Todo arte tiene una técnica y una mecánica que le son consustanciales. Pero esa mecánica de ejecución es siempre la misma para cada ejecutante. La diferencia está en el matiz personal que cada cual pone al ejecutada. En lo taurino, esta mecánica es la de las suertes de que el toreo está compuesto. Como en todas las artes, son lo mismo para cada cual; cada torero, de cualquier nivel, debe realizar la mecánica de cada suerte como prescrito para cumplir con el cometido de torear a un toro, añadiéndole su sello particular. Porque las suertes son siempre las mismas; las diferencias surgen de sutiles matices en la ejecución. De ahí sale el bello pase del maestro o el trapazo del maleta. Fueron esos matices los que distinguieron no sólo a la escuela a la que cada cual pertenecía (sevillana, rondeña, cordobesa, castellana…) sino aún dentro de cada una de ellas, lo que cada lidiador aportaba o aporta de originalidad. Y es este sello de originalidad lo que puede (y debe) cambiar, como ha cambiado la característica del toro, pero no su naturaleza. Antiguamente eran toros con siete u ocho años de edad, a veces hasta diez, lo que los convertía en auténticos carros armados. Luego bajaron a seis o siete; más tarde de seis a cinco (¿Recuerdan aquello de "los toros de cinco y los toreros de veinticinco?). Posteriormente se impuso el cuatreño de cinco hierbas, que también fueron rebajadas hasta abocar al utrero adelantado o "regordío" actual, con apariencia de toro e inocencia de becerro (aunque también encarna el peligro). Pero antes, como ahora, el toreo consiste en que el toro "naturalmente" envista al engaño que ve tremolar ante él. Ese "naturalmente" variará según las características de la envestida, pues no se puede lidiar lo mismo a un toro boyante que a uno manso, a uno que humilla o a uno que derrota, a uno avanto que a uno de carril. Los pases han surgido, precisamente, de la brega para fijar las variadas condiciones de envestida, pero siempre, la mecánica del pase será el mismo aunque varíe la técnica, pues si el toro sigue siendo toro, la lidia real y adecuada a la fiereza de la res resulta hoy casi innecesaria, es verdad, pero tampoco el torero moderno es el de antaño, pues después de algunos éxitos novilleriles, muchas veces en una sola temporada, toman la alternativa, y antes demoraban años de práctica, y salen a lucir sus hechuras. Así pues, continuamos empatados, pues el binomio toro-torero de antaño, y becerro-torerillo de hoy gozan de las mismas oportunidades para arriesgar y lucirse.

 

Belmonte llegó a decir de su toreo: "Yo no innové; yo fui un restaurador. Pero un restaurador de la verdad inmanente del toreo, y no de lo que hicieron con los toros este o el otro espada. Mi revolución no tuvo entronque con el estudio histórico de una determinada figura y de sus maneras, sino en el impulso intuitivo de que sólo podía ser torero aquel que descansara en la técnica del pasar, templar y mandar. Indudablemente de tan firme y segura como debió de ser esta convicción mía, no tuve que detenerme a pensar en ella. Por ser esto así, al contemplar aquel toreo de piernas imperante en los tiempos en que yo empecé a vestirme de luces, no se me ocurrió suponer que siempre se hubiera toreado así. Al contrario, quedé convencido de que aquello no podía representar sino un bache en el correcto ser del toreo".

 

Hoy día son otros los tiempos, los toros y los toreros. Pero el buen arte de torear no es de ayer, ni de hoy, ni lo será de mañana. Lo es de siempre y por siempre. Lo revolucionario en el toreo, es relativo. Como Belmonte, es más verosímil restaurar, signo evidente de algo más inmortal que nuevo, más esencial que inédito. Y un buen torero será tal cuando revela sus cualidades al unir su arte personal (e intransferible) a las exigencias del momento en cuanto al toreo se refiere, pero sin copiar a otros ni alterar la esencia establecida.

 

Continuemos con la serie ya iniciada de pases de capa. Nos ocupamos hoy de las LARGAS.- Pueden ser naturales (si se da la salida al toro por el lado de la mano que sujeta el engaño) y cambiadas (si se le da salida por el lado contrario a la mano que sujeta el engaño). En las primeras el capote se coge mostrando al animal la palma de la mano, y en las segundas se coge mostrando el dorso. Y siempre, siempre, se cogerá el capote con una sola mano.

 

La larga natural puede ser por alto o por bajo. Su ejecución es similar a la verónica, pero el capote es cogido sólo por la mano de fuera. La larga natural por alto se remata echándose el capote sobre el hombro correspondiente, quedando el toro a la espalda del torero. Lagartijo inmortalizó esta larga, conocida desde entonces como larga cordobesa o lagartijera.

 

La larga cambiada puede darse también por alto o por bajo. La primera se remata pasando el capote por la cabeza como en el farol, por lo que se conoce también por larga afarolada. Se suele ejecutar de rodillas, generalmente a la salida de la res al ruedo y normalmente en el tercio. Si se hace frente a toriles se denomina a porta gayola. En este caso se espera arrodillado ante el toril la salida del toro. Al entrar en jurisdicción el diestro levanta la capa y, extendiéndola en el aire, la pasa del lado izquierdo al derecho, desviando hacia fuera la trayectoria del burel. Es peligrosa, pues se ignora de salida las características de arremetida del toro. Deriva del "cambio de rodillas" que prodigaba Fernando el Gallo. Cogido el capote de principio con las dos manos, totalmente extendido sobre la arena en abanico, se cita por el terreno de dentro y se cambia por el de fuera. Se le llama también "Suerte del perdón" por hacerse de rodillas y generalmente venía precedido de una mala faena. La larga cambiada por bajo se da de pie y se remata liándose el capote en la cadera contraria o del lado de salida, y se la conoce como trincherazo con el capote. En el "Arte de Torear" de Francisco Montes "Paquiro" se citan Las Largas a distintos tipos de toros. "Así para cambiar a un toro boyante se pondrá el diestro a citarlo como para la Navarra, esto es un poco sobre corto; y luego que llegue a jurisdicción y humille, se le tiende y carga la suerte hacia el terreno de adentro, pero teniendo cuidado de no dejarlo llegar hasta el centro de ella, sino un poco antes cargársela de nuevo para engreído bien en el engaño y llevado al terreno de afuera para darle por él la salida natural. Por esta explicación se ve que el toro hace una especie de Z, y que pasa en el centro de la suerte por delante del pecho del diestro. Los toros revoltosos son los más a propósito para los cambios, porque el mucho celo que tienen por los objetos y la fuerza con que se sostienen sobre las manos para coger el engaño, los hacen formar la Z con mucha rapidez. A los toros que se ciñen hay que tener mucho cuidado e inteligencia para usar con acierto y oportunidad de todas las reglas establecidas, tanto para el modo de hacer los cambios en general como para el torear de capa. No es prudente hacer el cambio con los toros que ganan terreno, ni con los que rematan en el bulto. Tampoco debe intentarse el cambio con los avantos porque no rematan bien suerte alguna en que sea necesario ahínco y celo por el engaño como es indispensable para los cambios. Los burriciegos serán buenos o malos para esta suerte, según la clase a que por sus propiedades pertenezcan. Con los tuertos no debe intentarse jamás".