Pepe «El de los Hurones», encendiendo una vela a San Rafael del Puente.

 

Los Piconeros Cordobeses

Es el título de un libro, de temática costumbrista, que narra la negra vida de los “tiznaos» cordobeses, escrito por José Cruz Gutiérrez, militar, escritor y amigo personal de quien escribe. Mi conocencia con el escritor amigo, tuvo lugar en la cervecería “Coto» que, por aquellos años, dirigían los hermanos Arránz Molina, (Ramón y Pepe). La persona que nos presentó fue nuestro común amigo: Francisco de la Haba Alonso “El Tornejo», (bombero de profesión y nieto de piconero), al que posteriormente y como resultado de nuestras sabáticas conversaciones le hice una entrevista que fue publicada en la revista taurina “Toreros de Córdoba».

 

Paco «El tornejo» con Manuel Díaz «El Cordobés», en la plaza de toros «Los Califas».

Mientras tomábamos la dialogada “copita” de vino del mediodía, Pepe Cruz recababa del bueno de Paco “El Tornejo» la información precisa acerca del gremio de su abuelo para plasmarla luego en el libro que ya estaba preparando.

Pepe Cruz, (persona de claro perfil costumbrista) y enamorado de las cosas de su tierra, tenía sumo interés en conocerme personalmente para saber por boca mía…que pasó en Cádiz en la década de los años setenta cuando “Los Piconeros», a lo que dirigía, ganaron para Córdoba, el primer premio Regional en el concurso de Coros, Comparsas y Chirigotas de los carnavales gaditanos.

Recuerdo que hablamos largo y tendido de todo lo relacionado con la música, los toros, el cante…en fin, del arte en general, reforzando nuestra amistad con la habitual asistencia a varias tertulias que ambos frecuentábamos: “Casa Salinas”, “Casa Bravo» y otras. Más tarde siendo Pepe cronista del Carnaval de Córdoba para el diario del mismo nombre, me buscó y le acompañé durante varios años, en labores de asesoramiento de las actuaciones de los grupos concursantes.

Mi gozo fue grande cuando mi amigo Pepe me regaló su extraordinario libro dedicado con especial cariño a un tema tan sugerente, tan lleno de recuerdos de otros días… que rápidamente me zambullí en él, llegando a conocer por medio de su lectura, como desarrollaban estos hombres todas las faenas concernientes a su rudo trabajo, para hacer el combustible, que más tarde, harían hervir los “pucheros” en los anafes y cocinas de Córdoba y que además servía para el calentamiento de las habitaciones, con la ayuda del socorrido brasero de picón o carbonilla y donde también, las mamás de aquella época, solían secar las ropitas de sus bebés en unas pomposas “aguaeras» confeccionadas con varetas de jara, teniendo por norma, echarle al candente brasero de picón, un “puñaíto» de alhucema…!El mejor desodorante del mundo!

 

Su lectura la encontré muy interesante; se recuerdan en el libro tantos nombres conocidos que ya se fueron, dejando atrás una herencia preciosa de costumbres ya desaparecidas que, aunque solo sea por el recuerdo, podríamos pensar que aún oímos las “esquilas” del borriquillo con el que Pepe “El de los Hurones” caminaba vendiendo su picón por las calles del Campo de la Verdad hace ya un montón y pico de años.

Allí en el Campo de la Verdad fue donde se libró una de las batallas más importante en defensa de la ciudad de Córdoba, conocida como la “Batalla de los Piconeros”, y que en honor a este valeroso gremio les dieron nombre a una calle.

 

Calle dedicada al gremio de los piconeros por su actuación valiente en la Batalla del Campo de la                                                                                   Verdad.
Corría el año 1368, donde la lucha por lograr el trono de Castilla se daba entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara. Los abusos, atropellos y vejaciones del primero sobre los ciudadanos de Córdoba, hicieron que estos tomaran parte a favor del segundo, que ya había sido coronado un año antes.

Todos lo piconeros entablaron combate utilizando con habilidad y maestría de movimientos sus hocinos, que fueron fundamentales para cortar los corvejones de las monturas del ejército de Pedro I, haciéndolas que éstas se vinieran abajo para así ganar la batalla.

