De mis tiempos también eran aquellos vendedores ambulantes que ofrecían su mercancía, el “pay-pay”, el rico “chivirikoqui”, u aquellas jazmineras de delantal blanco y el pelo recogido en la nuca que vendían sus jazmínes hechos ramitos, por la calle o a la puerta de los cines de verano de nuestra querida y amada Córdoba. Y como también era de mis tiempos aquel otro personaje de nombre Antonio Muñoz Caballero, al que apodaban “La Paquera», había nacido en la posguerra (año1939) en el barrio de la Judería (concretamente en una casa de vecinos de la Plazuela Maimónides junto al Museo Taurino) y acabó viviendo en una habitación de una casa de vecinos de la calle Alcántara. Antonio fue bautizado en la capilla del Sagrario de la Mezquita-Catedral y desde bien chiquitito se identificó como niña. Las vecinas les recordaban siempre jugando con ellas: a las casitas, a las muñecas o a los peinados, siempre obsesionada con ser ella la mamá para darle el pecho a los muñecos. Solía vestirse con la ropita de su hermana sin importarle que los demás niños se metieran con ella llamándole “!Mariquita!. Tuvo que vivir la incomprensión de un padre que le maltrataba por su orientación sexual y vital. Pero él siempre se sintió mujer y nunca perdía la sonrisa. Con sus amigas “La Chicharito», “La Niña del Lunar», “La Marifé», “La Pantoja”, “La Paqui», “La Alfonsa» o “La Mecedora”, vivió tiempos oscuros en los que la ley de “Vagos y Maleantes” se cebaba con las personas que hacían bandera de su homosexualidad. Sara era muy buena persona y más allá de su aparición en las Cabalgatas del Carnaval, se dedicaba a vivir su vida sin hacer daño ni molestar a los demás y, a “sobrevivir” como podía de pintor de brocha gorda, además de las clásicas “haciendas». Hizo la militancia en Artillería 42 establecido en Córdoba. Por su condición de homosexual hizo solo una guardia, dado que tuvo un percance y empezó a pegar tiros a diestro y siniestro…por lo que la pusieron de freganchina y hacer las camas de todos sus compañeros.

 

Antonio Muñoz Caballero «La Paquera de Córdoba»

Sara, como le gustaba que le llamasen fue transexual y un personaje muy querido en Córdoba allá en las décadas de los 70, 80 y 90. Su primer trabajo fue de limpiadora en un asilo de ancianos de la calle Buen Pastor, donde estaba ingresado también su padre. Allí estaba acogida hasta que tuvo un percance con una de aquellas monjas, que sin venir a cuento, le echó por encima un cubetón de agua. La reacción de Sara fue decirle a la monja: “El agua se la podía usted haber “echao” en el mismo coño”…naturalmente la despidieron de inmediato. “La Paquera” o Sara, lo mismo daba, nos dejó en el año 1995 un seis de abril, no sin antes colmar su aspiración de meterse en la piel de su artista preferida la gran Sarita Montiel y poder actuar encima de las tablas del escenario de su tierra…el maravilloso Gran Teatro. Su recuerdo se mantiene aún vivo por su Plaza de la Corredera, por la calle Montero y por las Plazas de San Agustín y San Juan de Letrán cuando llegan las fiestas del carnaval cordobés.

 

Juan Rodríguez Mora «Juanito el Anticuario» y «Duque de la Mezquita».

Juan Rodríguez Mora “Juanito el Anticuario» nombre con el que toda Córdoba le conocía, llevaba a Cordoba en su corazón. Por eso, él que fue un hombre curtido y cultivado en amplios y abiertos horizontes europeos y americanos, supo gustar y catar más profundamente lo andaluz y lo cordobés. Andalucia le mereció siempre un gran respeto, de ahí que todas sus realizaciones populares estuvieran llenas de un sentido serio del humor y fueran dirigidas a una mayor gloria y conocimiento de su Córdoba. Generoso, amigo entrañable y sincero supo rodearse de quienes como él, sentirse y saberse cordobés era, no un tópico, sino una anímica necesidad biológica.

Vivió a la sombra de la Mezquita-Catedral, y, tal aproximación, le imprimió carácter, mucho más cuando un grupo de amigos le otorgaron, como título honorífico salido de las puras raíces del pueblo, el de “Duque de la Mezquita» que llevó siempre con la dignidad y orgullo de saber y ser consciente de que dicho honor le obligaba, aún más, para con la Córdoba eterna y sus amigos.

