Cuando Manolillo el Espartero, cayó mortalmente herido en Madrid por el toro Perdigón de Miura, la realidad de la muerte del diablillo de la Alfalfa, no se volvió a cuestionar nunca más. Que la cornada fue mortal… fue un hecho irrefutable. Esta es la verdad, clara y nítida, de la tauromaquia frente a la muerte.

 

El desgarrador llamamiento de auxilio, “Avisen a Mascarell, avisen al Dr. Mascarell”, que Joselito el Gallo emitió con el último aliento de su vida en Talavera de la Reina, muestra claramente el horroroso miedo a la muerte como un final precipitado. Sin embargo, la cornada fue mortal y la cátedra más perfecta expiró en la enfermería, dejando la tauromaquia sumida en un desaliento emocional ante la pérdida del grandioso ídolo.

 

El entorno de la tauromaquia está repleto de ejemplos transparentes frente a la muerte. Aquí los toreros modestos o las figuras consagradas, se muestran como desgraciadas víctimas de una pasión o de una forma de vida singular. En definitiva, la muerte asola la Tauromaquia pero la suprema sentencia se muestra limpia de fraudes.       

 

¿Por qué la muerte levanta tanta especulación en otros ámbitos de la vida?

 

Resulta que la muerte de Billy el Niño, se cuestiona hasta la saciedad, porque la recompensa por su captura era una suculenta vianda en la que Pat Garrett y el propio Billy estaban muy interesados.

 

Que Elvis Presley está vivo y descansa placenteramente en no sé qué isla, es una discusión encarnizada, claro que en juego estaba la decadencia deprimente del ídolo y el nacimiento de un sustancioso mito. No en vano uno de los lugares más visitados de Estados Unidos, es la mansión de Graceland en Memphis.

 

Estos son dos claros modelos entre los muchos que podríamos encontrar, con la muerte como un interesado o misterioso fin. Fíjense si no, lo que a dado que hablar las muertes del presidente Kennedy y de la princesa Lady Di.

 

¿Tan cínicos son los intereses políticos, económicos o de marketing, para especular con la trasparencia de la muerte?

 

Afortunadamente la tauromaquia no se ha contagiado de ese cinismo, y su representación es impoluta. Es más, que sus actores principales no se cambiarían por nadie, es una realidad palpable. La decadencia natural de la vida es aceptada con maestría, pasando al retiro con elegante nota, formando parte del pasado como una reliquia de gran valor, como escenificó el gran Guerrita por las calles de Córdoba o escenifica Curro Romero por las calles de Sevilla.