no pocas fantasías de los que creen que van a salvar la fiesta. Y la fiesta solo se salva con toros y toreros. Pero toros bravos y toreros con ganas de torear. No es admisible que una figura tan relevante como José Tomás esté ausente de Valencia, Castellón y Sevilla y el empresario de Málaga confiese que no aparece en los carteles de su plaza porque el de Galapagar no quiere hacer el paseíllo. No por dinero, ganaderías o compañeros de cartel. No quiere. ¿Lo dejará todo para Madrid? Sigue sin ejercer como tal figura del toreo. Y lo que me alegró estos días es que le dieran a Woody Allen el Oscar al mejor guión original por el de su película “Midnight in París” (“Medianoche en París”, en español,  o ”Au milieu de la nuit à París”, en francés).

 

¿Y la razón de esa alegría? – se preguntarán mis pacientes lectores.  Muy sencillo: que en la vuelta a los años 20 del siglo pasado del protagonista de la película se encuentra con Hemingway, Picasso, Luis Buñuel, Dalí, Juan Belmonte y Gertrude Steín, esta última fue la que le recomendó a Papa Ernesto que fuera a Madrid a ver una corrida y en ese festejo actuaban dos aragoneses, Nicanor Villalta y el primer, aunque no auténtico, Gitanillo, Braulio Lausín, el de Ricla. Gitanillo de Ricla para distinguirse de los que vinieron después, los de Triana. He hablado de Hemingway, que el año pasado por el mes de julio se cumplió el cincuentenario de su muerte, y quiero hacerlo de Juan Belmonte, cuyo trágico cincuentenario se conmemorará el próximo día 8 de abril. Celebramos, más en el sentido de festejar, también por estos días, el 6 de marzo, el 150 aniversario del nacimiento de Rafael Guerra “Guerrita”, que no es efeméride como para olvidar y el 20 de abril la misma cantidad de años de la muerte de “Pepete” en Madrid.

 

Para estos acontecimientos vuelvo a echar mano de la revista “Fiesta Española” que yo fundé y dirigí no sé si dignamente, pero les aseguro que con un entusiasmo digno de mis treinta años. Primero recordaré a la murcianica Encarnita López Molina, de cuya mano vino a “Fiesta” Manolo F. Moles, que murió muy joven de leucemia y que en estos tiempos hubiera arrasado en los medios más exigentes de la llamada “prensa del corazón”. Lo mismo entrevistaba a Sofía Loren que a Fabiola Mora de Aragón, reina de Bélgica, ganaba el concurso de “Guapa con gafas” o me presentaba al arquitecto cubano Bernardo Díez, que hizo sus pinitos de novillero como “El Guajiro” y bailaba el “agarrao” con “El Cordobés” ante las becerras, magnífico contrapunto de la doctrina purista de “Fiesta”, y, años después, me pedía que le propusiera a Arturo Beltrán techar la plaza de toros de Zaragoza con una cubierta de madera. Edmundo González Acebal, orador sagrado que explicaba los toros como si estuviera en el Sermón de las Siete Palabras y que decía en la peña de “Los de José y Juan” “que “Manolete” fue el triunfador de una época decadente”. Las charlas de este prestigiosa peña taurina las presidía don Joaquín Casas Vierna y, a veces, aparecía por allí la duquesa de Alba, que el año anterior, 1961, encabezó a caballo el paseíllo de una corrida goyesca, el conde de Villafuente Bermeja, padre del torero y ganadero Sancho Davila y presidente de la Federación de Fútbol cuando aquello de “hemos ganado a la pérfida Albión”, el señor Elola, delegado de Deportes y el resto de componentes de “Los de José y Juan”, los Bollaín, Fernández Salcedo y Fidel Perlado, belmontista de hueso colorado. La Casa de Córdoba, por el entusiasmo torero de mis amigos Fernando Sánchez Murillo y José María Mialdea, también formó una estupenda peña taurina y creó unos trofeos para los triunfadores de San Isidro que me parece que todavía perduran. Presidía esta entidad don Felipe Solis Ruiz, hermano del ministro al que se le conocía por “la sonrisa del régimen” y a cuyas tertulias y conferencias acudían don Carlos de Larra “Curro Meloja”, su sobrino político Lozano Sevilla, Vicente Zabala, Joaquín Jesús Gordillo, Rafael Herrero Mingorance y Lisardo Lozoya Escribano, un cartero apasionado por el toreo de Manolo Vázquez, al que un día le lanzó al ruedo su tremenda valija profesional con los dineros de giros y las cartas correspondientes, y que escribía crónicas y artículos en la revista. Por aquellos días se jubiló en “Informaciones” don Cesar Jalón “Clarito”, un riojano conocedor profundo del flamenco y prodigioso comentarista taurino, y el 15 de marzo se publicó el Nuevo Reglamento del que aseguran que no opinó Juan Belmonte porque tampoco se había leído el anterior. ¿Ustedes creen que para ser un buen torero es necesario saberse el Reglamento, ahora “los Reglamentos”?