 

Pedro I «El Cruel»

Enrique II de Trástamara

En la visión de la sociedad cordobesa, el escritor destaca la figura del piconero entre todas las que configuraban la abundante estructura del pueblo trabajador de nuestra ciudad. En los años que marcan nuestra vida nos ha tocado ser mudos testigos de la desaparición de este personaje tan popular al que ya podríamos calificar como legendario.

José Cruz Gutiérrez en este arduo trabajo comienza hablándonos, ineludiblemente del hábita donde el piconero cordobés ejerció su oficio: la sierra cordobesa que le proporciono el sustento, durante tantísimos años.

¡La Sierra!, ese hermoso anfiteatro que viera la Córdoba de los “túrdulos”. Cercada de hermosas y productivas huertas, bien plantadas de viñas y árboles frutales.

Pepe Cruz nos habla que hubo un tiempo (principio del siglo XIX) en el que, saliendo por la puerta Osario, se abría un camino en línea recta entre agrisados olivares, verdes naranjales y olorosos limoneros para, más adelante, darte de cara con el Cristo del Humilladero, una ermitilla adosada sobre las viejas tapias de la baja Huerta de la Reina, antes de que éstas fueran derribadas para dejar despejada la vía ferroviaria.

 

«El Pretorio» donde está el Cristo del Humilladero.

Este entrañable Pretorio, era lugar de descanso y oración para el caminante que se internaba o bien regresaba de las estrechas gargantas y espesos matorrales de nuestra sierra, en donde se ubicaban las huertas del Tablero, San Antonio, Quitapesares, Los Arcos…

 

Caminando hacía arriba se llega a la Cuesta del Reventón (rampa empinada, testigo de alpargatas rotas y sudores piconeros). La “Cuesta de los pobres». Éstos llegaban hasta la portería de “Las Ermitas” para llenar sus vacíos estómagos con el sustento que les proporcionaban la comunidad de ermitaños.

Salvo raras excepciones la comida consistía en el clásico potaje de habas de su propia cosecha convenientemente condimentado y que era repartido en una especie de lebrillo de barro con raciones para cuatro comensales.

La sierra de Córdoba es bella y sigue siendo bella, aunque no proliferen como antes los frutos de sus huertas. Continua gustando, pese a que no se perciba el olor de los lirios, de las celindas y los eucaliptus resinosos de la huerta “El Machaco».

 

Pasillo central de la casa conventual de «Las Ermitas»

Pepe Cruz se adentra en la vida del piconero, de ese característico cordobés arquetipo del pueblo llano y sencillo que se conocía la sierra palmo a palmo, y que a golpe de hacha, horquilla y hocino comulgaba a diario con la bravía tierra que lo sustentaba. Cordobeses aquellos que habitaron por Santa Marina, San Lorenzo, Alcázar Viejo y alguno que otro como Juanillo “El Loro», que vivía en el Campo de la Verdad, al igual que Pepe “El de los Hurones». Gentes tan enquistadas en el alma cordobesa como los nudos añosos al tronco de los viejos olivos.

Santa Marina, barrio piconero por excelencia, con su vetusto edificio alzado poderoso como inexpugnable fortaleza orientada hacía occidente y que hasta 1720 no tuvo la advocación completa: “Santa Marina de Aguas Santas”.

De aquellos lejanos años solo quedan de testigos los viejos muros del templo y la castiza taberna de la “Cosaria». Una magnífica fotografía de “Lagartijo» presidía la misma, para que no cayera en olvido este rincón cordobés en donde solía reunirse lo más representativo del barrio: piconeros y toreros.

 

Pero había otras tabernas típicamente piconeras, como la Taberna Vieja, esquina a la calle Aceituno; la Taberna de Rueda en el Pozanco, y en San Agustín la del “Pellejero”; Casa Mariano y Almoguera en Moriscos; la de Aroca en las Costanillas; Casa del Manso en la calle Dormitorio y saliendo de este contorno la de “Huevos Fritos» en San Lorenzo.

En estos lugares de esparcimiento, alrededor de un vaso de vino, los piconeros hablaban del monte y de sus problemas. De estas tertulias salieron algunas letrillas de carnaval de 1905 en las que informaban cantando, las peripecias que algunos de ellos tenían con el guarda de la dehesa de Campo Alto.

El tema del flamenco tampoco estuvo ausente de estas reuniones, el famoso piconero apodado “El Mojino» hacía bueno el arte de Silverio, el Breva y Chacón y⁹(0( Ricardo Onofre “cantaor» aficionado, gran amigo suyo, gustaba de cantarle ésta soleá de Córdoba: “Quiero que vengas “Mojino» / y que “juelgues» la “jorquilla” / el pellejo y el “jocino» / pa’ irnos al “Bolillo» / a “jartarnos” de vino.

