Artículo de Alfonso Gómez López. Reconocimiento “Un Romántico del Toreo – Rafael Sánchez “Pipo”

En esta exposición que voy a hacer sobre la vinculación de Ignacio Sánchez Mejias con Córdoba, en primer lugar, quiero adelantarles algunas consideraciones que les ayudarán a entender el porque de esta charla.

Muchos de los aquí presentes conocen mi desmedida afición a los toros  y al mundillo que le rodea. Desde pequeñito de la mano de mi abuelo materno José López Crespo acudía con frecuencia a los espectáculos taurinos al desaparecido y recordado coso de los Tejares, también, asistiría a la plaza de toros de Écija.  Recuerdo, perfectamente, la alternativa de Chiquilín de manos de Antonio Ordóñez con Chamaco de testigo en Cabra.  Sevilla y su feria de abril fueron, durante esos años destino obligado;  En los últimos días de agosto de cada año, alguna de las corridas de  la feria de San Agustín  de Linares, cerraba el ciclo. En invierno los festivales benéficos y así año tras año, Mi abuelo puso la semilla.

Luego, en el bachiller coincidiría en el Instituto con Pedrín Castro –un becerrista que bordaba el toreo- y con José María Montilla del cual me convertí en ferviente seguidor y al que  constituiría junto a un grupo de amigos,  una peña en el bar Paco Cerezo de la barriada de Cañero y al que seguiríamos, a bordo de destartalados autocares por muchas plazas de España. Después vendría ciclón Benítez y de este monstruo que les voy a decir…. Puedo asegurarles que detrás del Córdoba Club de Fútbol y de Manuel Benítez “El Cordobés” puedo haber hecho en mi vida alrededor  de doscientos mil kilómetros y es posible que me quede corto.

Han sido los toreros cordobeses, en general, los que siempre han acaparado mis simpatías. Gabriel y Agustín que cuando empezaban eran tan niños como yo, El Pireo, Sánchez Fuentes, Tortosa o El Hencho, por citar a algunos. Les diré que para mi los triunfos de los toreros cordobeses tenían un valor añadido. Era doble satisfacción, por tratarse del triunfo de un torero paisano.

Y es que parafraseando a Manuel Machado, yo podría decirles:

                                               Y es que antes que abogado,

                                               mi deseo, primero,

                                               hubiera sido ser

                                               un buen banderillero.

Y por la puerta de Manuel Machado entramos en el campo de la cultura. Yo, siempre, he sido un lector voraz, he leído con fruición todo lo que ha caído en mis manos. Me  encanta la poesía, disfruto con las buenas biografías de personajes insignes, me deleito, si tengo entre mis manos, una atractiva novela, otra de mis pasiones ha sido el buen teatro y como muchos de ustedes saben, he hecho mis pinitos con la pluma.

Empezarán ustedes, entendiendo ahora, con el preámbulo que acabo de hacer, el titulo de esta charla. En una coctelera introduzcan toreo y cultura y, con seguridad, les va salir Ignacio Sánchez Mejias; a través de Lorca me introduje en  la biografía de este hombre y, desde el primer momento, vi que  había tenido una relación muy próxima con Córdoba y su provincia. Me llamó la atención el afecto que le profesaba a todo lo cordobés y, entonces, me dije ¡Caramba! Si este hombre se identifica, plenamente con Córdoba, si muchas de sus vivencias más importantes se enlazan con acontecimientos o personajes de esta ciudad, si en determinados momentos de su vida hizo profesión de su amor a Córdoba y a todo lo cordobés; yo estoy obligado a hacerlo publico y esta es la razón de que esta noche, este perorando para todos ustedes.

Pero antes de entrar en el meollo de esta conferencia, permítanme que trace unas breves pinceladas que, sin duda, les ayudarán a amar, conocer y  admirar  a tan atípico y pintoresco personaje.

