Nada más cuestionable que haber redactado unas exigencias de obligado cumplimiento para gestionar una plaza de toros en las que no hayan participado, en su análisis, personalidades relevantes del sector. Sin encomendarse a Dios, unos políticos sin más ideas en sus cerebros que las meramente económicas han bendecido un pliego administrativo mirando hacia atrás. La incidencia de inmersión en el ministerio de cultura no enseña la patita por ninguna esquina. La reflexión conduce de forma súbita la concesión a la misma empresa caótica y fracasada. Con un solo párrafo han eliminado a cualquier osado empresario que se considerara cualificado para competir en igualdad de condiciones. La jugada del conejo Abella para eliminar sus paranoias ha sido juntar a los hambrientos litigadores posibles en un monopolio fiel y agradecido en donde todos se lleven su tajada, se acaben las querellas por prevaricación y solamente recojan el grano. La parva será aventada por los tres lobos para consumo de los espectadores. ¡Ya los vale! Han dejado el toreo reducido a la mínima imaginación y sin esperanza de mejoras. Sobre el cielo de la plaza de Las Ventas sigue la sombra, solo que a partir de ahora multiplicada por tres.

 

En ninguna manifestación cultural humana se prodiga tanto la palabra, aficionados como en todo lo relacionado con las corridas de toros. Sabemos que no son la totalidad de los que llenan los tendidos los que entienden el arte de torear, pero individualmente, solo con asistir se les considera afición. Los mismos matadores al hacer el brindis, ¡Va por la afición! y se giran en redondo. No dicen, va por el público asistente. Esto es otra prueba palpable de que no se distingue entre la concurrencia y los entendidos taurinos aunque sean superiores, básicos o elementales. Asimismo, tampoco se diferencian las clases de espectadores, su aspecto, su inteligencia o su color político, todos somos iguales a los ojos de la Tauromaquia. ¡Hay algún acto más democrático!.

 

Los empresarios modernos tropiezan con dos acepciones para diferenciar a los espectadores y le resulta difícil determinar quienes les interesan más, los aficionados entendidos que saben cuando los engañan o el público en general que no se entera. A estos empresarios “recogepelotas” los da igual, no sienten nada por nadie, solamente se emocionan cuando se cuelga el cartel de no hay billetes en la ventana de la taquilla. Es la pura esencia del nuevo pliego político antitaurino.

 

La fiesta ha tomado un derrotero falto de escrúpulos que no permite disfrutar de una afición que se fundamenta en la diversión. Parece dirigida a un público con mente dispuesta a aceptar como excelente todo lo que sucede en el ruedo. Los aficionados son especie a extinguir antes de que su espíritu les lleve a una protesta que acabe con la mandurria, el fraude y el abuso en el precio de las entradas. Es posible que la falta de atención a cualquier sugerencia para mejorar, la impotencia y el robo, hagan que se olvide la responsabilidad que tenemos los aficionados en la defensa de las corridas y muera, por inanición, el toro de los “güevos” de oro.

 

Sin duda, los aficionados hemos dejado de jugar un papel importante en los toros. Los toreros, los ganaderos y los empresarios quieren engatusarnos asegurando que son ellos los que hacen sacrificios extraordinarios en aras de mantener la afición. No piensan que los aficionados también, además de aguante, tenemos inteligencia.

 

La Empresa de Madrid, con su tres lumbreras empresariales, no necesita ni de aficionados, ni de inteligencia, pero si de críticos que nos confundan, viejos abonados que son carnaza de taquilla, espectadores en estado de inocencia y vender muchas entradas. Ahorrar en la categoría de los carteles, en la divulgación de la fiesta y repartirse el botín al final de temporada.

 

Para los comuneros de Las Ventas no existe arte, cultural, tradición, ni romanticismo solamente la cantidad de espectadores que llenen la plaza. Ni se dan cuenta de que ellos son alguien gracias al respetable público al que tan poco respetan.