Una letra de soleá de Córdoba que cantaba su hijo José Moreno “Onofre” dice: “Que’ tomándome otra copa / no hay quien me lleve a mi casa / yo vivo en San Agustín / junto a los Padres de Gracia”.

O esta otra: “Moriscos y Piedra Escrita / hasta la calle Montero / viniste detrás de mí / sabiendo que no te quiero”.

Y el remate: “A Santa Marina entré / salieron los piconeros / que me querían “comé».

Estas letra flamencas nos llevan a la confluencia de las calles Moriscos, Cárcamo, Costanillas y Dormitorio del barrio de San Agustín y al final de ésta a la mano izquierda: la calle Montero.

Viejos piconeros contaban de aquellas reuniones de cante en las que el “Tuerto Pitraco» desafiaba al “Monji» a cantar, superado aquél por las facultades de éste. Remataba la porfía Antonio Fernández con esta soleá cordobesa: “Quien mal anda, mal acaba / y en casa del jabonero / el que no cae, resbala.

En sus horas de ocio jugaban con las cartas: a la brisca, al rentoy o al “Malillón”. Entre risas y chacotas gastaban el tiempo hasta la hora de retirarse a dormir tempranito, ya que la jornada del día siguiente iba a ser dura…como todas.

Al amanecer, abandonaba el piconero su humilde morada de los barrios de Santa Marina, San Lorenzo, Alcázar Viejo, y del Campo de la Verdad, y se reunía con el resto de compañeros en la Puerta del Campo, allí tomaban unas “chicuelas» en “Casa Basurte”, para a continuación emprender la trabajosa ascensión hacía la sierra.

Llegado el piconero al sitio más adecuado y conveniente para su trabajo dedicaba los primeros momentos a reparar un poco las fuerzas perdidas durante la dura caminata con alguna naranja o “grana” acompañada de un buen pedazo de pan. Después sacaba su petaca liaba un cigarrillo y lo encendía con los “chisques». Muchas veces, el piconero se hacía acompañar de un perrillo chico que le servía de celoso guardián de su hato, cuando, para hacer la “piconá”, se veía obligado a recorrer el monte, alejándose del lugar elegido.

Entre los “tiznaos», no faltaba quien tenía uno o varios borriquillos, además del hocino y las haldas (sacos de aspillera para envolver géneros como el algodón la paja, en este caso el picón) herramientas propias de su trabajo; otros que habían prosperado en el oficio, contaban con buenas recuas de machos de carga, e incluso, tenían hasta rancho propio para hacer las operaciones de carboneo y cisqueo. La familia de los “Tornejos» fueron un buen ejemplo, ya que ellos desarrollaron su industria cerca del “Vacar» y dentro del término de la Dehesa de Campo Alto.

A los que iban solos se les dominaba “jarderos» o “ya estoy a cuestas», término empleado cuando se le moría el borrico, entonces, tenía que transportar la carga sobre sus espaldas, ayudado de una soga y un cincho donde colgaban el saco y el hocino enganchado en la cintura.

Con la muerte en 1900 de Rafael Molina “Lagartijo» proliferó este tipo de piconeros. En vida del torero éste socorrió a los más necesitados, procurando que no trabajaran en malas condiciones, pero la suerte les fue esquiva al faltar el protector. Un borriquillo costaba, entonces, cerca de veinte duros, y muchos tuvieron que trabajar hasta de poceros, para ahorrar y poder comprar un animal, otros hicieron de herreros o carpinteros o se iban a segar o a recoger garbanzos. El dueño del Cortijo de la Reina solía decir: ”Ya están aquí mis piconeros, estos viene a ganar el jornal, y no los “mangurrinos», que solo vienen a “jartarse» de comer y a irse…» Se refería a los campesinos que llegaban de Granada y Almería.

Pero los “jayares», para el piconero, siempre fueron escasos. Había épocas en que, por las condiciones climatológicas, no podían salir a trabajar y, al final, terminaban pidiendo “fiao” para poder comer en la tienda del barrio. Estas circunstancias y otras, como la intervención del hocino y el picón por la Guardia Civil, y el bajo precio del “género”, (un saco de treinta kilos costaba en los años veinte, tres pesetas) da una idea de la penurias que pasaba este pobre trabajador.