Para empezar, les diré que en Ignacio Sánchez Mejias la palabra torero resulta incompleta, era un hombre, nada menos que todo un hombre en la vida y en el arte. Espíritu de artista, temple de luchador y enamorado de la aventura. Al repasar las crónicas periodísticas del momento, alejadas de lo taurino, este hombre empieza a aparecer con una inusitada frecuencia. Lo encontramos frente al objetivo de la famosa foto de la generación del 27; presidiendo La Cruz Roja; robándole al Real Madrid jugadores de fútbol en su época de presidente del Betis; jugando al polo en América o como espontáneo en la Maestranza, siendo ya un renombrado matador de toros; escribiendo novelas, poesías u obras de teatro;  despidiendo al general Sanjurjo en su exilio, mientras que el gobierno de la republica lo proponía para el cargo de gobernador civil; produciendo espectáculos flamencos; promoviendo unas aerolíneas o conduciendo a toda velocidad potentes automóviles de la época. En su corta pero intensa vida fue el amo y señor de Pino Montano, un gran cortijo en las afueras de la ciudad  y uno de los centros de reuniones, fiestas y saraos de la Sevilla de entonces.

¿Y cual es la primera relación de Sánchez Mejias con Córdoba? Me preguntarán ustedes y yo ya, sin más demora, entro en el cogollo de mi intervención. Ignacio, hijo de un medico sevillano, hacía el numero veintidós de una familia supernumerosa y para él,  su padre persona acomodada y bien relacionada en los ambientes sociales de entonces tenía unos proyectos bien distintos a los que bullían en la cabeza del mocito.

Ignacio que frecuentaba, mientras estudiaba el bachillerato, los ambientes taurinos de la sevillana Alameda de Hércules y aledaños, ansiaba ser torero y con los diecisiete años recién cumplidos, junto al Cuco, otro compinche de correrías taurinas que andando los años se convertiría en su concuñado, se enrola como polizón en un trasatlántico camino de Nueva Cork.

No son del caso las aventuras que vivieron los dos mozalbetes hasta llegar a Méjico que era su destino, allí pensaban que les resultaría más fácil torear. Esto que les estoy refiriendo ocurría hacia 1908.

Ignacio trabajó en labores próximas al cuidado del ganado bravo en diversas haciendas de aquel país, porque el mantenía en su cabeza el sueño de torear y de hecho interviene en algún que otro espectáculo taurino, aunque sin la continuidad que el deseara.

Sin una progresión notable, la estancia en Méjico comienza a perder sentido y por la cabeza del aprendiz de torero empieza a rondar la idea de volver a España. La oportunidad de volver llega en 1911, de la mano de nuestro paisano el matador de toros pedrocheño Fermín Muñoz “Corchaito”, quien le ofrece la posibilidad de regresar a España como miembro de su cuadrilla. Es este el primer contacto de Ignacio con Córdoba y el detalle de “Corchaito” de facilitarle su vuelta es un gesto que el torero sevillano no olvidaría nunca. En la cuadrilla de “Corchaito” como subalterno permanecería toda la temporada siguiente, volviendo en aquel invierno al continente americano con el matador cordobés.

Aunque Ignacio haría, posteriormente, el paseíllo, en varias ocasiones, en el coso de los Tejares en las cuadrillas de “Cocherito de Bilbao” y “Machaquito” su presentación como subalterno en nuestra ciudad se produciría el 27 de septiembre de 1912 en una corrida de toros a las ordenes de “Corchaito” que aquella tarde alternó con “Lagartijo Chico” y un matador gallego apodado “Celita”; aunque él ya había toreado en plazas cordobesas, su debut como subalterno en nuestra provincia acaece el 25 de agosto de 1912 en la inauguración del coso de los Llanos en Pozoblanco, como peón de “Corchaito”.

Al inicio de la temporada de 1913, Ignacio se  queda libre  por propia voluntad, pretende abrirse camino como novillero, pero lo cierto es que no consigue dar  grandes pasos, por lo que se ve obligado para ganarse el sustento a contratarse como peón suelto y sin contrato. Así inició su relación profesional y de amistad con Machaquito a quien sirvió como peón hasta el final de esa temporada, fecha en la que decidió retirarse nuestro paisano.

Si los contactos de Ignacio con “Corchaito” y “Machaquito” suponen una aproximación del sevillano a Córdoba, el verdadero idilio surge  a partir del 31 de mayo de 1914, fecha en la que como novillero con astados de Miura alcanzó un triunfo de clamor. Cuentan las crónicas que ya, en su primero dio muestras de un valor suicida; pero en su segundo, que por su tamaño se acercaba más a un toro que a un novillo, brindó su faena a “Machaquito” su antiguo jefe y amigo ya retirado y realizó una temeraria faena a los compases de la música.