Fue “Juanito el Anticuario» como respetuosa y cariñosamente era conocido en todo el amplio mundo de las antigüedades, una autoridad en la materia, a la que había que acudir en los momentos de duda. Profundo conocedor de la pintura, reunió con tesón y trabajo, una colección pictórica digna de un museo. Las antigüedades fueron para él mucho más que un negocio, una pasión desbordada. Por adquirir una determinada pieza, que fuera deseada, era capaz de los mayores sacrificios económicos y físicos. Su afán de lograr obras únicas, le obligó a viajar por todos los pueblos de España, rastreando uno por uno; buscando aquí y allá, ese mueble o ese cuadro, que olvidado y oculto, duerme en la oscuridad de la ignorancia. Pocos anticuarios habrá que hayan tenido más personalidad que el “El Duque de la Mezquita». Su espíritu abierto le convirtió en el maestro del que aprendieron muchos seguidores del negocio.

 

Alfonso López Garrido. «Marqués del Cucharón».

Durante años fue pilar y sostén de numerosas fiestas populares cordobesas,) fundando con un grupo de amigos la celebérrima peña “Los 99” de la que fue su presidente. Esta entidad, que contaba entre sus socios a cordobeses tan cualificados como “El Marqués del Cucharón» o “Miguelito del Río», fue de las pioneras en hacer notar su presencia tomando participación activa en todas las fiestas tradicionales cordobesas, prueba de ello fue la decisión valiente que tomaron en el año 1936, salvando con la misma, la emotiva Romería a Santo Domingo de Scala Coelis. La cuaresma del año treinta y seis, por desgracia para España entera, no se presentó en las mejores condiciones para poder celebrar dicha romería. Los ánimos estaban exaltados; por un momento se pensó en su suspensión; de todas formas para su realización se precisaba de la autorización gubernativa, no muy dispuesta a la concesión. Juan Rodríguez Mora, sin otras miras que el amor que sentía por Córdoba y sus tradiciones, se fue derechito al despacho del Gobernador Civil a solicitar la necesaria autorización para su celebración. Una vez en aquél despacho y en el transcurso de la corta conversación que sustuvo con la máxima autoridad cordobesa, “Juanito el Anticuario», pudo al fin, convencerle de que de celebrarse aquel acto romero, nadie se lo tomaría como una provocación, sino como una simple reunión, familiar de amigos y amigas, dispuestos a rezarle al Cristo de Scala Coeli y pasar de camino un buen día de campo en nuestra incomparable Sierra cordobesa. Y que no se preocupara porque nada iba a suceder ni durante el recorrido de la Romería ni más tarde en el Santuario. Tanta fue la convicción y la fuerza de sus palabras que el gobernador acabó accediendo a darle el permiso para su celebración. Así fue como “El Duque de la Mezquita» organizó y celebró la Romería al Santuario de Santo Domingo de Scala Coeli del 1936, año que dio comienzo la guerra entre españoles. Por cierto que, al no ser los miembros de la Peña “Los 99” hábiles jinetes, cambiaron los briosos corceles por borriquillos de los arrieros. ¡Pero lo más importante de todo fue que la Romería se pudo celebrar!.

Ninguna otra persona ni entidad, pudo darle tanto sabor a nuestra feria de Mayo, como lo hiciera Juan Rodríguez “El Anticuario” y su peña. Cierto año, y como la peña “Los 99” había sido creada, más que como competitiva réplica, como versión cordobesa, invitaron a todos los miembros de la sevillana Peña “Los 77” a que compartieran unos días con ellos de nuestra feria.

De Sevilla se desplazaron todos los componentes acompañados de bellísimas jóvenes ataviadas con el clásico vestido de gitana, presididos por su rector, el célebre “Maestro Realito». La estancia, el alojamiento, la bebida y comida de todos los invitados corrió a cuenta del presidente de la Peña anfitriona. Y, es que a generosidad y detalles de gran señor era muy difícil ganarle. Buena prueba fue el recibimiento que les organizó. Los peñista sevillanos se desplazaron en un tren Botijo especial, y, cuando arribaron a nuestra capital, vieron sorprendidos, que en la estación les esperaba La Banda Municipal de Música lanzando al aire armónicos acordes de pasodobles toreros, así como la totalidad de los peñistas cordobeses, acompañados también de señoritas vistiendo el traje de faralaes. Y si la sorpresa del recibimiento fue grande, mucho más lo fue al salir del edificio de la estación al observar como les esperaban un gran número de caballistas capitaneados, nada menos que por el rejoneador Antonio Cañero con el fin de darles escolta hasta la caseta que la peña cordobesa tenía instalada en el recinto ferial.