El gremio de los piconeros siempre buscó dar la mejor calidad de su producto a la clientela y elegía las ramas finas de los retales de las encinas para hacer magnificas “cargüelas» de picón. También era un buen material el monte de jara, las coscojas, retama, guagarzo, lentisco, matasellos y las ramas de pino, éste último de combustión ligera, aunque el de mejor calidad era el retal de encina, ideal para los braseros y el fogón…, donde borbolloneaba la olla familiar.

Esta familias también vivían de las gavillas de jara que vendían a la RENFE para encender las máquinas de vapor, por entonces en plena vigencia.

El autor del libro, nos describe de manera ilustrativa como se hacía una “piconá” (trabajo que estos hombres ejercían a diario para ganar el sustento de su familia). “Los arbustos del monte bajo, los cortaban con los hocinos haciendo “pañetes» a “ojímetro” y veían luego si tenían suficiente material para completar la carga. Primero elegían el sitio y preparaban el “fogaríl», limpiando la zona y sus alrededores de guijarrillos con una escoba hecha de ramas.

Generalmente encendían la “Chasca» con un puñado de arbusto seco; “abulagas” o “ardeviejas” podían valer. Acto seguido iban echando el monte más gordo y dejaban que prendiera bien, luego, agregaban el más fino y ligero cuando ya la candela “podía al hombre”. Al acabar barrían las orillas hacía dentro para quemar los restos y terminaban la operación dándole la vuelta con la horquilla y removiendo el candente picón hasta dejar todo bien apagado. Seguidamente procedían al trabajo de “enjalde» y carga: extendían el picón y le daban una “vuelta a mano». Dejaban que enfriara un poco y rápidamente comenzaban a llenar los tres sacos…eran solo tres, para que el animal llevara la carga equilibrada y, para que no rozara sus cuadriles, cortaban garrotes o tizos poniéndolos sobre “madrinas» para que el picón fuera bien puesto.

En aquellos años había piconeros aventajados, los llamaban de “corta y quema». Cortaban el monte y quemaban con tal destreza que salían los últimos de Córdoba y volvían los primeros.

 

Rafalito «El Púa» de los Chivos, piconero «adelantado»… los de «corta y quema».

De este tipo de piconeros conviene recordar a “Chiquilín» de los Vinagres, al Púa de los Chivos y al “Ojos» el nieto del “Chiqui». Otros como Juanillo “El Loro”, se metían en la sierra “a dos días», modalidad en el trabajo que empleaban sobre todo en el verano.

Rafael Pérez Rubiales «El Calostros»  contador de anécdotas piconeras.

 

La mayoría de los piconeros hacían gala de buen humor, tanto en la ciudad como cuando estaban en el monte. Contaba Rafael Pérez Rubiales “ Calostros» que había uno muy ansioso, apodado “Chiquetete», que tenía el tajo por el camino de la Ermitas, en el lugar llamado el “Conchel»; y recordaba que cuando fue niño, pasó muchas veces por ese sitio con su padre el “Ronco» y le oyó cantarle al “Chiquetete» una letrilla, en la que hacía un clara alusión a la sobrecarga del pollino: “ El Chiquetete» está quemando / el chiquillo va por agua / el borrico rebuznando / al ver las “ jaldas» tan largas».

He aquí algunos sucedidos a los piconeros más célebres:

“Joselete» (José Carreras Albores) era hijo de “Gimitos», nació en la cordobesa calle de Isabel II en 1910 y fue bautizado en la parroquia de San Lorenzo. Se libró del servicio militar por excedente de cupo en el año 1931, pero en el 1937, es llamado de nuevo para su incorporación a filas. Por estar casado, es destinado a una compañía de trabajadores ya que en su cartilla figuraba con el oficio de albañil.

Una vez le encargan la construcción de un muro para que sirva de refugio y el pobre, que no la había visto más gordas, se echa a morir, pero le salva del compromiso otro soldado amigo, que sí era oficial primero en el oficio.