 Se echaban las manos a la cabeza, quienes le vieron arrodillándose ante un buey de descarada cornamenta e, hincada la rodilla en tierra, dar con la otra en el hocico del toro para que embistiese y repetir hasta tres veces esta locura a un palmo de las astas, consumando así los pases. Con poco que el bicho alargase la gaita, lo hubiese mandado a la enfermería, pero incomprensiblemente la res no hace ningún extraño; estaba dominada.   Los espectadores, no podrán olvidar fácilmente aquel pálpito de valor. Tras matar al toro de una certera estocada  y obtener los máximos  trofeos, el torero dio una triunfal vuelta al anillo, entre las aclamaciones de un público entregado. Fue su primer gran triunfo. Cuando termina el festejo, Rafael González se acerca y le abraza. Le felicita: Adelante, hombre. ¡Eres un torero!

El año que esta por llegar, es decir 2014,  nos traerá el centenario de aquella gesta, pues sin duda, aquella actuación, tal como la relatan los críticos, entra dentro de lo que se puede calificar como autentica proeza. Yo, tras leer las crónicas, no he dejado de preguntarme: ¿Como es posible tener clavada una rodilla en tierra y con la otra golpear hasta en tres ocasiones el hocico del animal? ¿En tan complicada postura y en el estado de tensión que el torero soporta en el ruedo, se puede mantener el equilibrio? ¿Por donde se le da la salida al toro? Son interrogantes que no son el momento de debatir, pero a los que yo, simple aficionado, les encuentro difícil explicación.

Tras haber padecido una tremenda cornada en la sevillana plaza de la Maestranza el 21 de junio de ese año, reapareció en el coso de los Tejares, muy mermado de facultades, el 25  de julio siguiente. Sin duda que el gran triunfo cosechado en la feria de mayo, le propició esa segunda actuación en nuestra plaza, en una corrida mixta en la que actuó mano a mano con el tantas veces citado “Corchaito” su mentor, amigo y maestro, que había estado junto a él la tarde de su trágico percance en Sevilla y que se mantuvo allí, como un familiar más, pendiente de la evolución de la cornada.

Se da la triste  circunstancia de que esta sería la última vez que “Corchaito” saliese por su propio pie de un coso taurino. El 9 de agosto, Distinguido, un toro de Félix Gómez mató a este valeroso diestro en la  plaza de toros de Cartagena. Un Ignacio Sánchez Mejias, compungido y desplazado a Córdoba por tan triste motivo portaba una de las negras cintas que pendían del féretro que en su deambular atravesaba la ciudad desde la iglesia hasta el camposanto.   En menos de tres meses la tremenda alegría de su éxito se empañó con la aflicción por la muerte del amigo que dejaba esposa y dos hijos. Sin embargo, la relación de amor entre  Sánchez Mejias y Córdoba se estrechaba, adquiría vigor, se consolidaba.

Sin duda que ese verano de 1914 se había empeñado en mostrar al joven novillero el lado más duro de su profesión. Al tremendo cornalón padecido en Sevilla se unió la muerte del amigo y maestro. Algo muy duro. La duda empieza a planear sobre la cabeza de Ignacio. Se encuentra desmoralizado y con las facultades muy mermadas. Además su relación con Lola, la hermana de los Gallos se va formalizando, abriéndole nuevas puertas como subalterno. Quizás piensa que no esta preparado aún para ser matador de toros, decidiendo abandonar temporalmente su objetivo y vemos como a partir de 1915 vuelve a vestir el traje de plata, convirtiéndose en banderillero de Joselito y meses después en su cuñado al contraer matrimonio con su hermana Lola.

Entre 1915 y 1918, Ignacio Sánchez Mejias madura como subalterno; corrida a corrida se va consagrando como maestro de banderilleros, mientras aumentan sus conocimientos de la profesión. Durante estos años, Ignacio se empapa de la maestría de su cuñado y a mediados de 1918, sus éxitos como torero de plata lo sitúan a la cabeza del escalafón.