Un personaje muy popular de nuestra Córdoba de aquellos años fue Alfonso López Garrido, más conocido con el sobrenombre de “El Marqués del Cucharón”. Era natural del pueblo cordobés de Guadalcazar, donde había nacido el 1 de noviembre de 1905. En el 1910 se establece en Córdoba por traslado familiar. Autodidacta en su formación artístico-humanista, gran amante de la arqueología, pintura y cartelería. Fue defensor y propulsor en su persona de las más puras esencias del casticismo cordobés, en sus manifestaciones más populares, e impulsor de, los Patios Cordobeses, Romerías de Santo Domingo y Virgen de Linares. Monta varias Cruces de Mayo, en especial, la del año 1957 en la Plaza de Las Beatillas. Funda con otros la Peña “El Cucharón» y es reconocido como socio de honor por la Peña “Los Compadres» ambas ubicadas en la taberna “Casa Pepe” de la calle Rejas de Don Gome en el típico barrio de San Agustín.

Fue también muy amigo de los socios de la Peña “El Limón» donde se reunía con el popular músico Ramón Medina.

Amigo de los subalternos y maestros del toreo como el famoso banderillero Francisco Molina Martínez “El Frasqui» que vivía en el barrio del Matadero Viejo (Torre de la Malmuerta) o de los picadores Rafael Márquez Muñoz “Mazzantini» y José de la Haba “Zurito»; con estos últimos se le veía alternar como clásicos cordobeses en las tabernas de Santa Marina o de la Fuenseca.

Fundador junto al “Duque de la Mezquita» , y otros como “Miguelito del Río”, de la famosa Peña “Los 99” amigos del silencio, creada en el 1935 en “Casa Pastor” ubicada en la calle Duque de Horchuelos, siendo él su presidente. En su Peña “Los 99” le apodaban “El Marqués” por su educado y elegante porte así como por su figura delgada-mayestática en sintonía con la tópica imagen nobiliaria. Lo de “Cucharón» lo originaba su presencia en los muchos peroles que celebraban, donde aparecía siempre con un cucharón de madera de voluminosas dimensiones. El bautizo con este nombre fue efectuado en la feria sevillana de Abril de 1936 debajo del chorro de agua de una fuente pública.

De carácter serio aunque abierto, cercano y dicharachero, en los años cuarenta organizó junto antiguos miembros de la peña “Los 99”, las casetas “Los 33”, “Er 44” y “Los amigos del Maestro Currito». En la feria de Mayo de 1945, se le reconoció su cordobesismo, en la caseta “Los Caimanes-Los Seguros”, entregándole un pergamino, junto a también homenajeados el “Duque de la Mezquita” y otros títulos nobiliarios populares, como el “Vizconde del Verso” a Juan Morales Rojas. Su porte heterodoxo en el baile de las sevillanas lo admiraron cuantos lo contemplaban.

Personaje que aglutinaba senequismo y alegría andaluza, el “Marqués del Cucharón», fue muy querido y admirado tanto por potentados como por personas de muy humilde condición. Su labor profesional la desarrolló en la empresa CENEMESA como jefe administrativo y relaciones públicas. Gran dibujante colaboró en los años treinta en la revista “Cofradías cordobesas», y como escritor participó en los años cincuenta en la revista “Feria de Mayo»; en uno de sus artículos exponía, como amante de la arqueología, la posible ubicación de la ciudad residencial de Almanzor Medina al- Zahira.

“El Marqués del Cucharón” con su sapiencia costumbrista daba a los peñistas enseñanzas con solo estar presente, ya que transmitía sin proponérselo las esencias puras del mejor cordobesismo.

Un actorazo como la copa de un pino fue José Priego García. Ningún otro cordobés puede como él presentar un tan extenso y completo programa de actividades realizadas en pro del teatro de aficionados. Durante muchos años, fue dentro del ambiente local una institución y el eje sobre el que giró la vida teatral cordobesa, a la que prestó, siempre y en todo momento, su colaboración valiosa y desinteresada.