A finales de la dictadura de Primo de Rivera, se va al “Caño de Trassierra” con “El Pozolito» y “Zapatico Chico» y estando en las labores previas a hacer la “piconá” Zapatico, ve pasar a lo lejos al arrendador de la finca y advierte de las posibles consecuencias, pero le contesta “Pozolito»: “Nene, que de perro que eres no anuncias na’ má que ruinas». Empiezan a quemar monte y en el momento del “enjalde» se presenta la “pareja”. Ellos salen corriendo para salvar los hocinos y dejan de guardián de las bestias a su hermano “Falete”. Los civiles requisan el picón y los borricos y no se los devuelven hasta que no entregan los hocinos.

En otra ocasión fue a los Arenales para hacer su trabajo, una vez cargado sale a la carretera y le dice al borrico: “!Arre!”. En ese preciso instante oye la voz de “Botines» que venía detrás diciéndole: “No arrees que ya está el picón vendío”. Se vuelve “Joselete» y ve a los del tricornio detrás suya que, de momento, le confiscan la carga y el hocino, ya con “Botines” habían hecho lo mismo. Una noche más llegó este piconero a Córdoba lleno de sudores por todo un día de trabajo y con sus tiznada manos vacías. Así era la vida de estos pobres hombres.

Antonio Fernández Quesada era otro piconero que había nacido el día 11 de abril de 1901 y que no heredó el mote de su padre, que le llaman “Perifollo», en cambio sí le asignan a él, el de “Mojino” (pájaro rabilargo con alas de color

 

azul y capirote negro, parecido a la urraca). Emparentado con la casta de “Los Chivos” y “Los Carriles» era muy cuidadoso en su trabajo e independientemente de los aspectos profesionales, los más viejos de su época le recuerdan por lo bien dotado que estaba para el cante flamenco.

Fueron célebres sus reuniones de cante en aquellas viejas tabernas cordobesas con Onofre “Mediaoreja», “Carriles», Juan Navarro Cobos “Pinchapeos», del Campo de la Verdad y el tuerto “Pitraco». Cuando bajaba del monte cantando “serranas» agarrado a la horquilla de su borrico zaguero, los pajarillos se callaban y en el verano las “chicharras” enmudecían. Los aires serranos por “la Cuesta de la traición” se preñaban de olés que salían de las gargantas de los hortelanos que, a modo de agradecimiento, le lanzaban una lluvia de naranjas que su hijo pequeño recogía. Algún compañero solía decirle: “¿Porqué te esfuerzas tanto si por aquí apenas te oyen? Él contestaba: “ Porque al cante hay que darle lo suyo en donde sea».

Cuando ya no puede ir al campo se coloca de faenero en -la fábrica de don Baldomero Moreno repartiendo aceites por las calles de Córdoba. Y así, se fue agotando la vida de este “Mojino», que fallece el 8 de julio de 1976 y al que tuve la suerte de conocer, en los años sesenta, en una reunión de cante con mi gran amigo y maestro, Pepe Lora, Antonio Tamajón, Pepe López y la guitarra de Paquillo Cantos, en la popular taberna de Pepe “El Habanero” en la calle Dormitorio esquina a Piedra Escrita. ¡Cante grande! de verdad la noche aquella.

 

Francisco Jiménez Lubián «Curreles» y su esposa Socorro.

Francisco Jiménez Lubián “Curreles», fue otro piconero de lo más gracioso y castizo del gremio. Vivió durante muchos años en la calle Ruano Girón (antigua La Banda) del barrio de San Lorenzo. Muy aficionado a los toros, aparecía en los carteles como primer espada en las “encerronas” piconeras y tanto era el “canguelo» que sentía, a la hora de la verdad, que siempre era sustituido por otro piconero. Cuando llamaba a su mujer le decía: “!Socorro!… que cuando te llamo me recuerdas a los “seviles».

Se cuentan tantas cosas de él que se llenarían muchas páginas con sus simpáticas historietas. Con la misma diligencia que trabajaba se divertía luego en la taberna La Paloma, de La Piedra Escrita, donde el tabernero dictaba leyes hasta para beber. Por “decreto” a “Curreles» le tenía tasado el vino, solo le servía un “medio» a las doce del día y otro a las doce de la noche. Pero él llegaba a la taberna antes de tiempo y pedía su “mediante» y como viera que el “tasca» ni se movía le decía: “Pó favó hombre, adelántame manque sea una copa”. La respuesta del tabernero era contundente: “Osté no bebe vino en mi casa hasta que no llegue su hora»,

Era tan conocido y apreciado en el gremio, que los “Posaítas” (jiferos del matadero viejo), le invitaron allá por el 1926 a un perol de mollejas con patatas en la taberna de Rufina, que más tarde se llamó de “Huevos fritos» en el barrio San Lorenzo. Allí se reunieron: Juan Lopera, Emilio “El Tuerto», el “Viri” que era betunero, un frutero también tuerto que le decían “Picaíllo», y un tal Pepe tendero del barrio que tenía una nube en un ojo y al que “Viri» solía meterse con él diciéndole: “Pepe, tienes un ojo que es un “caracol pisao».

