Paco Camino, El Viti y Diego Puerta compusieron uno de los carteles más repetidos en el toreo. El éxito de la terna se debió al altísimo nivel de sus tres componentes, porque Diego Puerta tenía tanto cartel y categoría como el que más.

 

Su trayectoria es de las más honestas y admirables de la historia del toreo. Los toros le cogieron con una saña que estremece: más de cincuenta cornadas cicatrizaron sobre el menudo cuerpo del torero, alguna de ellas gravísima, como la que le infirió un Guardiola en Bilbao en los principios de su carrera. Le partió el hígado, y esto, que hubiera quitado del camino al más pintado, a Puerta no le amilanaba. Salía de la cama con el valor intacto, dispuesto a arrimarse más todavía. Y lo hacía tan contento, sonriendo. Nunca salió de su boca una queja y asumía con alegría lo que le tocaba padecer.

 

Esta actitud contrasta enormemente con el lamento quejumbroso de muchos toreros actuales que no han sufrido, ni con mucho, lo que padeció Puerta. Diego es un patrón para medir el valor: cuando se dice de un torero que es valiente, yo lo comparo con el pequeño gigante de San Bernardo, y no hay quien resista la comparación. Con mucho menos castigo por parte de los toros, muchos han tirado la toalla. Diego ha sido el Espartero del siglo XX.

 

El toro que le encumbró, un miura llamado Escobero, le cogió tropecientas veces, pero Diego volvía a la cara del toro con más arrojo aún, pues sabía que estaba en Sevilla en su primera Feria de Abril, y que había que triunfar a toda costa, a cualquier precio. Esta fue la tónica constante de su carrera, una lucha tenaz en un escalafón plagado de figurones del toreo, donde la supervivencia era muy difícil. Diego, superviviente nato, siempre estuvo en la primera fila, desde el principio hasta final de su carrera.

 

Pero no solo fue de un héroe. Puerta además fue un gran torero, mucho mejor torero de lo que después se le ha reconocido, o de lo que se dice en los libros. Su toreo alegre, del más puro estilo sevillano, fue muy apreciado. No era, desde luego, un artista tan depurado como Pepe Luis Vázquez o Pepín Martín Vázquez. Pero su presencia en el ruedo llenaba al público de alegría.

 

El torero más próximo a él podría ser Manolo González, un sevillano que aunaba la pinturería con el valor, la misma fórmula empleada por Puerta diez años después. González duró muy poco: tras una trayectoria meteórica se retiró muy joven. Puerta, sin embargo, estuvo dieciséis años como primera figura. Esta combinación de pinturería y valor encantó a los públicos de la época. A todos los públicos, pues Puerta tuvo el máximo cartel tanto en Sevilla y en Madrid como en el norte.

 

Y desde que él se marchó en 1974, no ha habido en el escalafón un diestro que haya ocupado su lugar. A partir de entonces, los toreros de aire sevillano han sido medrosos y de poco valor. Y los diestros valerosos han mostrado su valor de modo más seco y más triste. En estos últimos treinta años nadie ha aunado el pellizco y el valor. Ahora no hay un diestro paralelo a Diego Puerta. Y es una pena.

 

Las imágenes que han quedado de él nos muestran a un gran torero. Toreaba con el capote de un modo muy apretado que enervaba al público. Nadie ha dado unas chicuelinas tan ceñidas como él. Parecía que el toro se lo iba a llevar por delante en cada lance. Sus chicuelinas estrujantes son una provocación para todos esos toreros que se pasan el toro a un kilómetro.

 

Puerta llenaba la plaza de alegría. Salía entusiasmado a torear y eso llegaba mucho al público. Mientras que para otros toreros torear es un asunto duro y penoso y el público se da cuenta, Puerta salía tan contento. Puerta es la alegría en el toreo, alegría a pesar de cornadas y amarguras.

 

Sus detractores le acusaron de torpe, rápido y superficial. Desde luego no era un muletero de la calidad quintaesenciada de Camino o El Viti. Pero la muleta de Puerta no era mala tampoco. Lo de la torpeza es porque se arrimaba sin duelo (y muchas veces sin cabeza). Y a quien se arrima de esa forma los toros le cogen: que se lo pregunten a Benítez, a José Tomás y a algunos otros. Puerta era pequeñín y de bracitos cortos. Con este físico es imposible torear con la prestancia de Antonio Ordóñez, pero ligaba muy bien el toreo obteniendo series muy macizas y compactas. Su muleta era muy variada y su toreo de adorno y los recortes eran preciosos. Faenas vibrantes, siempre entre los pitones, con series bien ligadas y llenas de adornos de fantasía. Un toreo optimista y bonito que ahora no se ve. Y sin ser un estoqueador depurado, al toro que tenía que matar lo mataba.

 

La presencia de Puerta en el cartel era una garantía de éxito: con su constante entrega obligaba a los demás compañeros a arrimarse también. Era, por ejemplo, el acicate que obligaba a Paco Camino a sacar lo mejor y, además, Puerta era un hombre de palabra: cuando dijo que se retiraba, cumplió con su palabra escrupulosamente. Rara avis en la profesión, donde los toreros van y vienen, se retiran y reaparecen, desdiciéndose constantemente.

 

Con la noticia de su muerte está de luto toda la afición española. Que Dios tenga en gloria a Diego Puerta, valiente entre los valientes.