Córdoba se transforma cada año cuando llega la primavera, la cata de nuestro vino es el primer paso de un calendario apretado y cargado de  insinuaciones y sugerencias. Córdoba una mocita algo engreída,  pizpireta y vivaracha,  como mujer presumida se acicala para dar la bienvenida a esa eclosión de luz, color y alegría que llega cada doce meses.  

Las cruces de mayo, una de las tradiciones más arraigadas en la ciudad,  representan el pistoletazo de salida de  nuestro mes más festivo y alegórico, patios preñados de flores compiten en hermosura con las enredaderas de rejas y balcones. Noches mágicas de nuestros barrios que entre coplas y alborozo nos llevan a la feria de Nuestra Señora de la Salud, ultimo eslabón de ese mes fascinante y seductor.

Y tuvo que ser, precisamente,   junto a una  cruz en un florido mes de mayo cordobés  cuando Manolete, el Califa de gesto rígido, serio y retraído, abriese su casa de par en par para dar acogida a sus compañeros en el entorchado califal y lo hizo con la categoría, la dignidad y el señorío que se prodiga en esta tierra. Fue justito para más señas el año en el que se cumplió el L aniversario de la inauguración de la plaza de toros que en honor de todos ellos se bautizó con toda justicia  como la de los Califas; aquella plaza que vino a jubilar al vetusto pero entrañable coso de los Tejares, escenario de importantísimas gestas de todos ellos.

El recibimiento de Manolete a sus camaradas fue  afectuoso y cordial y para que se encontrasen cómodos y en su ambiente, nada mejor que engalanar su casa de la plaza del Conde de Priego en el cogollo del barrio de Santa Marina con mantoncillos  de Manila, banderas de España, muchas banderas rojas y gualdas, gallardetes, estandartes, colgaduras y capotillos y capotes de briega; mientras que al fondo sonaban los acordes de esos mágicos pasodobles  tan taurinos y españoles como Amparito Roca, España Cañí, Paquito el Chocolatero o el que el maestro Orozco dedicó al anfitrión y  que en tantas ocasiones habían sonado por esas plazas de Dios en homenaje y reconocimiento a los cinco Califas de la tauromaquia, allí reunidos durante esos días..

Naturalmente para la ocasión no podían faltar  las reproducciones graficas de los otros cuatro califas que lucían con gallardía, donaire y prestancia en uno de los murales de tan emblemática  plaza y desde su imponente pedestal en el que el caballo tiene un merecido protagonismo, Manolete imperturbable, circunspecto e impertérrito, parecía querer darle sitio a don Antonio Cañero, gloria del rejoneo, de la generosidad y de la hombría de bien, quien por su impresionante trayectoria, bien que podría codearse con nuestros cinco Califas.

           

 

Alfonso Gómez López
Abogado, articulista y escritor
Reconocimiento
“Un Romántico del Toreo –
Rafael Sánchez “Pipo”