El último en llegar a esa reunión fue “Curreles» que, para no faltar de nada, había hasta un cojo y un manco. Al ver a tanto lisiado se le ocurrió decir: “!Pero amos a vé! ¿Eto que é? Un peró o una corría de dececho”.

Rafael Molina Sánchez «Lagartijo». Benefactor, amigo y compadre de los piconeros «El Pilindo» y de «El Manano».

En cambio había otros piconeros, que no tenían tan buen predicamento dado su genio y su mal talante, como era el caso de: Rafael Rodríguez Moreno “El Pilindo», gran admirador del Califa cordobés, Rafael Molina “Lagartijo», quien solía jugarle buenas “charranás» que el pobre piconero le aguantaba, pues para él no había más que dos rafaeles en el mundo: el del “juramento» y su compadre “Lagartijo».

En cierta ocasión “El Pilindo» necesita del torero y le pide que le consiga una autorización para hacer su trabajo en un lugar de la sierra que no se lo permitían. El torero promete hacer la gestión y al cabo de unos días le entrega un sobre cerrado con el permiso y la recomendación que a la menor molestia que tuviese hiciera uso del mismo.

Loco de contento el “tiznao» marchó a la sierra y, cuando llegó al sitio en cuestión, nada más empezar la faena, aparece la “pareja” que le dice: “ Aquí no se puede hacer picón»… Nada más oír aquello “El Pilindo” les contesta a los de Ahumada: “Pues, me parece a mí que si se puede… ¡Vaya! que si se puede…” y se saca del pecho el sobre y se lo entrega en la mano. La Guardia Civil lo abre y se encuentran que dentro solo hay dos entradas de toros…los apuros que pasó el pobre hombre explicando a los guardias lo que había pasado y las súplicas que les hizo para que no le detuvieran, ya nos podemos imaginar.

Pero el mismo trato recibía el “Manano” del maestro: un día su compadre Rafael le regaló una preciosa y costosa capa, era un invierno de esos que en Córdoba te mueres de frío. El torero lo vio un día “tiritando” envuelto en una especie de “chambrilla» llena de rajones y zurcidos”. Y una vez hecho el regalo, el compadre Rafael se confabula con dos amigos y admiradores suyos para que una noche le salgan al encuentro y le quiten la flamante capa. Dicho y hecho, lo acechan por una de las soIitarias calles de Santa Marina armados con dos pistolas. Le salen al paso y apuntándole al pecho le dicen: “La capa o la vida”. “El Manano” con mucha pachorra les entrega la pañosa.

Los individuos en cuanto “trincan» la capa, salen de “naja» y “El Manano” les grita: “¡Eh, “pararsu» un momento que sus dé argo pa’ jilo… Se supone que la capa que le robaban era la vieja que la llevaba puesta . Esa bromas recibían “El Pilindo” y “El Manano” de su compadre Rafael que se lo pasaba ¡bomba! con ellos.

Otro día se los lleva a Madrid y los hospeda en una fonda frente a la estación de Atocha. El torero desaparece y le dice “El Manano» al “Pilindo”: ! Janda tú! Ya sa ío el compare”, E te paese?, este se cré que no a dejao en Lagá e la Crú.

En aquella fonda pasaron el día sin salir, pero comiendo y bebiendo de lo lindo. El maestro había dado órden de que no les faltase de nada y que estuviesen bien atendidos… pero ahora llega la noche y no atinan ninguno de los dos en dar con la luz eléctrica y se la pasan, toda enterita a oscuras. Por la mañana va Rafael a ver como estaban y recibe las quejas de ambos, pues les decía que buscaron y no encontraron, velas, ni mariposas, ni nada con que alumbrarse. El maestro los escucha y muy tranquilo va y gira la llave de la luz y, al ver el prodigio, le espeta el “Manano”: “Pero Rafaé como te cré tu que “nojotros jíbamo” a sabé” que la lú venía por una «tomiza».

