Una aportación

 

Lo propongo abiertamente y con toda la seriedad del caso. Podrían explotar la veta y obtener esos recursos que se les escapan. Si la playa más cercana se encuentra a trescientos kilómetros de distancia, por lo que es imposible que en la primavera las hordas de adolescentes estadounidenses se acerquen a emborracharse de sol durante el día y de tequila durante la noche y luego, en la madrugada las jóvenes gringas terminen bailando sobre la barra del antro vestidas –o desvestidas- de tanga y oro; y si las ruinas arqueológicas escasean por el rumbo, además de que sólo les interesan a los arcaicos turistas europeos. Ya lo tengo, la solución está al alcance de la mano. Si carecen de todos esos atributos y lo de la Huamantlada es un atractivo inigualable entre la chusma regional, generando una gran derrama económica, debe repetirse no ya una vez cada agosto, sino varias ocasiones al año. Podría hacerse una publicidad ficticia, que al fin y al cabo esta es la gran característica de la buena publicidad. De fondo, una multitud abigarrada en bardas, balcones, azoteas y talanqueras; aparece un muchacho caminando por la calle: Ven a Huamantla y diviértete, recitaría el chico del anuncio, torea un morlaco de verdad, viejo y resabiado, en puntas y en plena calle, prueba lo que es un soberano varetazo y caer de cabeza en los adoquines haciéndote añicos las vértebras, no te pierdas la sensación de sentir lo que son veinte centímetros de pitaco encajado en la ingle, o en un pulmón y lo deleitable de sus respectivas trayectorias. Corre con un toro pegado a los riñones mientras en sentido contrario te aparece otro. Prueba los torrentes de adrenalina y de pulque.

Hace cinco décadas y media, algunos ganaderos tlaxcaltecas quisieron trasplantar la tradición de Pamplona a su tierra. La idea era buena, pero se  desvirtuó tan garrafalmente que terminó en esto. En la ciudad de Huamantla, Estado de Tlaxcala, las calles del centro histórico, es decir, del casco viejo, se cierran con talanqueras quedando seis diferentes circuitos en los que se distribuyen veinticinco toros que corretean y embisten a su antojo, atropellando a una multitud compuesta por torerillos de ocasión, borrachos de panzas descomunales e ignorantes imprudentes. El sábado anterior se llevó a cabo el tremendo espectáculo. Resultaron diecinueve personas heridas por asta de toro. Las estadísticas no fueron tan crueles como en otras ocasiones. Por ejemplo, en el 2007 hubo veintitrés cornados, cuatro de ellos de gravedad y un participante murió en plena calle. Es una trampa, los toros van y vienen por el recorrido hostigados con capotes, muletas, prendas de vestir y hasta paraguas. Allí no priva lo taurino y el espectáculo se asemeja más a una bacanal sangrienta o a un ajuste de cuentas de las mafias del narcotráfico. No se trata de correr el encierro dirigiéndolo de un corral a la plaza, intentando encontrar toro para demostrar el coraje y la pericia del corredor, en un evento de alto riesgo, sí, pero atendiendo a una tradición lúdica, hermosa y muy viril. Un cauce de pulque y alcohol es consumido para testificar y participar en espeluznantes horrores. Lo de Huamantla a lo de Pamplona, cada año se parece menos.

Si este mundo loco ha inventado lo del agroturismo y la NASA está a punto de lanzar la convocatoria para los paseos espaciales, y en las ciudades cosmopolitas se da hasta lo del turismo sexual, la Huamantlada puede aportar su granito de arena. Con un acontecimiento que al conjuro de la tragedia y el licor cada vez atrae más visitantes, hemos inventando lo del morboturismo.

 

 

               

 

 

 

                                                                                                                                 Desde Puebla, José Antonio Luna