Aunque Ignacio haría, posteriormente, el paseíllo, en varias ocasiones, en el coso de los Tejares en las cuadrillas de “Cocherito de Bilbao” y “Machaquito” su presentación como subalterno en nuestra ciudad se produciría el 27 de septiembre de 1912 en una corrida de toros a las ordenes de “Corchaito” que aquella tarde alternó con “Lagartijo Chico” y un matador gallego apodado “Celita”; aunque él ya había toreado en plazas cordobesas, su debut como subalterno en nuestra provincia acaece el 25 de agosto de 1912 en la inauguración del coso de los Llanos en Pozoblanco, como peón de “Corchaito”.

Al inicio de la temporada de 1913, Ignacio se  queda libre  por propia voluntad, pretende abrirse camino como novillero, pero lo cierto es que no consigue dar  grandes pasos, por lo que se ve obligado para ganarse el sustento a contratarse como peón suelto y sin contrato. Así inició su relación profesional y de amistad con Machaquito a quien sirvió como peón hasta el final de esa temporada, fecha en la que decidió retirarse nuestro paisano.

Si los contactos de Ignacio con “Corchaito” y “Machaquito” suponen una aproximación del sevillano a Córdoba, el verdadero idilio surge  a partir del 31 de mayo de 1914, fecha en la que como novillero con astados de Miura alcanzó un triunfo de clamor. Cuentan las crónicas que ya, en su primero dio muestras de un valor suicida; pero en su segundo, que por su tamaño se acercaba más a un toro que a un novillo, brindó su faena a “Machaquito” su antiguo jefe y amigo ya retirado y realizó una temeraria faena a los compases de la música.

 Se echaban las manos a la cabeza, quienes le vieron arrodillándose ante un buey de descarada cornamenta e, hincada la rodilla en tierra, dar con la otra en el hocico del toro para que embistiese y repetir hasta tres veces esta locura a un palmo de las astas, consumando así los pases. Con poco que el bicho alargase la gaita, lo hubiese mandado a la enfermería, pero incomprensiblemente la res no hace ningún extraño; estaba dominada.   Los espectadores, no podrán olvidar fácilmente aquel pálpito de valor. Tras matar al toro de una certera estocada  y obtener los máximos  trofeos, el torero dio una triunfal vuelta al anillo, entre las aclamaciones de un público entregado. Fue su primer gran triunfo. Cuando termina el festejo, Rafael González se acerca y le abraza. Le felicita: Adelante, hombre. ¡Eres un torero!

El año que esta por llegar, es decir 2014,  nos traerá el centenario de aquella gesta, pues sin duda, aquella actuación, tal como la relatan los críticos, entra dentro de lo que se puede calificar como autentica proeza. Yo, tras leer las crónicas, no he dejado de preguntarme: ¿Como es posible tener clavada una rodilla en tierra y con la otra golpear hasta en tres ocasiones el hocico del animal? ¿En tan complicada postura y en el estado de tensión que el torero soporta en el ruedo, se puede mantener el equilibrio? ¿Por donde se le da la salida al toro? Son interrogantes que no son el momento de debatir, pero a los que yo, simple aficionado, les encuentro difícil explicación.

Tras haber padecido una tremenda cornada en la sevillana plaza de la Maestranza el 21 de junio de ese año, reapareció en el coso de los Tejares, muy mermado de facultades, el 25  de julio siguiente. Sin duda que el gran triunfo cosechado en la feria de mayo, le propició esa segunda actuación en nuestra plaza, en una corrida mixta en la que actuó mano a mano con el tantas veces citado “Corchaito” su mentor, amigo y maestro, que había estado junto a él la tarde de su trágico percance en Sevilla y que se mantuvo allí, como un familiar más, pendiente de la evolución de la cornada.  

Se da la triste  circunstancia de que esta sería la última vez que “Corchaito” saliese por su propio pie de un coso taurino. El 9 de agosto, Distinguido, un toro de Félix Gómez mató a este valeroso diestro en la  plaza de toros de Cartagena. Un Ignacio Sánchez Mejias, compungido y desplazado a Córdoba por tan triste motivo portaba una de las negras cintas que pendían del féretro que en su deambular atravesaba la ciudad desde la iglesia hasta el camposanto.   En menos de tres meses la tremenda alegría de su éxito se empañó con la aflicción por la muerte del amigo que dejaba esposa y dos hijos. Sin embargo, la relación de amor entre  Sánchez Mejias y Córdoba se estrechaba, adquiría vigor, se consolidaba.

Sin duda que ese verano de 1914 se había empeñado en mostrar al joven novillero el lado más duro de su profesión. Al tremendo cornalón padecido en Sevilla se unió la muerte del amigo y maestro. Algo muy duro. La duda empieza a planear sobre la cabeza de Ignacio. Se encuentra desmoralizado y con las facultades muy mermadas. Además su relación con Lola, la hermana de los Gallos se va formalizando, abriéndole nuevas puertas como subalterno. Quizás piensa que no esta preparado aún para ser matador de toros, decidiendo abandonar temporalmente su objetivo y vemos como a partir de 1915 vuelve a vestir el traje de plata, convirtiéndose en banderillero de Joselito y meses después en su cuñado al contraer matrimonio con su hermana Lola.

Entre 1915 y 1918, Ignacio Sánchez Mejias madura como subalterno; corrida a corrida se va consagrando como maestro de banderilleros, mientras aumentan sus conocimientos de la profesión. Durante estos años, Ignacio se empapa de la maestría de su cuñado y a mediados de 1918, sus éxitos como torero de plata lo sitúan a la cabeza del escalafón.

No puede extrañar, por tanto, que a mitad de esa temporada se anuncie para matar una novillada en la  Monumental de Sevilla, con los 27 años cumplidos, tiene sed de triunfos y ganas de recuperar los años perdidos desde que abandonara su carrera en 1914. Se siente preparado para dar el salto, cree que los años con Joselito han sido su mejor aprendizaje y no esta dispuesto a perder el tiempo con más preparaciones. Quiere tomar la alternativa y entrar en la pelea que durante esos años se desarrollaba, fundamentalmente,  entre José y Juan y a los que cercaban un grupo de toreros, cuya aspiración común, era situarse en tercer lugar en el escalafón.

Y efectivamente llegó la alternativa, ello ocurre el 16 de marzo de 1919 en la ciudad de Barcelona; el cartel de ensueño Joselito, Juan Belmonte e Ignacio Sánchez Mejias. Sánchez Mejias alcanza un gran triunfo y sale a hombros; a partir de ese momento su carrera se dispara, afrontando esta nueva lucha con más brío y valor que nunca.

Ese año se presenta en Córdoba, con éxito aunque sufrió en su segundo una leve cogida al torear de capa; finaliza esa temporada con más de cincuenta corridas, no llegando a las ochenta que tenía firmadas por los diferentes percances que padeció. Su titánica lucha por sobresalir la estaba pagando con sangre.

El buen cartel que tenía en nuestra ciudad, desde su época de novillero junto al éxito que alcanzó en su presentación como matador la anterior temporada, propició que la feria de mayo de 1920 se montase en torno a su figura. Pero con los carteles en la calle, surgiría un desgraciado imprevisto que a punto estuvo de echar por tierra su participación. Ignacio, muy afectado, por la muerte unos días antes de Joselito en Talavera con quien compartía cartel, se planteó, hasta el último momento, si asumir su compromiso de torear o apearse de los carteles; al final, se sobrepondría y acabaría actuando. 

 

(Conferencia tertulia taurina LA CASA DEL TOREO de la sociedad de la plaza de toros de Córdoba)
 
Continuará…