Comenzaba el último tercio del siglo XIX cuando el pueblo cordobés trataba de emular el arte de “Cúchares». En Córdoba por aquella época era frecuente, sobre todo en verano, organizar espectáculos taurinos por los diferentes gremios de la población, pero las “encerronas” de los piconeros eran otra cosa, pues en éstas se condensada todo el “salpichirri» del pueblo llano y sencillo.

Hemos comentado la relación que había entre Rafael Molina “Lagartijo», y sus amigos y compadres “El Pilindo” y “El Manano» que, según el decir de la gente, apuntaban detalles toreros y, aunque nunca los incluyó en su cuadrilla, la amistad y la parentela continuaba e incluso, Rafael, patrocinaba la mayoría de sus “toretes» hasta su muerte en año 1900. El Califa fue el mecenas de todos ellos y hasta les proporcionaba becerros de su ganadería.

 

1884. Corrida de vacas que lidiarían   «El Manano» y » El Pilindo».

En octubre de 1876 los piconeros preparan una “corrida de novedad», y en el primer cartel se anuncian de matadores: “El Pilindo, “El Manano» y “El Meco». De banderilleros van: “El Retor», “El Nito», “El Mangrana» y “El Perdi» y de picadores: “El Sansón», “El Pelón» y “El Tornejo», (éste era el abuelo de mi amigo Paco de la Haba (el que fuera guadarnés de la plaza de toros Los Califas).

El espectáculo fue calificado por la prensa local de extraño y novedoso. La corrida traía alborotado a los aficionados que no encontraban puntos de contacto entre lidiar toros y hacer picón. Pero aquella expectación fue “pasada por agua», por la fuerte tormenta que se originó. Empezó a llover, más tarde a diluviar y, al final, se transformo en la famosa riada del Guadalquivir del año 1876.

 

Cuando al fin se pudo celebrar la “encerrona» el éxito fue tal, que en 1884 se dieron dos corridas más: la primera el día de Reyes. Se torearon y mataron cuatro vacas de la ganadería de “Lagartijo». Los espadas y banderilleros fueron los mismos.

Original: Un arrastre con borricos en vez de mulillas.


Con respecto a la segunda se tiene la fecha del 20 de enero y fue toreada por otro grupo de piconeros, muchos más numerosos que la tradicional cuadrilla del “Manano» y del “Pilindo», al parecer picados en su orgullo por los éxitos de éstos. Los matadores fueron: “El Márgaro» y “El Chinaco». De banderilleros iban: “El “Monichi», “Pechirrubio», “Bonilla», “Pechete», “Cegato», “Chorri» y “Vinagre»; Actuaron de picadores: “Juanillito”, “Pichardo», “Niñote» y “Miguelón». Y de puntillero “El Mamarruta».

Un «adorno» piconero durante la lidia.

Llega 1885, un año triste para Córdoba por la epidemia del cólera y, a consecuencias de la misma, parece que se enfría la afición taurina de aquellos piconeros, que hasta el 1890 ya no hay noticias de más corridas celebradas. La muerte de su protector en 1900 les va afectar, produciéndose un vacío, (en los primeros 14 años del siglo), a consecuencias de la decadencia taurina-piconera.

Los carteles de la becerrada a celebrar el día 6 de agosto de 1913 decía que los piconeros-toreros saldrían con sus trajes de faena. Se simularían las suertes de varas montados en burros, cambiando la pica reglamentaria por la horquilla, y a la salida del segundo “novillete» Juan de Dios Molina “El Pelao», trataría de emular la suerte de Don Tancredo subido en un saco de picón.

Los matadores serían: “El Curreles» “El Sergio”, “Las Mares» y “El Pariente». De picadores actuarían: “El Sartén”, “El Chivo», “El Habanero», “El Pato» y los banderilleros eran: “El Temblor de banquete», “El Garabato», “El Pelao» y “Gimitos».

Parece que algo falló, tal vez, la organización fue la culpable de que no se diera la “encerrona». El caso que fue suspendida por orden gubernativa, celebrándose en su lugar una novillada en la que actuaron dos jóvenes de la sociedad cordobesa: don Rafael Vidaurreta, y don Luís de las Morenas.

A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, como consecuencias del empuje arrollador del progreso que trae consigo nuevos usos para el empleo de la energía doméstica, el trabajo de estos hombres fue totalmente cercenado.

