Reses de Juan Pedro Domecq, de escaso trapío, sosos y con poca fuerza.

Luis Francisco Esplá: Oreja y ovación.

Morante de la Puebla: Silencio y oreja.

Alejandro Esplá: Oreja y oreja.

Parece ser que no volveremos a ver torear al maestro, ni su costumbre de acompañar al picador protegiendo su retirada, ni ese comienzo de faena sentado en el estribo de la puerta de arrastre, ni esos intentos de matar en la suerte de recibir, ni esos pares de banderillas que no ha parido madre a quien lo supere. Su último toro  se llamaba Hosco, número 8, negro con 494 kilos; su último galleo por chicuelinas; su último quite por delantales; su último par de banderillas por los adentros citando al pitón izquierdo; su último brindis a su padre, Paquito Esplá, que tanto ha trabajado en pro de la tauromaquia alicantina; su última genialidad, cruzar la puerta grande a hombros de su cuadrilla acompañando a su hijo.

Alejandro Esplá estuvo muy bien al torear con el capote a Preceptor, número 175, negro listón y 502 kilos, el soso toro de su doctorado. La estocada un piso más abajo del Rincón de Ordóñez y una oreja como premio. Mucho mejor fue su faena a Saltarín, con la mano derecha muy baja en los medios. En esta ocasión le asestó un horrible bajonazo y fue premiado con otra oreja.

Morante de la Puebla aportó lo más artístico de la tarde. Tras quedar casi inédito en su primero, saludó al quinto con ocho verónicas rematadas con una larga cambiada y lo quitó del caballo con unas preciosas chicuelinas hundiendo el mentón en su pecho. La faena basada en el toreo natural se convirtió en una gozada al ver al sevillano metiendo los riñones y relajarse. Lo mató de una media estocada y cortó una oreja.