 

Pero la tremenda noticia se conoció la noche del domingo, 8 de abril de ese año de 1962: Juan Belmonte había fallecido en su finca de “Gómez Cardeña”, en el término sevillano de Utrera. A la finca había llegado en aquella mañana con su chófer y dos señoras que le atendían para su alimentación, arreglo de la casa y aseo, Asunción y Dolores.  Había montado a caballo, acosado algunas reses, almorzado y reposado tras esa comida y leído los periódicos. Hacia las 8 de la tarde, cayó por la escalera de su residencia (eso dijo la agencia EFE) y no se sabía si como consecuencia de un angina de pecho o por el golpe que se produjo en la caída había fallecido. Le atendió inmediatamente su administrador, Carlos Navarro Pérez (más pienso que era José de los mismos apellidos, un novillero natural de Olivares, Sevilla, que se retiró después de una fuerte cornada que sufrió en la madrileña Carabanchel)  que avisó al párroco de Santa María de la Mesa, don Miguel Román. A las 10 de la noche llegó a la finca desde Sevilla el hermano de Juan, Rafael, médico, que declaró que no podía dar pormenores del  sorprendente desenlace. También hicieron acto de presencia su sobrino Manuel Alonso Belmonte y mi colaborador Luis Bollaín. A mí sólo me quedaba la mañana del lunes para preparar el número de “Fiesta Española” que salió el martes 10 de abril con una impactante portada. Un primer plano del rostro barroco de don Juan que me prestó Fidel Perlado y en el que se adivinaba una personal dedicatoria fue la portada toda en negro, sin el rojo habitual de la mancheta.

 

Impresionante. En el Cossío figura reproducida a toda página y como referencia a mi publicación. En ese número venía un artículo de Bollaín, Luis, en el que afirmaba que el temple era el eje de la gran revolución torera alumbrada por Juan. “Concordancia de movimientos, sí; pero con ejecución lenta y soberanía sobre el toro”. “Puedo asegurarle – le confesaba Belmonte a Bollaín – que mi temple –lentitud arranca de un sentimiento íntimo de pura sustancia artística. Yo  concebí el toreo como la antítesis de la lucha, de la brusquedad de la violencia, de la rapidez”. Este artículo de Luis Bollaín lo recibí  el viernes anterior al domingo trágico. La tragedia, base de la vida y hasta de la fiesta. Sobre todo de la fiesta, de los toros. Ayer, hoy y siempre. Sea la tragedia definitiva o la tragedia circunstancial superada momentáneamente como en el caso de plena actualidad que ha sido la vuelta a los ruedos de J.J. Padilla con un parche en el ojo izquierdo y su habitual mal gusto en el vestir de torero: corona de laurel sobre el verde esperanza de una realidad comprobado a lo largo de los muchos años de alternativa del jerezano. ¿Ha cambiado algo? El símbolo: el parche de color catafalco, al gusto de Fernando Fernández Román, inventor también del burladero de la segunda suerte. Vicente Zabala, atento a la actualidad, escribió sobre la “Brujería Torera” de don Juan Belmonte, al que había conocido seis años antes, el  niño Vicente, de la mano del conde de Colombí, los Bollaín, Fidel Perlado y Joaquín Casas Vierna, cuando ya bebía los fervores de la casa del “Papa Negro”. Pero el homenaje de Fiesta Española a la memoria del “Terremoto de Tríana” que no nació en ese barrió sevillano, vendría al número siguiente. Sobre un precioso dibujo en colores de Rafael Amézaga el lema “Duende y misterio de Juan Belmonte”. Ahora también lo dejo para mañana. Por aquel entonces, estaban prohibidos los suicidios en España. Lo de Hemingway había ocurrido allá lejos, al otro lado del Océano.   

 

 

Artículo de Benjamin Bentura Remacha

Periodista

Fundador de la Revista “Fiesta Española”

Escalera del Éxito 85