Su irrefrenable afición teatral le nació pronto, cuando aún era un niño intervino en el teatrito del colegio de los Salesianos, donde se despertaron tantas inquietudes artísticas.

Su vida estuvo consagrada a dos actividades artísticas: el teatro y la platería. El primero fue su ilusión, el segundo su profesión, en la que no logró los éxitos mercantiles que obtuvieron otros, quizá menos capacitados. Como platero ejercía de sacador de fuego y hasta que se estableció por su cuenta en la calle Hornillo donde su tío estaba de conserje en el Colegio Médico, trabajó en la tienda de Sucesores de Luís López Rueda, en la calle de la Feria donde fabricaban el clásico género cordobés: cubanas, aretes, tresillos, etc, junto con sus compañeros: Antonio Blancas, Baena, Tallón y Antonio “El Caja», al que llamaban así porque ese era el instrumento que tocaba en la Banda Municipal. Una vez que sus hermanos Pepe y Antonio pusieron taller propio, él se fue a trabajar con ellos y les llevaban los demonios escucharlo todo el día recitando hasta el extremo que los oficiales del taller llegaron aprenderse de memoria el Don Juan Tenorio ya que su jefe declamaba constantemente todos los personajes del mismo. Igual ocurría cuando venía a Córdoba alguna compañía de teatro y sus integrantes iban al taller y suspendía el trabajo, como sucedía con la mayoría de las compañías teatrales, ya que grandes amigos suyos fueron: Rambal, Paco Pierrat, Bertini, etc.

El teatro fue su auténtica vocación, y aunque tuvo atractivas y sustanciosas proposiciones para pasar al campo profesional las desechó siempre, aunque no por ello, dejará de sacrificarse y supeditarse al mismo. De haberlo querido hubiera sido actor profesional de primera categoría, porque facultades y condiciones le sobraron para ello y en muchísimas ocasiones lo demostró.

Excelente recitador sabía decir el verso con sencillez junto con las matizaciones precisas para transmitir a los espectadores la más sutil expresividad. Cultivó con fortuna todo el campo teatral, desde al clásico de verso hasta el regional andaluz que de tan de moda estaba entonces. Precisamente representando una de esas obras, “Sol y Sombra» de Quintero y Guillén y dando vida al personaje Manolo Campos fue donde obtuvo mejores y más repetidos triunfos. Igual suerte le acompañó, cuando por toda la geografía española, representó el papel de Fiscal en la comedia “Morena Clara», en la que demostró una enorme ductibilidad y una gran capacidad para adaptarse a todo tipo de personajes, a los que daba e infundía intensa realidad humana, por eso, fue siempre, lo que se llama en el argot teatral cabecera de cartel, y, no por arrogancia petulante, tan propia de ese mundo, sino por su calidad de actor, condición que ninguno de sus compañeros se atrevieron poner en duda.

La comedia en que tomaba parte, tenía por tal circunstancia, un enorme atractivo, Segurísimo en el decir y sobrio en el hacer, sabía suplir, con naturalidad y gracejo los posibles fallos que tan corrientemente se dan en las representaciones teatrales de aficionados. Su dominio del escenario imponía serenidad y servía de calmante a los posibles nervios de sus compañeros. Ponía tanto realismo en sus interpretaciones que a los espectadores que no le

conocían, les costaba creer que aquel actorazo fuera simplemente un platero ajeno profesionalmente a la actividad teatral.

Tuvo tan gran afición y fue tan fiel a la misma, que su nombre se repite una y otra vez en todas las manifestaciones teatrales locales durante varias décadas. Cuando con el tiempo su participación activa como actor, se le hizo penosa y cansada, la sustituyó por la de director de escena, con la que logró éxitos tan señalados como los había conseguido como primer actor.

Su amor al teatro y lo mucho que luchó por él, no tuvieron una justa recompensa, ni por parte de las autoridades culturales de su época ni por sus compañeros; y, aunque la Agrupación Lírica “San Alberto Magno» que dirigió en toda su existencia, le ofreció una función de homenaje el 30 de Diciembre de 1954 en la que se canto en el Gran Teatro, la Zarzuela “El huésped del sevillano», su intensa labor mereció un más señalado reconocimiento oficial. Murió en tierras catalanas donde había trasladado su taller de platería.

