Hoy 6 de Noviembre se cumplen ochenta años del último festejo celebrado en la Vieja Plaza de Madrid. Se anunciaba el comienzo a las tres de la tarde, temprano. El tiempo que hacia aquella fecha era normal, mucho frío y desagradable. A pesar de las precauciones horarias, el sexto se lidió con luz artificial. La plaza registró media entrada, solo asistimos los cabales y disculpamos a los demás porque el día no era para aficionados mortales, sino para nostálgicos irredentos. Abrigos, bufandas, guantes … a falta de prenda invernal me presenté con mi capa española y chistera, eran buenas prendas de abrigo y atavío elegante para un evento tan especial. En los escenarios más importantes de Madrid, don Juan Tenorio gritaba sus hazañas y desdichas a todos lo que querían oírle. En las calles las expendedoras de castañas, moniatos y batatas asadas habían desplazado a “los carritos del helao” ¡No era tarde de toros! pero teníamos que decir adiós a nuestra queridísima Plaza. La empresa organizó el cierre con una oferta más sentimental que beneficiosa. Presten atención al cartel que, a la postre resultó histórico:

 

Dos Novillos de Aleas para el Caballero Rejoneador, don Juan Belmonte. Otro de Aleas y cinco de don Alipio Pérez Tabernero para los novilleros: Antonio Iglesias, Félix Rodríguez II, “Rebujina”, “El Niño del Matadero”, Joselito de la Cal y “Palmeño II”.

Juan Belmonte aparece en el ruedo sobre una preciosa jaca y el público, puesto en pie le ovaciona de forma extraordinaria. Juan, torero apoteósico en tantas tardes, estaba dando una vuelta al ruedo de cortesía sobre su montura, lloraba a lágrima viva. En el primero, su toreo a caballo fue muy lucido. Para la suerte de matar no utilizó el rejón, echó pie a tierra entre el delirio de los aficionados y enjaretó, al toro, tres excelentes, maravillosos y puros pases de muleta que hicieron crujir los cimientos de aquella Plaza. Un pinchazo y media estocada terminaron con el Aleas y se repitió el clamor popular mientras daba la vuelta al ruedo. Salió el segundo para rejones, era negro como la tarde, recortadito y nervioso. Juan no encontraba toro. Varias pasadas sin clavar hasta que una de las veces tira el brazo con tanto ímpetu que dobla el rejón. No lo resiste, se apea de la jaca y toma un capote. La emoción no deja escuchar la ovación.

 

En el tercio se dirige al novillo con el capote plegado, una pausa magnífica. Vestido con torería campera, gallardamente pisa los terrenos del toro. El novillo se arranca descompuesto, Juan Belmonte no tiene tiempo de vaciarlo y el novillo lo coge por el vientre de lleno. Enganchado por los zajones lo zarandea desde los tercios del tendido 10, hasta los del 1, en donde lo lanza al suelo. Belmonte no se levanta, encogido y maltrecho queda inmóvil en la arena. Una sensación de angustia nos ahoga a todos. Cuando recogen al torero. los zajones estaban deshechos, y el sombrero ancho, con el ala abatida. El mejor matador de toros de todas las épocas estaba mortalmente pálido. Por fortuna no fue nada, una ligera conmoción, pero allí se acabó la tarde.

 

Después fueron saliendo los cinco de don Alipio que darían buen juego. “El Niño del Matadero”, “Rebujina” y Félix Rodríguez II cortaron oreja. Al saltar el último novillo se encendió el alumbrado eléctrico. Para general conocimiento y con mi atrevimiento natural, levantaré acta notarial del último toro lidiado y muerto en la Plaza de Toros de la Carretera de Aragón.-

 

Fue de Aleas, de nombre “Aceituno”, negro, zancudo y recogido de pitones. Saltó al ruedo a las cinco y diecisiete de la tarde. Lo corrió a punta de capote el peón “Torquito”. “Aceituno” tomó tres varas de los picadores, Anguila y Antonio Díaz. Le clavaron dos pares de banderillas, uno “Torquito” y otro, Rafaelillo. “Palmeño II” le dio al de Aleas dieciséis pases y terminó de media. Eran las cinco y treinta de la tarde.

 

Esta es la historia del último festejo celebrado en la Vieja Plaza de Toros de Madrid.