La adolescencia es la etapa de la vida donde las ilusiones empiezan a materializarse, época de saborear las primeras libertades con la pandilla de amigos, fiestas y reuniones de fin de semana. Así es la adolescencia normalmente para todos, para todos menos para los niños que quieren ser toreros.

Qué diferentes son del resto los que sienten la llamada del toro. Para ellos los fines de semana se convierten en madrugones, kilómetros por esas carreteras de Dios en busca de algún tentadero, entrenamientos todos los días después de sus clases escolares…….

 

Anhelos, ilusiones, decepciones y espíritu de sacrificio, sentimientos que también son vividos intensamente por sus padres. ¿Se han parado a pensar que tipo de emoción embarga a una madre cuando su hijo, un niño aún, le dice: ¾Mamá, quiero ser torero?

 

El toreo un arte y a la vez una filosofía de vida, sentimientos a flor de piel, noches sin dormir ante una cita importante, la emoción del triunfo y el dolor y la impotencia ante el percance.

 

Tarde de sol y sombra con el corazón encogido viendo el portón de los sustos abierto. Son niños como otros cualquiera, sí y no, con tan solo verles andar y su forma de vestir los identifica como toreros, tienen un porte diferente a los demás, hasta la música que escuchan es diferente a la preferida por sus amigos.

 

Así es la adolescencia de los niños toreros, así ellos la escogieron, pero que si la suerte les acompaña llegarán a ser figuras del toreo. Han escogido la profesión más dura y a la vez más bonita del mundo, profesión de sentimiento y entrega, de alegrías y sinsabores, de grandeza y fama, de arte efímero que tan solo puede quedar plasmado en la retina del aficionado.