Historia de la fiesta

Los orígenes se sitúan en el medievo en el marco de una feria comercial y una fiesta secular que a comienzos del siglo XIII se celebraban tras la noche de San Juan. Paralelamente a estas ferias, comenzaron los festejos y las corridas de toros. Así hasta finales del XVI donde los Sanfermines comenzaron a tomar forma. A partir de 1324 surgió otra feria, esta vez celebrada a finales de verano, sobre el 10 de octubre, y ambas acabaron unificándose para aprovechar el mejor clima, comenzando el día séptimo del séptimo mes: el 7 de julio.

El primer programa de que hay constancia data de 1591, con pregón, torneo con lanzas en la actual Plaza del Castillo, teatro en honor al santo, danzas, procesión por las calles y al día siguiente, corrida de toros. El origen del encierro viene precisamente del trayecto por el que los pastores llevaban a los toros de lidia desde las dehesas de La Ribera de Navarra hasta la plaza mayor. A finales del siglo XIX, se instauró la costumbre de correr delante de ellos.

No hubo más grandes cambios hasta la historia reciente de la fiesta, dándose una evolución paralela a la de la sociedad pamplonica. El componente religioso se ha diluido y muestra de ello es la procesión hacia la iglesia de San Lorenzo para celebrar en misa las Vísperas de los Sanfermines, ahora convertida en un acto oficioso de protesta alegre bajo el nombre de «riau-riau».

Hemingway y la internacionalización

Si hubo un personaje que contribuyó a la inmortalización de los Sanfermines, ese fue Ernest Hemingway. Genio controvertido y aventurero donde los haya, hizo de «Fiesta» de 1926, la mejor carta de presentación de estas celebraciones de cara al extranjero. El escritor fue conocido por los locales más populares de la ciudad, donde contaba sus increíbles historias de viajes alrededor del mundo que eran recibidas con escepticismo pero con humor por parte de los lugareños.

Valió su testimonio para que desde entonces y hasta hoy, manadas de turistas acudan a Pamplona a vivir una fiesta de la que no dan crédito, haciendo de ella una de las citas masivas más importantes del mundo. Por ello, una vez fallecida la figura, en 1967, el Ayuntamiento decidió ponerle su nombre al paseo que va desde la entrada de los toros en el encierro hasta el parque de bomberos y adornarlo con un busto del escritor. En la placa se le distingue como «amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas que supo propagar la ciudad de Pamplona».

San Fermín en el siglo XXI

Mucho ha cambiado la fiesta en los últimos años. El tradicional vino ha sido desplazado por el cava y entre los más jóvenes triunfan el calimocho y la cerveza, bebidas más económicas y populares. La docena de tabernas de hace 50 años ha quedado ampliamente sobrepasada con unos mil establecimientos que paradójicamente hacen su agosto en el mes de julio. Todo tiene que hacerse a lo grande en una ciudad en que la población se ha multiplicado por diez y que recibe tal flujo de visitantes.

Hoy los festejos comienzan con el lanzamiento del chupinazo desde el balcón del ayuntamiento al mediodía del 6 de julio y terminan a medianoche del día 14 con el «Pobre de mí», el himno de despedida que ve irse a una de las fiestas más esperadas del año. Pero sin duda lo más característico de los Sanfermines es el encierro diario, que consiste en una carrera de unos 800 m delante de los toros que culmina en la plaza. Son escasos minutos que concentran la emoción y la esencia de un éxito que no conoce barreras geográficas.

Se celebra temprano, a las ocho de la mañana, por lo que es lógico encontrarse con una mezcla de corredores preparados durante todo el año y torpes espontáneos que continúan la fiesta nocturna. Unos 15.000 corredores, dependiendo del día, que utilizan el mismo recorrido de callejuelas estrechas de cuando sólo corrían 100 y que se enfrentan a una cosa que sí que no ha cambiado; toros ágiles, de media tonelada de peso y con afiladas astas.