Viajar sin conocer mucho del lugar al que vas tiene su encanto, al menos para mí. Descubrir de a poco lo que no está a la vista del turista común, admirar, comer, oler, tocar, sentir, conectar tus sentidos con el lugar; hacerlo tuyo. Eso es lo que disfruto cuando viajo. Y en esta ocasión, cuando fui a Colonia, lo hice de la misma manera, pero con un objetivo principal: conocer la Plaza de Toros…y sin imaginar lo que descubriría a partir de mi deseo.

                                              

          La pequeña y europeísima Colonia es el reflejo de los conflictos entre la España y el Portugal de finales del siglo XVII, cuando estos países pretendían extender sus fronteras hasta donde pudieran. Balcones aflorados, calles estrechas y empedradas que desembocan en el Río de la Plata, el encantador faro que ilumina a los navegantes desde 1857 y el barrio histórico, que desde 1995 es Patrimonio de la Humanidad, son el escenario perfecto en el que se enmarca la historia de la Plaza de Toros, un monumento, sin duda, a la sin razón.

 

         Y es que el gobierno de José Battle y Ordóñez, presidente de Uruguay en dos periodos entre 1903 y 1915, marcó la historia de su país y también la de la tauromaquia en Sudamérica.

 

         Durante su gobierno, Battle llevó a la cúspide del “bienestar” a Uruguay y hasta hubo quien equiparara al terruño con un lugar muy europeo. Transformó al país en  una de las naciones más progresistas y estables económica y políticamente de América Latina; entre otras cosas por ser uno de los primeros países en establecer el derecho al divorcio, el sufragio femenino y el sistema educativo gratuito, obligatorio y laico.

 

         Y en este ambiente de prosperidad, ya cerca del siglo XX, se desarrolló, en las afueras de la ciudad, el “Real de San Carlos”, un complejo para los turistas que visitaban Colonia, principalmente de la provincia de Buenos Aires. Por su cercanía con esa ciudad, desde siempre Colonia ha sido visitada y también habitada por porteños, a tal grado que en un tiempo existió la idea de construir un puente para unir las dos ciudades.

 

         El complejo, concebido por Nicolás Mihanovich,  empresario argentino, contemplaba la construcción de un hotel con casino, una cancha de frontón de pelota vasca, una central eléctrica y…una Plaza de Toros. Del casino sólo se construyó el anexo y en el frontón se realizaron dos campeonatos mundiales y no se utilizó más.

 

         Por cierto habría que destacar que en Uruguay la permisión de las corridas de toros tuvo corta vida. En 1776 se construyó en Montevideo, la capital, el primer recinto para espectáculos taurinos, que funcionó durante cuatro años. Más tarde, en 1785, se levantó otro coso en la misma ciudad que sólo permaneció funcionando un año y  lo que le siguió fue un circo armable en donde se celebraron un centenar de corridas.

 

         En 1885 se edificó, también en la capital, la Plaza de la Unión, la más importante y grande del país, construida con dinero de más de doscientos accionistas y con capacidad para doce mil espectadores.  Fue ahí donde empezó la línea mortal de la tauromaquia en Uruguay, y es que en 1888 el matador Joaquín Sanz Almenar, conocido como “Punteret”, fue cogido de muerte por Cocinero, tratando de banderillearlo sentado en una silla, lo que terminó con la fiesta en el país, por considerar su osadía como un suicidio.

 

         En un sobresalto inesperado de la dicha línea mortal en el monitor de la Fiesta, en 1935 se aprobó una nueva ley que permitía las corridas únicamente en Colonia.

 

         En una caprichosa apuesta millonaria y acatándose a previos acuerdos con la autoridad uruguaya, que en ese momento sólo autorizaba el espectáculo simulando la corrida, sin poner en riesgo al animal ni al torero, Mihanovich inició la construcción de la Plaza.

 

         Armazones de hierro inglés y bloques de hormigón enmarcan el ruedo. De inigualable belleza, la Plaza de Toros de arquitectura inconfundiblemente morisca, contó con un bar, restaurante, palco, enfermería y hasta una capilla.

        

         El 9 de enero de 1910 fue el día perfecto para la inolvidable y pomposa inauguración del coso. Mihanovich, en su afán de recuperar lo invertido y bajo la presión de las exigencias del público, principalmente argentino y que ya había perdido la oportunidad de ver corridas en su país, anunció el cartel estelar en el que figuraron los matadores españoles Emilio Torres “Bombita” y Ricardo Torres “Bombita Chico”, a los que pudieron admirar más de 10 mil espectadores.

 

         Bombita fue el novillero más solicitado en 1893, y ese mismo año, a los 19 de edad, se convirtió en matador. Su exitosa carrera continuó hasta 1896, con faenas históricas como la que hizo en Madrid a Zancajoso, de Veragua. En 1903 se despidió de su público en Madrid y se cortó la coleta, pero siguió toreando hasta 1912, año en el que alternó con Vicente Pastor en México.

         Para 1906, su hermano, Ricardo Torres, Bombita Chico, era una de las figuras del toreo de su época, habiéndose afianzado en 1904 con 63 corridas. Triunfó en Madrid y vino a México, donde un toro de Piedras Negras le dio una cogida de bienvenida. Se retiró en 1913, en una espectacular corrida donde a Cigarrón, el quinto de la tarde, le cortó la oreja.

 

         Mihanovich, complaciendo a los espectadores que reclamaban el pago de sus entradas por ver una corrida real, ignoró los acuerdos hechos y dejó de un lado los simulacros.

 

         En la Plaza se realizaron corridas de toros reales: con matadores y toros, a muerte. Oficialmente fueron ocho. Dicen que Gardel también estuvo ahí, pero para cantar, cuando aún no era tan famoso.

 

         En 1912, el 16 de septiembre, el presidente Battle dió un mensaje y anunció su proyecto de suprimir las corridas de toros; el 16 de diciembre se apagó la Fiesta en todo el territorio de Uruguay.

 

         Hace cien años que se construyó la Plaza de Toros de Colonia y hace 98 que no hay corridas en ella. Millones de pesos invertidos y olvidados. Belleza arquitectónica en ruinas, admirada a duras penas por quien logra quitarse los lentes del prejuicio, paso obligado del turista que de vez en vez no sabe ni lo que es una plaza de toros… proyecto fallido.

 

         Sobre todo vestigio histórico olvidado, apenas mencionado en guías turísticas y libros, de la época dorada de Colonia, colonialísima, que alguna vez perteneció a España, cuna de la tauromaquia.

 

         En esos tiempos, vapores argentinos llegaron a Colonia con un sinfín de pasajeros que iban a la corrida, cuando los porteños se disputaban los lugares en las embarcaciones para poder llegar a tiempo. Como cuando crucé el Río de la Plata, en el moderno Buquebús y llegué a Colonia, también, con el deseo de asistir a la Plaza…

 

         Yo propongo para la Plaza de Toros de Colonia un museo o ¿porqué no?, un hotel como el de Almadén en España; o el de Zacatecas en la ex Plaza de Toros San Pedro, en México.

         Yo propongo hacerle un homenaje digno a su historia, dar una razón a este monumento sin igual. A este monumento, hoy, sin razón.