 

Ramón Medina Ortega

Otro grandísimo maestro que llegó a componer un gran número de canciones a Córdoba sin ser músico profesional, pero que la música la sentía muy dentro de sí mismo fue: el gran Ramón Medina Ortega. No era Cordobés de nacimiento ya que había nacido en Brihuega (Guadalajara), pero sí lo era de sentimientos, corazón y hechos. Llegó a nuestra ciudad muy joven, siendo un niño, diez años, y en ella pasó toda su vida y murió cuando había cumplido setenta y dos. Tocaba la guitarra aprendida en el Real Centro Filarmónico “Eduardo Lucena” de Córdoba donde, además, dio clases de flautín. Sin ser un virtuoso de ninguno de los dos instrumentos, la guitarra la dominaba lo suficiente como para, con paciencia e ilusión, componer lo que le dictaba su fecunda y cordobesísima inspiración que solía acudir a él en horas algo intempestivas, generalmente al amanecer.

Era aún muy niño el maestro Ramón Medina cuando ingresó en el Coro infantil de los niños cantores en la Santa Iglesia Catedral a cargo del Maestro Gómez Navarro a quién dedicara años más tarde una de sus composiciones más celebradas: Caminito del Santuario. Luego vendría su etapa del Centro y la creación de la Peña “El Limón» donde desarrolló con más intensidad su inspiración creadora. El no tener una profesión fija le llevó a desarrollar distintas actividades a lo largo de su vida, así en principio fue droguero y tintorero en el barrio de San Agustín, redactor también con el seudónimo de “Mon-Mina» en los periódicos locales Diario de Avisos y Diario de Córdoba para acabar de representante de productos farmacéuticos. En 1934 y en la taberna que tenía Luís Giménez “El Pancho» en la calle Montero, fundó junto con otros doce amigos la Peña “El Limón».

 La llamaron así por el cítrico que estaba plantado en el patio donde ensayaban. Como todas las Peñas cordobesas, uno de los puntos fundamentales, era la realización de peroles, pero como la mayoría de sus doce componentes sabían tocar algún instrumento de plectro, tuvo la feliz idea de organizar una pequeña rondalla entre todos ellos, e interpretaban especialmente las obras del maestro Ramón Medina, quien, durante muchos años asistía diariamente a los ensayos. Su especial vinculación con la Hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro de Córdoba, (que partía de la estrecha amistad que sostuvo con los Padres Dominicos de San Agustín) y su también sincero y sencillo catolicismo le llevó a escribir numerosas letrillas para los cultos del convento a cuyo frailes respetaba y ellos le correspondían con cariño y amistad. Como anécdota se asegura que el Obispo de la Diócesis Fray Albino Menéndez Reigada, solía canturrear, mientras se afeitaba el pasodoble Campo de la Verdad cuya letra y música era original del maestro Ramón: “Si quieres sacar novia / de tipo fino / vete a la barriada / de Fray Albino….

Sus abiertas relaciones con los Dominicos y su ferviente amor hacía todo lo cordobés que fuese popular, le llevaron a escribir la mejor y más conocida canción romera que hasta ahora se haya compuesto: Camino del Santuario, bella obra descriptiva y colorista, no exenta de matices flamencos. Y es que el maestro Ramón Medina era un excelente aficionado al cante, tanto es así que los matices flamencos que se descubren en esa canción se repiten con aires de peteneras en Las Cordobesanas, y en el pasodoble “Juanillo el Chocolatero», donde intercala, con valentía, unos tercios firmes de saetas flamencas al final de la composición. Muchas fueron sus obras que dedicó a cantar las costumbres populares y a los parajes cordobeses: Noches de mi Ribera, Cruz de Mayo, La Cuesta del Reventón, Arroyito de Linares, Callejita de las Flores etc. De todas ellas la que más emoción nos produce es Serenata a la Mezquita, por armoniosa y valiente y creo que también era la favorita del autor. Sirva de ejemplo esta anécdota de la que fui testigo y protagonista a la vez. “Una noche de invierno y terminado el ensayo general del Coro y Rondalla del Real Centro Filarmónico (próximo a la grabación del disco en Madrid), parte de aquellos componentes (veinte o treinta entre los que figuraban el director del Coro don Carlos Hacar y algunos directivos), decidimos ir a la calle Almonas (hoy Gutiérrez de los Ríos) donde vivía el compositor, a cantarle su Serenata a la Mezquita. En el silencio de la noche cuando comenzaron a oírse sus primeros compases, el balconcito del maestro se abrió de par en par, emergiendo de la oscuridad la añeja figura de don Ramón, que emocionadísimo escucho atento su magna obra. Una vez finalizada, se descubrió ante todos quitándose su boina, y con lágrimas en los ojos, mirando al cielo exclamó: “Dios mío ya me puedo morir tranquilo”.

