Me llega por correo electrónico el último artículo de nuestro compañero Joaquín Albaicín en Cultura Transversal. Cossío, Alberti, Sánchez Mejías, así se titula, trata de la relación de estos tres hombres ilustres tanto en el toreo como en el campo de la literatura. Trata también de aquellas tertulias que formaban los intelectuales en determinados cafés de la capital y de la gente que en ellas se juntaba. En aquellos años, los años de la antigua España, de las charlas de café, de la tauromaquia casi como único entretenimiento, el toreo, se consideraba todavía un arte y por tanto algo que debía ser tratado desde un punto de vista intelectual y en los ambientes intelectuales. Las personas que lo ejercían procuraban poder estar a la altura de las circunstancias. Así, este que escribe recuerda uno de los primeros libros de temática taurina que cayó en sus manos: Marcial Lalanda ha dicho… del polifacético Ángel Alcázar de Velasco, falangista, diplomático, espía según cuentan las anécdotas que él mismo narró cuando editaba con Planeta, y sobre todo aficionado a los toros. En aquel libro se ilustraban las conferencias de Marcial Lanlanda o de Domingo Ortega en círculos tan importantes como el Ateneo de Madrid. La torería andante del momento entendía que el arte de la lidia en el ruedo, la parte práctica, requería además un desarrollo intelectual con cabida en los más prestigiosos salones. En eso se notaba la importancia que tenía entonces el toreo. No sé que era más importante, si que los toreros se esmerarán en su desarrollo cultural o que los intelectuales se comprometieran de esa forma con la fiesta.

No sé, repito, que era más importante entonces. Lo que sé es que ya no queda nada de eso. Ya no quedan tertulias de intelectuales en las que quepan los toreros. En primer lugar porque el toreo ya no es campo de la intelectualidad. O al menos no de lo que hoy en día se entiende por intelectualidad. Por otro lado, porque no habría hoy torero que fuera capaz de soportar la primera media hora de una tertulia de intelectuales sin que se le pusiera cara de pasa o se viera obligado a apoyar la frente sobre las manos en claro signo de aburrimiento.

Tampoco sé si realmente quedan hoy intelectuales. Es decir, quedan intelectuales, los vemos en los congresos y los leemos en sus libros. Pero no son esos intelectuales que salen en la tele que más parecen productos mediáticos al uso que amantes del pensamiento. Pero convengamos en que los hay, hay intelectuales hoy, pero nunca en sus libros, ni en sus conferencias, tocan éstos el tema del toro excepto, como en alguna ocasión ha pasado, para poner la fiesta a parir como hizo en su día Manuel Vicent. Se puede estar más o menos de acuerdo con el aquel texto de Vicent, que  fue editado hace ya años. Pero cuando aquello pasó, el toreo todavía ocupaba un lugar en el debate público. Un gran escritor, un gran columnista, se preocupaba todavía por el tema del toro y por su cabida o no en la nueva realidad del país ¿Dónde están hoy los intelectuales respecto al toro? No están, no aparecen, no hay nada que quieran decir. No quieren defenderlo, tampoco desprestigiarlo. Lo que no se trata en el debate público es como si no existiera.

En cuanto a lo que llamamos ‘escritores taurinos’, ellos no salen del loar a determinadas figuras o de narrar los acontecimientos de determinadas temporadas, como si nada hubiera en el toreo fuera de los nombres y los éxitos o fracasos.

Respecto a los toreros… ¿Hay alguno de ellos que responda a perfiles mínimamente intelectuales? ¿Alguno de ellos que fuera capaz de ponerse delante de un auditorio como fuera entonces el del Ateneo a desarrollar una conferencia? ¿Son capaces de disertar sobre algo que no sea las malísimas características del toro que les ha tocado en suerte?

El toreo ya no es arte. Curiosa paradoja en un mundo en el que todos los oficiantes quieren ser artistas. El toreo es hoy espectáculo, deporte sin federación, ruido de bambalinas, figura de prensa rosa, ruido de jurdós en los despacho… modernidad líquida que diría Bahuman, pero no arte. Y es importante que vuelva a serlo. Es necesaria la renovación intelectual del toreo si pretendemos que esto siga llevando a alguna parte, parte a la que hoy ya no se llega.