No puede extrañar, por tanto, que a mitad de esa temporada se anuncie para matar una novillada en la  Monumental de Sevilla, con los 27 años cumplidos, tiene sed de triunfos y ganas de recuperar los años perdidos desde que abandonara su carrera en 1914. Se siente preparado para dar el salto, cree que los años con Joselito han sido su mejor aprendizaje y no esta dispuesto a perder el tiempo con más preparaciones. Quiere tomar la alternativa y entrar en la pelea que durante esos años se desarrollaba, fundamentalmente,  entre José y Juan y a los que cercaban un grupo de toreros, cuya aspiración común, era situarse en tercer lugar en el escalafón.

Y efectivamente llegó la alternativa, ello ocurre el 16 de marzo de 1919 en la ciudad de Barcelona; el cartel de ensueño Joselito, Juan Belmonte e Ignacio Sánchez Mejias. Sánchez Mejias alcanza un gran triunfo y sale a hombros; a partir de ese momento su carrera se dispara, afrontando esta nueva lucha con más brío y valor que nunca.

Ese año se presenta en Córdoba, con éxito aunque sufrió en su segundo una leve cogida al torear de capa; finaliza esa temporada con más de cincuenta corridas, no llegando a las ochenta que tenía firmadas por los diferentes percances que padeció. Su titánica lucha por sobresalir la estaba pagando con sangre.

El buen cartel que tenía en nuestra ciudad, desde su época de novillero junto al éxito que alcanzó en su presentación como matador la anterior temporada, propició que la feria de mayo de 1920 se montase en torno a su figura. Pero con los carteles en la calle, surgiría un desgraciado imprevisto que a punto estuvo de echar por tierra su participación. Ignacio, muy afectado, por la muerte unos días antes de Joselito en Talavera con quien compartía cartel, se planteó, hasta el último momento, si asumir su compromiso de torear o apearse de los carteles; al final, se sobrepondría y acabaría actuando.

Nada menos que en tres tardes consecutivas se vistió de luces ese año en el coso de los Tejares, alternando, entre otros, con figuras de la talla de Rafael “El Gallo” y Chicuelo y ganaderías como Miura o Gomero Cívico. Decir que todos brillaron a gran altura y que la critica dio especial valor a las suertes de quites y de banderillas.

Tras la muerte de Joselito se abre una nueva etapa y corresponde a Ignacio Sánchez Mejias, como torero, discípulo y cuñado de aquel, suplir, en lo posible, su irreparable ausencia. Soberbia, ambición o interés económico, no se sabe, a ciencia cierta, cuales serian las verdaderas motivaciones del torero para continuar aquella temporada.

Pero si interés encierra la vida de Sánchez Mejias en los ruedos, igual o más atractivo, si cabe, ofrece su parcela literaria. Y es que resulta inverosímil, yo diría que casi mágico que una persona que no había terminado el bachillerato, tuviese la suficiente capacidad para ser critico literario, taurino o social en los periódicos de la época, escribiese novela, diese conferencias lo mismo en Madrid que en Valladolid o en Nueva York, compusiese poesía, se catapultase a los principales escenarios del país como autor teatral o hiciese gala de la exquisita sensibilidad que requiere el montaje de musicales flamencos. Este hombre chorreaba arte por los cuatro costados.

No me quiero extender mucho más ni quiero salirme del meollo de esta charla, la relación de Sánchez Mejias con Córdoba, pero consideraba preciso hacer estas matizaciones para comprender mejor su figura.

Les diré que Sánchez Mejias sentía autentico afecto por “El Guerra” al que visitaba cada vez que venía a Córdoba y que sentía tal admiración por Lagartijo, que según relata Andrés Amorós, uno de sus biógrafos más reconocidos entre sus proyectos literarios inconclusos se encontraba una biografía de este torero.

La temporada taurina en 1925, también se montó Córdoba en torno a la figura de Ignacio Sánchez Mejias, de nuevo aparece por el coso de los Tejares  para torear tres corridas de toros. El romance entre Córdoba y el torero continúa afianzándose. Según el conocidísimo periodista cordobés  Ricardo de Montis, que firmaba bajo el seudónimo de “Triquiñuelas” (aquel escritor al que Julio Romero de Torres, definió como poeta, juerguista, periodista, borrachín y amigo como no hay dos) relata en una de sus crónicas costumbristas de la época como el torero, tras la corrida, gustaba saborear una copa de vino en el jardín del Hotel Regina, mientras hombres y mujeres de todas clases sociales, engalanados con trajes festivos, se agolpaban a la puerta del hotel para verlo entrar o salir. El esplendido automóvil del torero, aparcado en la acera, frente al hotel, igualmente, era motivo de admiración.

