Pasamos el trago amargo del herido y sufrimos el abuso de un matador en Mérida. Fuimos a torear a aquella ciudad y al llegar, «Barana» y yo nos dimos cuenta de la presencia de varias personas cargando cámaras fotográficas, a lo cual no dimos mayor importancia, puesto que nos parecieron turistas.


No fue así lo que pensamos de aquella gente armada de tantas cámaras, pues al otro día se presentó ante nosotros el apoderado de David Liceaga, el cual nos dijo con mucha autoridad que nos vistiéramos de toreros porque se iban a filmar escenas para una película de tema taurino y debíamos estar en la plaza para tal fin. Son órdenes del matador. Díganos primero cuanto nos van a pagar por vestirnos de toreros. Lo que hizo el apoderado fue no responderme y dirigirse a «Barana» para decirle – Ya que el «Chato» no quiere vestirse de torero, hazlo tú y vete a la plaza. «Barana» hizo lo mismo que yo al decirle que sin pago no iría, y efectivamente, ninguno de los dos fuimos a servir de comparsas en la película. Esa misma noche hablamos más ampliamente sobre nuestros planes tantas veces puestos en la mesa de discusiones para alguna vez llevarlos a cabo. Después de la corrida acabamos de afinar nuestros planes para echarlos a andar fuera como fuera. Por la mañana, a otro día de la corrida, bajamos de nuestro cuarto de hotel para desayunar y convenimos, por lógica, esperar al matador para ir a desayunar todos. Pasaron las horas, como a las 11 preguntamos por el matador y el apoderado y el señor Germán Figaredo, dueño del hotel nos dijo que pasáramos a desayunar, porque si esperábamos al torero y a su apoderado resultaría inútil, porque ambos habían salido muy temprano a México. «Barana» entonces muy compungido me dijo que el problema entonces era como regresar a México sin un solo centavo. Pasamos a desayunar con el disgusto de la nueva trastada que nos hacía un matador y «Barana» me dijo – «Mira Chato, si logramos ganar esta batalla, daremos gracias a Dios y seremos felices, pero si la perdemos podemos irnos despidiendo, tú de banderillero y yo de picador».


En esas cavilaciones estábamos cuando se acercó el señor Figaredo y nos preguntó como regresaríamos a México, «Barana» contestó que no teníamos de otra mas que empeñar nuestros avíos y ropa de torear, lo cual no tuvimos que hacer porqué el señor Figaredo nos entregó 50 pesos a cada uno para poder viajar de Morelia a México D.F.


La suerte estaba echada como se dice y nuestra decisión era llegar a trabajar en firme por la creación de un sindicato que nos liberara de tanta humillación y desgracias económicas.


Cada vez que toreábamos en algún estado de la república aprovechábamos «Barana» y yo y algunas veces yo solo para hablar con picadores y banderilleros de nuestro propósito.


En León hablé con Antonio Velázquez, entonces banderillero y con «El Mochito», así como otros subalternos quienes aprobaron de momento mi propuesta, como lo había logrado en distintos lugares del país. Mi afán era conseguir cuanto antes el número de elementos que la ley exigía para la formación del sindicato.


Con tristeza vi que unos se echaban para atrás y el tiempo se venía encima, estaba fallando nuestra firme decisión de hacer la unión de subalternos.


Tuvimos la idea de acudir a Simón Cárdenas, jefe de los monosabios, para invitar a su grupo a fundar la unión y nos dijo que si se trataba de algo serio, contáramos con sus elementos y por ello el acta constitutiva de la agrupación dice Unión Mexicana de Picadores, Banderilleros y Monosabios.


Con los monosabios de Simón Cárdenas comenzaba el éxito. Saturnino Bolio nos contactó con el abogado Alfredo Freg quien no era profesionista en leyes. Cuando le expusimos el motivo de nuestra visita soltó la carcajada diciéndonos que era hermano del matador de toros Luís Freg y que en el medio taurino le decían «licenciado» sin serlo. Freg nos condujo hasta la casa del licenciado Leonardo Zenteno que fuera asesor jurídico de nuestra unión hasta su muerte y a quien mucho debemos.


