PATRICK MODIANO, el reciente nobel francés, ha hecho la siguiente afirmación: “Tengo miedo a descubrir que siempre he escrito el mismo libro. Somos prisioneros de  nuestra imagen, igual que somos prisioneros de nuestra voz”. Empecé a escribir de toros en 1951 y en 1953 publiqué, basado en la partida de matrimonio que se conserva en el archivo parroquial de Ejea de los Caballeros, que Antonio Ebassun Martincho era natural de Farasdués, un pueblo a 14 kilómetros del que ahora se considera cabeza de la comarca de Las Cinco Villas de Aragón. El argumento lo he repetido una y otra vez a lo largo de estos últimos años para rectificar  someramente lo manifestado por Ignacio Baleztena Azcárate y José María Cossío que lo consideraban ejeano y para descalificar a Luis del Campo que lo hacía todo navarro,  Velázquez y Sánchez que se inclina por Guipúzcoa, Peña y Goñi, Anasagasti, Arocena y algunos más que amparaban la existencia de un fantasmagórico Martín Barcaiztegui, decían que nacido en Oyarzun y fallecido en Deva. Menos mal que otro guipuzcoano, Felipe García Dueñas, recién salido del seminario, llegó a Farasdués en los años 80 del siglo pasado y, con vocación y paciencia investigadora, reconstruyó pieza a pieza el gran rompecabezas de las vida de Antonio Ebassun Martincho, al que retrató y grabó Goya porque en sus tiempos jóvenes, los de Goya, el de Farasdués era el torero más famoso que se paseaba por los ruedos de España. Al devenir de la Historia, no cabe duda de que Martincho interesa más porque Goya lo reflejó en su obra física y artísticamente, con lo que llegamos a la conclusión de que es cierto que el de Farasdués es el primer matador de toros español con rostro y biografía, estilo y personalidad.

En auxilio de mi flaca memoria ha venido estos días Fernando García Bravo, investigador de la Biblioteca Nacional y Escalera del Éxito 202, que me ha facilitado la copia de tres cartas que se cruzaron entre el secretario de la ciudad de Pamplona, Valentín (con b)  Pérez, y Martín Ebassun, torero de Ejea. En la primera de 14 de septiembre de 1739 se le comunica que, con ocasión de la venida de la infanta de Francia, se va a celebrar una corrida de toros en el mes de octubre y se cuenta con su participación y cinco compañeros. Martín Ebassun contesta el 26 del mismo mes, muestra su disposición para cumplir lo que se le ordene y que se encontraba en Zaragoza para participar en la corrida del día 5 de octubre y otra el día 14 de ese mismo mes. La tercera carta está fechada desde Pamplona el día 30 de septiembre y se les ordena a Martín y su cuadrilla que estén en la ciudad el día 8 de octubre. La infanta podía ser Luisa Isabel o Ana Enriqueta, hijas de Luis XV, Rey de Francia y de Navarra, y la princesa polaca María Leszczynska, con la que tuvo once hijos. Es curioso que, en ese mismo año, Martín Ebassun también fue requerido para actuar en Tudela a finales del mes de abril con motivo del viaje de “la Reina viuda Nuestra Señora” que venía de Pamplona y se dirigía a Guadalajara. Se trataba de Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, exiliada en Bayona y amnistiada por la intercesión de su sobrina Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V. Fue el último viaje de Mariana puesto que murió en la capital de La Alcarria el 16 de julio de 1740. Martín, de naturaleza navarra,  era el padre de Antonio, ambos zapateros de oficio, murió en 1745 y a partir de 1747 es el propio Antonio el que capitanea la cuadrilla de toreros ¿aragoneses? ¿navarros? O puede que riojanos. Otro hito en la carrera de Martincho son los festejos que se celebraron en honor de Carlos III en la plaza del Mercado a su llegada desde Nápoles a Zaragoza en octubre de 1759, para, ya en Madrid, acceder el trono de España. Y, como colofón de su larga carrera, su participación en la inauguración del coso de Pignatelli en 1764, a la que asistió Goya, quién también pudo ver a Martincho en Madrid con ocasión de su viaje a la Corte para realizar el examen de ingreso en la Real Academia de san Fernando, cuando le jugó una mala pasada su cuñado Bayeu y eso que todavía no habían aparecido en los ruedos Pedro Romero y Costillares. En 1767, treinta y tres años en activo, participó en las fiestas de San Fermín, a las que acudió en veintiocho ocasiones.

Como a Modiano, me da la impresión de que esto ya lo había contado antes. Eso sí, gracias a García Bravo le he sumado nuevos matices.

    

 

 

Periodista
Fundador de la Revista “Fiesta Española”
Escalera del Éxito 85