Aquel año junto a Sánchez Mejias, hicieron el paseíllo en nuestra plaza Don Antonio Cañero, “El Algabeño” y “Zurito”, entre otros. Ignacio que no estuvo acertado en sus dos primeras tardes, se desquitó en el segundo de su lote de la última corrida, un toro de Veragua, grande y con cabeza al que cortó las dos orejas y el rabo.

<La Casa de los Toreros> es el titulo que Ignacio da a la crónica de  una de las corridas de ese ciclo. En ese artículo el torero metido a periodista, derrocha cariño por  Córdoba y todo lo que huela a cordobés, recuerda con afecto a “Lagartijo” y elogia la categoría y señorío de “Guerrita” y en sus alabanzas a nuestra ciudad, llega a menospreciar a Sevilla, algo que algunos de sus paisanos tardarían tiempo en olvidar.

Les voy a dar lectura a ese artículo periodístico, publicado en el diario sevillano “La Unión”, para que sean ustedes mismos los que juzguen.

En la crónica del festejo, el diestro metido a periodista define así a nuestra ciudad. <Se podría decir que es como la casa de todos los toreros>. Tras indicar que, la misma Sevilla, cuna de tantos lidiadores, se nos muestra extraña y despegada,  refiriéndose al ambiente grato que se respiraba en nuestra ciudad, venía a decir: <Si Eugenio Noel -aquel escritor noventayochista que detestaba el flamenco y la tauromaquia-  lograra imponer sus teorías y se nos expulsara de todas partes, Córdoba sería nuestro refugio. Un refugio que ganó Lagartijo con su arte y defiende Guerrita con su prestigio. Que nadie intente apoderarse de esta tierra. Es nuestra. La conquistó Lagartijo y Guerrita la defiende>.

El torero retrata  la figura de Rafael Guerra, presente en el festejo con su clásica indumentaria, rodeado de fieles y viejos partidarios en el patio de la plaza. Cuando el califa retirado ocupa su localidad se aprecia el respeto del público. < …Y es  que el nombre de Guerrita es para nosotros, en toda ocasión, equivalente a fundamento y maestría en nuestro arte, en este marco, testigo de sus triunfos y armazón de su historia, viene a ser como una divinidad de nuestras creencias profesionales>. Como verán ustedes no he exagerado ni un ápice, la crónica es un bello canto a Córdoba y a sus dos califas.

 Pero como he dicho antes, Ignacio era, también, novelista y alguno de los pasajes de su novela Zaya –una novela de temática taurina en la que la fiesta aparece como metáfora permanente de la vida humana, en todas sus facetas- se sitúan en Córdoba y entre sus gentes.

 Y es que por algún motivo que no se decirles, este hombre se implicó rotundamente con Córdoba y sus hombres; sintió gran admiración por Don Juan Valera y sobre él y su obra mantuvo amplia correspondencia epistolar y escribió  varios artículos en prensa.

Su  respeto por el autor de Pepita Jiménez., sobrepasaba los límites del culto a la obra de un autor y entra de lleno en la veneración a la persona, sino juzguen y opinen sobre los acontecimientos vividos por el torero en la ciudad de Cabra con motivo de la alternativa del diestro lucentino “Parejito” de cuya ceremonia acaecida el 24 de junio de 1925, fue padrino.  En el artículo publicado al siguiente día por el diario sevillano “La Unión” dice así:

<Llegué a Aguilar en el expreso de Madrid y desde allí marché a Cabra que se encuentra tan solo a veinte minutos. Era, aún, temprano y, tras desayunar en el hotel, me fundí con el pueblo sumido en un ambiente festivo. La prensa de Madrid tenía anunciado para hoy, día 24, el homenaje que Cabra había de rendir al autor de Pepita Jiménez.