El licenciado Zenteno nos aceptó el patrocinio con gentileza y con una fe inmediata en cuanto habíamos planeado tantos años. El abogado Zenteno con una de sus primeras gentilezas para la causa de los subalternos, de manera desinteresada nos ofreció su máquina de escribir y el permiso para que su hermana Lupita hiciera los escritos necesarios. De ahí que tanto el licenciado Zenteno como su hermana Lupita estén tan ligados a la historia de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros, el primero como abogado de ella y la segunda, como nuestra secretaria, tan estimada y tan querida. Cuando casi habíamos logrado el éxito «Barana» y yo, un buen día me llegó la invitación del entonces empresario fuerte de México, Eduardo Margeli para que acudiera a su despacho. Estando delante de él, me dijo: Oye Chato ¿Es verdad que ya tienes hecha la Unión de Picadores y Banderilleros? Mi respuesta fue afirmativa y orgullosa «Si señor, está a un paso de quedar creada, y para ello falta muy poco, siendo ya una realidad. Después de un breve silencio se oyó la voz del empresario tan temida por todos: «Te voy a hacer una proposición, Chato. Mira, deslígate de todo esto y te doy quince mil pesos en efectivo, además de que te pondré a torear con todos los matadores toda la temporada. Rotunda fue mi respuesta:- Señor Eduardo, la Unión está hecha y así se queda. Muchas gracias por su oferta».


Pocos días después llamó a «Barana» y se repitió la misma escena, pues el empresario zorramente, tratando de romper lo que ya estaba hecho, propuso, y mi compañero de lucha rechazó la propuesta igualmente. Las represalias no se hicieron esperar.


Margeli nos boicoteó y durante dos años no vimos un pitón. «Barana» se las arregló y se fue a Lima, mientras yo me quedé al frente de la Unión ya fundada, desde luego, sin poder torear, por lo cual tuve que vender mi ropa profesional y mis pertenencias para poder subsistir. El Túnel» mal endémico de la fiesta, en parte lo acabamos.


 Los tiempos habían mejorado desde que la Unión Mexicana de Picadores y banderilleros quedó legalmente constituida y reconocida. El camino de la legalidad y del derecho de cada uno de los subalternos se había abierto ancho y claro para todos. Los compañeros iban dándose cuenta de que la lucha de «Barana» y de un servidor no había sido estéril, ni obra de locos.


Pero las virtudes siempre tienen en contra los vicios, y lo bueno tratan de hacerlo malo elementos ambiciosos y maleados. Por eso apareció el mal en algo que es popular desde hace muchos años entre los picadores y banderilleros y que ha perjudicado la parte económica de quienes trabajan al servicio de los matadores y novilleros.


Me refiero a eso que se ha dado en llamar «El Túnel». La mutilación de los sueldos legales de cada picador y banderillero por gente explotadora que para colocarlos en cuadrillas les exigen parte de ese sueldo. Nos llegaban informes a la Unión acerca de ese «Túnel» que aplicaban taurinos a nuestros compañeros. Había que hacer algo para evitarlo a tiempo antes de que se arraigara el mal.


Un taurino y amigo de la fiesta y de los toreros, en momento de honrar la memoria y exaltar los méritos de esos toreros que dieron vida a una agrupación sindical que hoy día es madurez y es realidad, ha querido que se sepa la historia de la agrupación y ha recurrido a quienes intervinieron en la formación de la entidad y que han podido contar esa historia, que es hoy día bienestar y la garantía de intereses de quienes a caballo y a pie son parte integrante y factor decisivo para el éxito de la fiesta de toros en México.


La Unión fue fundada el 17 de julio de 1933 y entre sus iniciadores estuvieron Román «Chato» Guzmán, Carlos G. Encinas, Eutiquio Torres, José Leal, Genaro Martínez, Daniel Sandoval, Francisco Fuentes, Alfredo Aguilar, Alfonso Barrientos, Francisco Balderas, Juan Redondo, Manuel Molina, Pedro Ortega, «Pedrote», Agustín Muñoz, Juan Miranda, Manuel Vilchis, Félix Romero, Vicente Gómez Blanco, Francisco Lora, Jorge Limón, Eusebio Ortega «Villalta», Alfredo Freg, Alberto González Rolleri, Ricardo Areu, Crescencio Torres, Manuel González, Severino Royg, Francisco Olvera, Luís Muñiz, Francisco Ríos, Andrés Casillas, Lázaro Zavala, Alfredo Contreras, C. Vázquez, Abraham Juárez, Saturnino Bolio, «Barana», H. Azuela, Miguel Martínez, Felipe Mota, Pablo Muñoz, Manuel Sánchez, Ignacio Carmona, Fausto Sánchez, Humberto Bolio, Antonio Casillas, Anrtuno Frontana, Nicolás Echeverría, Manuel Domínguez, Manuel García, Gumersindo Rojano, Simón Cárdenas, Ramón Sigler, Teódulo Estrada, Daniel Hernández, Eugenio Alvarado, José Palafox, José Lascoaga y Víctor Vigiola.

El primer Comité Ejecutivo estuvo formado por:
Secretario General: Alfredo Freg.
Secretario del Interior: Saturnino Bolio, «Barana».
Secretario del Exterior: Alberto González.