Otras campanas al vuelo son las notas que promulgan el paseíllo  número novecientos de Eulalio López Zotoluco. En ese mismo festejo se celebrará el acontecimiento que acerca al torero de Azcapotzalco, al selecto grupo al que torpemente se ha designado como el de los “milenarios”, que acoge a los diestros nacionales que han acumulado más de mil festejos en su carrera, es decir, Manolo Martínez, Antonio Lomelín, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos, Miguel Espinoza Armillita y Jorge Gutiérrez. Como es normal en los tiempos insulsos que corren, la cifra vence a la frase, o sea, la cantidad hace mierda a la calidad. Más de siete mil presentaciones, si las sumamos. Catorce mil toros -poco más, poco menos- para que al final contemos con los dedos de las manos lo realmente memorable: “Amoroso”, “Toñuco”, de San Miguel de Mimiahuapan, “Quijote” de la casa  Garfias, firmados por el mandón. La tarde de los atanasios en Madrid, a la cuenta de Currito. “Timbalero” de Piedras Negras, bordado por el torero charro. La faena al toro “Tenor” de Begoña, por Armillita y la tarde que dominó con una lidia poderosa a un astado de cuyo nombre no puedo acordarme. Más lo que hayan hecho en provincia, que quitando a la plaza de en el Nuevo Progreso de Guadalajara, y según la costumbre,  lo más probable es que haya sido a novillos engordados.

 

No sé qué ha pasado. Tal vez, se terminó la magia, o ellos, empecinados a fuerza de torear por torear, o debería decir, por cobrar, han ido desmitificando al héroe. Antaño los toreros se vestían con el oro que les daban los dioses para ser reconocidos como mensajeros legendarios de la hazaña y el valor. Hoy, esos héroes están cansados, cosa lógica si se mira bien. Se calan el terno bendecidos por ese monstruo inhumano llamado producción en serie. Las musas que los inspiran se llaman publicidad, mercadotecnia y estadística. Hijas de la gran puta, los besan en el nombre del arte y ellos cándidamente se lo creen.

 

 

 

 

 

Crónica de José Antonio Luna