La Tauromaquia está llena de simbolismos, tantos que uno puede recurrir por ejemplo, a un libro de Carl Gustav Jung y adentrarse a buscar significados en torno a este tema. Las mujeres y los hombres han vivido junto al toro y muchas cosas se asocian a símbolos y palabras que demarcan un mundo masculino, desde la carga emotiva que tienen las palabras como escuchar de los toreros “mandones” hasta en los mismos “machos” de los toreros.

He visto desde hace tiempo en los objetos de torear, formas emblemáticas de los símbolos que representan tanto al hombre como a la mujer, por ejemplo: el estoque o la espada es un símbolo varonil, ejemplifica a Marte Dios de la guerra según los romanos. Pero, vaya sorpresa, la cruceta al final de su forma, es un símbolo femenino, curiosamente usado para llevar a cabo el ritual de muerte si el estoque no es suficientemente certero.

La simbología del hombre y la mujer provienen de culturas griegas; el símbolo masculino tiende hacia el cielo según los estudios, los toreros muchas veces levantan el estoque en esa dirección para poder colocarlo en lo alto del morrillo, en el preciso sitio de la cruz para provoca la muerte del toro.

Cuando el estoque no es suficiente, llega la cruceta, el descabello, el verduguillo, que en cuestión de distintivos, apunta siempre hacia abajo, hacia lo terrenal según su grafía. Se dice que el símbolo es a través de su representante la diosa Venus.

Pero la muerte no entiende de géneros, y quien ejecute la suerte suprema con el estoque o la cruceta el toro cumple con su ciclo.

En la tauromaquia la mujer ha estado presente siempre, tiene un romance eterno con el toro, en todas sus arenas y también en el ruedo de la vida a través de sus múltiples facetas, pero lo único que le ha estorbado pareciera ser el hombre, quien ha interferido en su relación, impidiendo el paso de muchas féminas. En este sentido puedo citar a varias de ellas, toreras, escritoras, que hicieron peripecias para poder ejercer su trabajo por el machismo que ha existido en la fiesta.

Las corridas de toros desde sus inicios dieron tanto que decir, que era necesario registrarlo, y no solo por hombres, seguro varias mujeres escribían. Se tiene un dato muy interesante en el sentido de las investigaciones en la biblioteca de la Universidad de Austin Texas, en las colecciones de Genaro Estrada, en donde se cita a María Estrada Medinilla quien plasmó detalles de corridas de toros en el año 1640 que por supuesto, eran poco reconocidos por el simple hecho de ser mujer, además de lo difícil de su participación social.

Recuerdo que Sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa y dramaturga, tuvo que refugiarse en un convento de Jerónimas para poder estudiar, escribió por cierto varias composiciones poéticas con temática taurina. Ella compartió cartel con Juan Ruiz de Alarcón y Carlos de Sigüenza y Góngora logrando un brillante sitio en la literatura novohispana.

María Salomé “La Reverte” se hizo pasar por varón para poder torear, ya que las corridas de toros eran en su mayoría lidiadas en aquella época solo por hombres, mucha represión y censura en el medio; actuaba como novillero con el nombre de Agustín Rodríguez, allá por el año de 1910.

Pero retomo el título de este texto semejando que las mujeres siempre parecieran colocadas “entre el estoque y la cruceta”, tanto en el simbolismo de su imagen, como por los efectos que el objeto de acero representa. Fino filo que parece cortar muchas carreras profesionales en el mundo taurino de quienes tienen el poder del mando y del estoque.

El caso de la gran escritora Josefina Vicens, conocida entre sus amigos como “La Gran Peque” nació en Villa Hermosa Tabasco, México en 1911. Una mujer que estudió filosofía y letras, y ejerció como escritora, editora, política, guionista de cine y periodista taurina.

¿Cómo publicar sus crónicas en un mundo de hombres? ¿Cómo escribir en un periódico? ¿Quién le creería? Sí existió incluso, una época en que se prohibió a las mujeres torear y participar en otras actividades que no eran “propias de mujeres”.

Por cosas tan oscurantistas como estas, fue necesario usar en el espacio “masculino”  el seudónimo de “Pepe Faroles” semejante nombre entre “español y chungo” para llamar la atención, ya que los “faroles” son pases que se dan al toro con el capote levantando los brazos y un “farolazo” es echarse un trago de aguardiente de un “jalón” y a la vez en el argot del ambiente taurino, es un tanto decir “dar por su lado a alguien” cuando se dice: “le pegué un farolazo”.

La inteligencia de la escritora brincó las barreras, y de esa manera hizo una sátira de su propio seudónimo para lograr hacer crónica taurina, luchando contra la injusticia de género, en un contexto en el que el pensamiento existencialista, que seguro ella vivió con intensidad, se nota a lo largo de toda la novela llamada El libro vacío 1958 (Premio Xavier Villaurrutia) que resultó más que “lleno” de imágenes humanamente desbordadas que identifican nuestros propios demonios limitantes.

Los años falsos en (1983) Tan Falsos como los significado que dan las palabras que pueden marcar una vida “en falso”, en donde se refleja el impacto de la muerte llevado al “ruedo de la vida”.

Los medios en los que colaboró fueron “Sol y Sombra” y “Torerías”. Ella vivió parte de la época de oro del toreo en México, escribe sus crónicas entre 1943 y 1945 muchas referentes al Toreo de la Condesa. Habla de toreros como Lorenzo Garza “El ave de las tempestades”, Luis Procuna “El berrendito de San Juan”, Luis Briones, David Liceaga, Carlos Vera “Cañitas”, Fermín Espinosa “Armillita”, Carlos Arruza, entre otros.

A su trabajo le imprimió toda su percepción de la fiesta. Trataba de provocar a los “villamelones”. Se cuenta en sus anécdotas que un día estuvo a punto de ser golpearla por un boxeador amigo de un torero, al que seguramente no le gustó algún comentario de “ella” o “el”. Preguntaban por un tal “Pepe Faroles” y cuando se presentó aquel hombre en la redacción no podía creer que a quien buscaba fuera una mujer.

También tuvo otra parte de versatilidad al escribir guiones cinematográficos, en donde utilizó como apodo el nombre de Diógenes García.  ¡Menuda idea! Si Diógenes de Sinope, un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica, fue un hombre que convirtió la pobreza en virtud, un vagabundo desapegado de lo material, lo único que quería era encontrar hombres honestos. Es posible que por eso, utilizó el nombre por la referencia simbólica de su valor aplicado a su seudónimo, ya que buscaba la justicia, y claro, nombre de hombre, para poder expresarse, lo cual es algo doloroso en cuestión de género.

Sus textos en todos sus matices fueron francos, usaba la magia de la jerga taurina, otro elemento rico de la fiesta, siempre contempló las corridas con un ápice de apreciación muy especial ante la muerte. Josefina Vicens fue una profesional al aplicar el uso de la palabra clara y a la vez profunda, logró un estilo del periodismo en el toreo, comprendiendo que lo que hacía, no era nota deportiva, ya que torear es un espectáculo artístico.

Grandes mujeres han estado en el mundo del toreo y se siguen sumando a la fecha muchos más profesionistas que cubren de manera multidisciplinaria el género taurómaco.