«Pero ellos, de nuevo, estaban allí, en el coso de «Los Tejares» el domingo 17de julio de 1955, en su última encerrona piconera. Fueron anunciados como los «nietos de «El Pilindo», de «El Manene» y de «El Retor», juntos a los demás «amigotes» de  «Lagartijo el grande».

 

Último cartel donde figura al frente de las cuadrillas el famoso Pepe Olla.

1955. Cuadrilla Piconera llegando al coso de «Los Tejares» en coche de caballos.

El último paseíllo. (1955)

 

La última vuelta al ruedo.

Por familias:

Los Botines, Los Calderones, Los Carapiñas, Los Carreras, Los Costurillas, Los Diablos, Los Chiribichos, Los Chivos, Los Gallegos, Los Hurones, Los Mananos, Los Manijas, Los Malajitos, Los Maragatos, Los Minguitos, Los Mojinos, Los Peinillas, Los Pelones, Los Pilindos, Los Pozolitos, Los Roncos, Los Rubiales, Los Salmorales, Los Sartenes, Los Serapios, Los Soticos, Los Tejeros, Los Tornejos, Los Trinidad, Los Vinagres…

Llegado el momento de tener que poner punto final a estas historias tan humanas y reales, de gentes honradas que vivieron en una época muy difícil para la subsistencia, no me resisto en dar a conocer el pasodoble y cuplé que el grupo “ LOS PICONEROS» cantaron en las tablas del Teatro Falla de Cádiz en el Carnaval del año 1970, titulado:

 

A mi barrio Santa Marina

Texto.- A mi barrio bonito / quiero cantarle / un pasodoble castizo / como homenaje. Cuanta belleza / tienen tus mujeres / cuanta grandeza / Santa Marina / que bella eres. ¡Ese es mi barrio! / flamenco y castizo / con su duende gitano / y sus toreros de hechizo. Mi Santa…Santa Marina / tu fama cruzó la frontera / por eso en lo taurina / tu nombre puso bandera. Quieren estos “piconeros” / un piropo dedicarte / yo no he visto más salero / ni un barrio más pinturero / más bonito, ni más grande.

Cuplé

Texto.- “En una mañana / que yo me encontraba / en la “mitá” la sierra/ haciendo picón. Oí unos gritos / que escandalizaban / que hasta to’ el pelo / a mí se me encrespó. Pude darme cuenta / de que se trataba / al acercarme / y ver la situación / era la pobre / de mi tía Juana / pegando saltos / como una rana / porque su “tete» / con una trampa se lo pilló.

ESTRIBILLO.

Pues si de moda no está…ja,ja,já / el picón en el siglo veinte…je,je,jé / yo te juro por mi honor / que aquí lo usamos to’s / y eso es más que suficiente.

Letra y música : Antonio Rodríguez Salido.

 

Antonio Rodríguez Salido

Compositor y letrista

Escalera del Éxito 176

 

Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor – Escalera del Éxito 254

 

La calle Juan Tocino.

 

La fuente de la Piedra Escrita.

 

 


Tiempos de guerra: Rafael «El Manijas», sobrino de «El Pilindo», visita a unos soldados nacionales cordobeses.

 


Manuel González Molina «El Mellizo» fue el primero y el último piconero a quiebre le ofreció un homenaje en vida. El periodista «Tarik de Imperio» a su derecha colaboró en él  con gran entusiasmo y cariño.

 

Dos generaciones pioneras en el homenaje de «El Mellizo». A la derecha, Antonio de la familia «Los Mojinos»; a la izquierda uno de los hijos del  «Ron

Un rincón de la Plaza de Santa Teresa con su fuente abrevadero en el centro.

 

«El Peinilla» y su esposa Pepa en el día de bodas.

 

La familia de «los Vinagres».

 

 

Manolito «El Gafas» de regreso del monte.

 

 

 

 

 

Una instantánea de un momento de la lidia piconera.

 

 

 

1884. Corrida de vacas que lidiarían   «El Manano» y » El Pilindo».

 

 

 

 

Cuadrilla de Piconeros con sus trajes típicos. Corrida patriótica, 13 de noviembre 1921.

 

 

Y, como estaba la plaza…? La plaza estaba «abarrotá»

 

Año 1914. Simulacro de toma de alternativa y de muerte con el espada saludando.