Yo recorro el pueblo, voy detrás de la gente, esperando que ellos mismos me guíen hasta el lugar en que se le va a rendir el homenaje a Valera. Poco después se disuelve el gentío y sin darme cuenta me encuentro solo en medio de la calle. Pregunto: El homenaje a Valera ¿Dónde es? No saben contestarme. Alguien dice haberse suspendido. Yo así lo creo. Me produjo una gran decepción.> La tarde taurina le desagraviaría, tuvo una actuación triunfal.

En 1926, nuevamente  Ignacio Sánchez Mejias se cruzaría con Córdoba en la persona de Julio Romero de Torres. El hilo conductor sería la película más insólita que puedan imaginar, una historia de amores y desamores en la que interviene lo más granado de la sociedad española de su tiempo. Pásmense que vienen curvas. Ahí van nombres: Francisco y Ramón Franco, Millán Astray, Valle Inclán, Juan Belmonte, el Conde de Romanones, Azorín, Juan de la Cierva, Alejandro Lerroux, Manuel Machado y hasta el mismísimo  presidente del Directorio el dictador Miguel Primo de Rivera. Y naturalmente, en la película intervienen, también Julio Romero de Torres e Ignacio Sánchez Mejias y junto a tan encopetada elite, encarnando los principales papeles, entre otros, dos figuras en el celuloide de la época María Blanquer y José Nieto. La cinta tiene como argumento la boda del torero mejicano Rodolfo Gaona con la actriz Carmen Ruiz Moragas, que fue el gran amor del rey Alfonso XIII y la madre de ese vejete atildado, llamado Leandro y que se hace llamar con toda la razón del mundo tío del rey Juan Carlos. —

La relación entre Sánchez Mejias y Julio Romero de Torres, tendría otro episodio digno de de no dejarse en el tintero. Nuestro paisano, tan de moda en los círculos más encopetados del Madrid de aquellos años, llevaría a un lienzo la imagen de Encarnación López “La Argentinita”, aquella mujer –diva del espectáculo y las variedades de la época- que mantendría un largo y sonado idilio con el torero al naufragar el matrimonio de este con Lola Gómez Ortega. Ese retrato de “La Argentinita” se encuentra colgado en una de las salas del museo de Julio Romero de Torres.

No quiero dejar de contarles otra anécdota, en este caso con final feliz, vivida por Ignacio junto a los matadores Belmonte, nuestro paisano “Zurito” y otros acompañantes, cuando en diciembre de 1926 se dirigían en avión a Melilla para torear la corrida de la Cruz Roja organizada por el general Sanjurjo. Un devastador temporal asolaría aquel día las costas del sur de España y los puertos del estrecho fueron cerrados.

El diario de Melilla, en un recuadro, decía así: <La tarde de ayer se esperaba en la base de hidros de Mar Chica un avión conduciendo a Belmonte, “Zurito”, Corrochano y otros invitados y pilotado por Sánchez Mejias, pero como pasase el tiempo sin divisarse el aparato, se telegrafió a distintos puertos en busca de noticias, contestando negativamente.>

Ante la ausencia de los espadas de los que no se tenían noticias  y como el temporal persistiese, la corrida  fue aplazada. Tras varios días de ansiosa espera en la incertidumbre de conocer el paradero del avión y la suerte de los tripulantes, estos llegaban a Melilla una semana más tarde a bordo del barco del general Sanjurjo.

Al finalizar la temporada de 1926, Ignacio se encontraba físicamente agotado y anímicamente muy tocado; llevaba ocho temporadas a un ritmo frenético, se aproximaba a las mil corridas entre España y América; los toros le  habían castigado muy duramente, su cuerpo aparecía cosido a cornadas; por otra parte un sector de la prensa había sido implacable con él, no se le perdonaba nada. Sus triunfos no se valoraban y sus malas tardes encontraban un desmesurado eco; por otra parte, un sector de la crítica se mofaba de sus veleidades literarias y ponía en entredicho  su relación con la intelectualidad del país.

Tenía decidido no torear en 1927 y de hecho lo hizo en muy contadas ocasiones. Según relatan sus biógrafos su compromiso con Don José Cruz Conde para torear una corrida a beneficio de la Cruz Roja en nuestra ciudad fue la razón de  que no abandonase al finalizar la temporada anterior. El 29 de junio de ese año, se pondría el traje de luces para hacer el paseíllo en el coso de los Tejares.

