Soñaba Antonio Ordóñez con “lidiar un toro exclusivamente con la capa, después de tercio de banderillas, cogerla de nuevo y torear con ella hasta el momento de la muerte. Quisiera comprobar dónde llegaríamos con la capa el toro y yo». Y es que pensaba que “he sido más importante con el capote que con la muleta. He toreado muchísimo más los toros con el capote”, según le confesaba a Francois Zumbhiel para su libro “El torero y su sombra”.

 

Pero ¿cómo era ese capote? Si nos atenemos a lo escrito por Gregorio Corrochano, con ocasión de una corrida celebrada en Aranjuez, “la elegancia de Antonio Ordóñez con el capote es como la continuación de la elegancia del capote de Antonio Fuentes, después del ritmo que imprimió al toreo Juan Belmonte. Hizo un quite en un toro que no era el suyo, y dio tres lances y media verónica, que fue lo mejor de la tarde, lo mejor de muchas tardes; qué aplomo, qué sencillez, la sencillez de la elegancia sin ringorrango, sin afectación que linda con la cursilería”.

 

No era una exageración, si nos atenemos al testimonio de una pluma independiente como siempre fue la de Joaquín Vidal, cuando escribió en las páginas del diario “El País”:

 

“Decían los viejos aficionados que puestos juntos Curro Puya, Cagancho y Antonio Ordóñez en el toreo de capa, no se sabría a quién elegir. La esencia del toreo de Curro Puya y de Cagancho –estilistas máximos de la verónica– seguramente iba implícita en el estilo de Ordóñez, que presentaba el capote, mecía el lance y lo ligaba con la gracia alada que sólo está al alcance de quienes han podido penetrar en la magia del toreo. El propio maestro manifestó que la verónica era su fuerte. Nos lo comentó en cierta ocasión, con un matiz: «Es cuando toreo más a gusto pues siento que la ejecución de ese lance compendia todo el arte de torear”.

 

Y el propio Corrochano apuntaba en otra ocasión que «la estética de Antonio Ordóñez toreando de capa no tiene término de comparación. Escultores, si queréis hacer una estatua a la suerte de la verónica, ahí tenéis el modelo. A mí me gusta más que toreando de muleta. Antonio Ordóñez con el capote es la estatua a la verónica»

 

De todo ello dejó constancia al otro lado del océano. Y así con ocasión con una de sus actuaciones en la Monumental de México DF, “El Tío Carlos” –firma taurina de Carlos Septien– dejó escrito en las páginas del diario “El Universal”:

 

«Cuando ayer Antonio Ordóñez, el hijo de Cayetano, tendió suavemente su capote sobre la arena, alegró a “Aceitunero” y tirando de la capa a una mano la hizo pasar como un arrebol sobre su montera llevando al toro prendido en sus vuelos, resucitó en la Plaza México el toreo de capa clásico. En ese instante recobró el primer tercio toda la riqueza estética de los tiempos viejos: fue como si de pronto, en una transfusión de añejas sangres toreras, los capotes de hoy cobraran vida propia para batir sus alas con el ritmo imperial que tuvieron en las manos de un Lagartijo, de un Gaona, de un Rafael Gómez, de un José Ortiz».

 

Un testimonio que poco se distancia de la opinión, tan bien escrita como era habitual, que Pepe Alameda nos legó en su libro “El hilo del toreo”:

 

”El gran torero de Ronda ha sido una cumbre del toreo a la verónica. Ninguno más natural, más hondo y más puro. Torero de arte cambiado o contrario, pero sin exageraciones en ningún momento. La amplitud generosa de la verónica adquiría en su capote la más plena vitalidad. Solo le faltaba haber ligado como Belmonte (al que pienso que no vio), pero más elegante, en el buen sentido de la palabra, elegante por naturaleza, sin buscarlo. Por lo que hace al ritmo, en la introducción a un poema que le dediqué, digo: «Un torero que ha tenido en grado eminente el don de mecer el toreo ha sido Antonio Ordóñez. Ninguna sequedad rondeña, nada de piedra en su arte, ungido con sales del Mediterráneo. Toreo del Mare Nostrum»

 

Un rosario de opiniones que culmina en lo escrito por José María Cossío:

 

“Con la capa, toreando a la verónica, Antonio Ordóñez anula a los mejores. Verónicas con gran juego de brazos, suaves y espectaculares, lentas, magníficas; verónicas densas, dramáticas y profundas, cargando la suerte; verónicas alegres, aladas y palpitantes con los pies juntos, medias verónicas amplias, cerradas petulantemente sobre la cadera, como una flor misteriosa. Y con el capote para adornos, ha sido límpido, matemático y preciso”. Y es que para el académico «la personalidad más importante, desde el punto de vista artístico, que ha surgido desde la muerte de Manolete es Antonio Ordóñez”.