Y al hablar de música, hagámoslo también de otro personaje que llegó a ella para reivindicar la importancia y la profesionalidad de los instrumentos de pulso y púa, creando una de las mejores rondallas que jamás tuvo Córdoba, la formada por Rafael González López hijo de don Ángel González Herrera, primer delegado Provincial que tuvo la Organización Nacional de Ciegos en Córdoba, entidad a la que él también pertenecía en calidad de administrativo y como director-fundador de su propia rondalla con la que obtuvo numerosos premios en los muchos concursos en que participó. Desde su más tierna infancia “Rafalito” González, como cariñosamente se le conocía, dio muestras de tener un sentido musical especialísimo. De pequeño su padre le subía en las mesas de los casinos Labradores y Mercantil para que cantara a sus amigos cancioncillas italianas.

 

Dos componentes de «la Rondalla González». Juanito Ruiz y  Manolo «El Compadre».

La afición a cantar la cultivo y mantuvo hasta sus últimos días, aunque donde verdaderamente destacó fue como maestro de instrumentos de plectro ya que por los mismos profesionales de esta rama artística-musical llegó a estar considerado como la mejor bandurria de Córdoba y una de las más destacada de España. Por tanto no sería aventurado decir que a él se le debe el auge y el esplendor que llegaron alcanzar las rondallas por los años cuarenta y siguientes, como así también, la gran afición que desde entonces ha existido en nuestra ciudad por tales agrupaciones. De casta le venía su afición por la bandurria en particular y las rondallas en general, ya que su padre al hacerse cargo de la dirección del antiguo Club Filarmónico Rubio, que tanto prestigio llegó a tener, creó una estudiantina que llegó a competir, en calidad y categoría, con las mejores de Córdoba, y siempre hemos presumido y con razón, de tener las más importantes agrupaciones musicales de esta modalidad de toda Andalucía.

Aún muy joven fundó su propia agrupación: “La Rondalla González”, que participó en numerosas actividades lirico-populares, poniendo una muestra de buen gusto y categoría musical en las mismas. “La Rondalla González”, fue, no solo la mejor de su género, sino una firme demostración de la capacidad artística del pueblo cordobés. Una muestra de la popularidad y categoría artística de “La Rondalla González ” nos lo indica que por los años cuarenta empezaran a actuar como plato fuerte en los más importantes Bares y Cafés de Córdoba (“La Perla», “El Bolero, “El Playa», “El Kiosco Azul» etc.). 

 

Varios componentes de «la Rondalla González». Entre ellos Juanito (Bandurria) y El Compadre, (Guitarra).

La Rondalla de “Rafalito” González, estaba entonces en uno de sus mejores momentos gracias a que también tenía los mejores instrumentistas. Abría que recordar a los: Víctor, Benítez, Bernabé, Bodoque, Juanito Ruiz, Antonio “El Habichuela», Timoteo, Emilio, Rafael Rodríguez (hijo del constructor de guitarras de la calle Alfaro), Olmedo, Ruz, y Manuel Rodríguez Castro “El Compadre», primer guitarra de la popularísima “Rondalla” además, de padre de quien abajo firma.

 

NOTA.- Naturalmente que el libro no acaba aquí. Esto son solo unas pinceladas del contenido del mismo, al que iremos desgranando, poquito a poco, para llegar a conocerlo en su totalidad. Es evidente que el autor Luís Melgar Reina y su colaborador José R. Solís Tapia, con esta serie de hechos aislados y no conexos, nos han querido dar una visión muy completa de la forma de ser y sentir de un pueblo, de este nuestro querido Pueblo de Córdoba.

Ellos lo escribieron y yo me he limitado a contarlo…a mi manera.

                                 

Antonio Rodríguez Salido.- 

Compositor y letrista.-

Escalera del Éxito 176.-