Según cuentan los periódicos de la época, esa corrida despertó una expectación extraordinaria y en las taquillas lucía el cartel de “No hay billetes” desde unos días antes de su celebración. La plaza fue adornada y sobre el ruedo se representaron los escudos de la ciudad y de la Cruz Roja; sobre el palco presidencial se había dispuesto una cruz roja de gran tamaño, las banderillas, igualmente, llevaban el emblema de la benéfica institución. Con carácter excepcional actuó como asesor de la presidencia “Guerrita” y la presidencia de honor la ostentó el infante Don Carlos de Borbón. Cartel de lujo, abría el festejo Don Antonio Cañero a caballo, actuando como toreros de a píe Belmonte, Sánchez Mejias y “Zurito”. La organización del  espectáculo, impecable según los medios, corrió a cargo del propio Sánchez Mejias, muy vinculado con la Cruz Roja, que vienen a destacar, igualmente, el esfuerzo y dedicación de Don José Cruz Conde.

A los pocos días Ignacio Sánchez Mejias se despediría de los ruedos en la plaza de Pontevedra; nada tendría de particular esa corrida, aparte de la despedida, si no fuese porque ese día Rafael Alberti, hizo el paseíllo como subalterno de Ignacio. Huelga decir que el poeta, pasó toda la corrida en el callejón y que, según cuentan durante la corrida su esfínter le jugó una mala pasada y defecó en el propio traje de luces.

Desde su admiración y respeto por “Lagartijo” y “El Guerra”, quiero resaltar las muestras de afecto y compañerismo que, siempre, guiaron  las relaciones de Ignacio con los toreros de Córdoba. Su especial amistad y cariño hacia “Corchaito”, su inclinación por “Machaquito”, sus gestos de hermandad y camaradería para con “Parejito”, su cercanía y compañerismo con “Zurito” y su veneración y cuasi idolatría para con Don Antonio Cañero, con quien compartió tantas tardes en tantas plazas de toros.

Pero es, sin duda Don Luis de Góngora y la generación del 27 el nexo que terminaría por identificar a Ignacio Sánchez Mejias con nuestra ciudad. El torero se constituyó en uno de los organizadores y mecenas de ese homenaje al poeta cordobés y del encuentro que daría lugar al nacimiento de la generación del 27 y ello por sí solo, ya es suficiente, para entronizarlo y darle en esta ciudad nuestra  el sitio que el supo ganarse.

La Academia Española pretendía pasar por alto con indiferencia el centenario de Góngora, la Academia cordobesa que se había planteado celebrar la efemérides, desistió por motivos económicos, fue, sin duda, el torero, entusiasmado desde el principio con la idea de homenajear a Góngora y, exultante con el apoyo incondicional que le prestó el Ateneo sevillano para esa iniciativa el que metió en un tren a Alberti, Gerardo Diego, Dámaso Alonso,  José Bergamín y Federico García Lorca, entre otros, se los trajo a Sevilla desde Madrid y organizó ese homenaje a Góngora que dio lugar al nacimiento de la generación del 27.

Ya termino diciéndoles que la relación de Ignacio con Córdoba y sus gentes, se prolongó en el tiempo. Ya retirado de los ruedos no dejó de venir por nuestra ciudad por los motivos más diversos; en las ferias de mayo acostumbraba a venir por la ciudad, acompañando a “La  Argentinita” que, en esas fechas, solía actuar en algún teatro y asistir a las corridas de toros y de madrugada a los bailes del Círculo de la Amistad; también a reuniones con amigos cordobeses, fiestas y actos sociales, cacerías y, por supuesto, a torear en cuantos festivales benéficos fue requerida su intervención.

Ignacio, como ustedes saben, reapareció en 1934 en la plaza de toros de Cádiz y fue el mismo año en Manzanares, donde tendría su trágico final, un toro de Ayala de nombre Granadino  acabaría con su vida.

Ahora si acabo, he pretendido con esta charla, además de hacer patente mi admiración por el hombre, hacerles ver a ustedes que Ignacio Sánchez Mejias fue mucho más que un torero; pero, sobre todo, algo que a mí siempre me llamó la atención, y es su vinculación con nuestra ciudad y el afecto que siempre mostró por los hombres de la tierra. Si este propósito se ha visto cumplido, me voy satisfecho. Nada más. Buenas noches y muchas gracias.