Esta frase ‘me gustan los toros’, es muy común entre muchos ciudadanos españoles, pero también entre otros muchos ciudadanos del mundo, donde, por supuesto, destacan nuestros hermanos de América y, más cercanos, los de Francia y Portugal.

Esa simple frase, que forma parte del ideario y tradición española, es perseguida en la actualidad por quienes mantienen que no les gustan. Si bien es cierto, que los que dicen que no se refieren a la tauromaquia, no al animal. Por el contrario, quienes decimos que ‘me gustan los toros’ nos estamos refiriendo a las dos cosas, los animales y la tauromaquia. O lo que es igual, queremos al toro pero tal y como es, su desarrollo y crianza, no como un animal a conservar en un zoo, despojado de todo lo que conlleva su vida en la dehesa.

Nosotros queremos la dehesa y ‘de-esa’ manera no los quieren ellos, pues nada dicen ni aportan a la hora de ‘liberarlos’ de la parte que les toca en la tauromaquia. Pero lejos de los gustos, legítimos por otra parte, esta la intolerancia, la persecución por mantener nuestras aficiones.

Me gustan los toros desde niño, lo que es tanto como decir que forman parte de mi ya larga vida. También me gustan los teléfonos móviles o internet, pero a eso, y a otras cosas, no las puedo encuadrar en el ‘toda mi vida’, lo que viene a reflejar que hay cosas que forman parte de las tradiciones y costumbres, ya les gustaba a mis padres y abuelos, y que otras son fruto de los avances tecnológicos o simplemente producto de una moda.

Una vez dicho esto, también podríamos considerar como moda esta recién intolerancia con la fiesta brava. Va unida, de forma muy visible y palpable, con otros gustos emergentes, ya sean en la política o en parte de la sociedad. Se trata de que las cosas parezcan algo pero que no sean ni la realidad ni lo que antes se venía haciendo; como un ejercicio de prestidigitación… o de cinismo. Recientemente la celebración del día de los Reyes Magos ha dado muestras de ello. Fiesta de claro origen religioso que, despojado de esa raíz, puede llegar a ser un esperpento.

Los toros, a poco que nos dejemos, es en lo que lo quieren convertir. Lo que pasa aquí, es que curiosamente, ese acercarse al esperpento se viene practicando desde dentro, desde muchos de los que dicen ‘me gustan los toros’, no desde los que piden su abolición.

Me gustan los toros… pero luego en la práctica les vamos despojando de su propia naturaleza animal, de su fiereza, de su casta -me suena eso de eliminar las castas- para convertirlas en otras castas más al gusto de los que manejan la tauromaquia o la política.

Seamos serios. ‘Me gustan los toros’ ha de ser una bandera de enganche, pero siempre alejada de atajos o trucos. A ese ‘me gustan’ debemos aferrarnos, pero exigiendo que nadie le cambie la naturaleza a ese convencimiento, que nadie adquiera ventajas, a veces en claro exceso, a la hora de practicar con esos toros el toreo, la tauromaquia final, que es a la postre a donde nos conduce ese ‘me gustan los toros’.

Proclamemos nuestra fe, pero sin renunciar a su esencia, la casta. Esa casta que molesta, podrá ser arrinconada en otros terrenos, pero nunca en los toros, por ser su propia naturaleza y lo que nos gusta.

Imagen: José Mª Fresneda