La figura hierática del monstruo de Córdoba que desmayaba su capote sobre el lado izquierdo, tras una tanda de verónicas,  la mano izquierda en su costado, recta, caída al fondo , abrazando el capote cerca de la esclavina,  la derecha, casi en ángulo recto, fijo el capote llevando al toro en su salida. La barbilla  del cordobés casi tocaba su pecho y sus ojos  clavados en el último momento de la suerte.  Después debe haber venido una estrujante ovación ante este recorte que se hizo clásico en el toreo.  Así entró en mi cabeza de joven aficionado una figura fundamental del toreo: Juan Belmonte.  Luego oí y leí  sobre la vieja controversia, ¿había Juan Belmonte inventado el toreo moderno?

 

 Nacido a orillas del Guadalquivir en la sevillana calle Ancha de la Feria, Belmonte pasó al otro lado del río, Triana, donde inició desde muy joven sus escarceos taurinos, allá en la dehesa de Tablada.  Sin ningún antecedente familiar que lo acercara a los toros, ensayó sus primeras aptitudes con torerillos sevillanos.  Algo tenía que con traje alquilado y desvencijado se presentó y triunfó en Elvas, Portugal en 1908.

 

Apurado por el dinero inició la carrera que lo llevó a alternar con Bombita IV.  Fue a Valencia y triunfó en 1912 y luego en Sevilla. Al presentarse en Madrid produjo gran interés su estilo.   Tomó la alternativa en Madrid en 1913 de manos de Machaquito, en presencia de Rafael “El Gallo”.  Fue tarde de escándalos.  Vino a México e impactó fuerte y luego llegaría su primer gran momento el 21 de abril de 1914, al enfrentarse con Joselito y con miuras.  Se inició así  la primera gran competencia que condujo a la modernidad de la tauromaquia. En 1919 llegó a torear 109 corridas (record que superaría El Cordobés hasta 1970).  Le impactó enormemente la muerte de Joselito en Talavera y le quedaron pocas temporadas en activo, Por dinero aceptó la oferta de Eduardo Pagés con 30 actuaciones hasta 1928.  Reapareció en 1934 con El Gallo y Sánchez Mejías.  Se calcula que estoqueó más de 1400 toros.

 

Belmonte  mostró siempre, pese a las numerosas cornadas, que estaba decidido al triunfo o a la enfermería.  Decía El Guerrita “el que quiera verlo, debe darse prisa”.  ¿Qué era  lo que asombraba del Trianero?  Redujo las distancias y ciñó al toreo.  Alameda nos dice, “toreó más cerca y templado que sus predecesores, pero, en cuanto a la concepción de la faena, igual que ellos. Su faena se desarrollaba invariablemente en la línea de los terrenos naturales, con varios pases por alto, algún pase natural ligado con el de pecho,.. y de añadidura, algún desplante, molinete o paso de farol”.  Lo que hizo, digo, fue ceñir el toreo.  Contaba para ello  con su inimitable temple.  Él sujetaba al toro, lo llevaba ceñido y embebido en el engaño y en el último tiempo del pase, cuando  el enemigo empezaba  a revolverse y describía una curva, pero como sujetaba más que ninguno, el pase que antes era recto le resultaba curvo.  De allí que para conservarse en el terreno natural tuviera que recurrir a cruzarse mucho, a buscar el toro hacia el pitón contrario. Esa fue su enseñanza.!!!! Belmonte decía  que aparte de las cuestiones técnicas, -ya descritas- “lo más importante en la lidia es el acento personal que en ella pone el lidiador.  Es decir, el estilo.  El estilo también es el torero.  Se torea como se es. Esto es lo importante: que la íntima emoción traspase el juego de la lidia; que el torero, cuando termine la faena, se le salten las lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual que el hombre siente cada vez que el ejercicio de su arte, el suyo peculiar, por íntimo y humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la divinidad.

 

Belmonte tuvo su tarde sublime en la corrida de La Beneficencia en 1915 con “Barbero” de Concha y Sierra y ciertamente allí cinceló lo que ahora llamamos el  “belmontismo”.  Juan ocupaba con su colocación frontal el terreno del toro y gracias a ese cruce y a esa mayor cercanía lograda en base al temple, obligaba a los animales a variar su dirección en la embestida y a reducir su velocidad.

Frente a la elegancia de Gaona, la perfección de Joselito y la festividad de El Gallo, Belmonte representó “el sentido más dramático del toreo”. Valle Inclán le dijo “no te hace falta más que morir en la plaza”.  Su aportación consiste en eso que llamaba “acento personal”. Algo innato e inigualable que marca a las grandes figuras.

 

El señor Juan Belmonte por voluntad propia, cortó su destino el 8 de abril de 1962 en su cortijo de Gómez Cardeña, cerca de Utrera.  Dice Bergamín, en “La Claridad del Toreo” que Belmonte, -para  situarlo en la historia del birlibirloque, “el arte mágico del vuelo”, que es el toreo-,  arrastró consigo, como un capote por la arena, esa obscura sombra de sí mismo, esa ansiedad y desasosiego, inquietante, de su propio destino mortal.  El mismo que de joven salía todas las tardes a la plaza a buscarla: a buscar una muerte que nunca podía encontrar y una tarde le robó su rival y compañero, Joselito.  Desde entonces, único y sólo de verdad, la buscó, la esperó siempre en vano.  Y con qué elegancia torera fue hacia ella, a cruzarse con ella, pisándole su terreno para obligarla a pasar.   ¡Con qué noble gesto, humilde y orgulloso a la vez, la ha matado –a su propia muerte- como al toro!

 

No se suicidaba el torero Juan Belmonte: Mató a la muerte en él.  A esa muerte con la que estuvo peleando a solas toda su vida.  “Torear –decía- es hacer todo lo contrario que quiere el toro”.  Vivir fue para él intentar hacer todo lo contrario que quiere la muerte.”