Y, seguramente, habrá más de un insensato que se atreva a decir que los toros no hacen pupa. Pues esta muy equivocado. Hasta cincuenta y cinco matadores que a mi me conste, han sucumbido frente a las astas de un toro y ¡ojo! que me estoy refiriendo a solamente matadores, la lista se incrementaría notablemente si en ella incluyésemos a novilleros, banderilleros, picadores, monosabios, mayorales y otros empleados de plaza, aficionados y, en general a todos aquellos que, por uno u otro motivo, se mueven cerca de los afilados pitones de una res. Con seguridad que sobrepasaríamos el millar de largo.
Desde José Cándido Expósito, muerto por asta de toro en la plaza de toros del Puerto de Santa María en 1771 hasta 1987, año en el que el colombiano Pepe Cáceres fallece como consecuencia de un percance acaecido en la plaza de toros de Bogota, han sido cincuenta y cinco los matadores de toros que han perdido la vida directa o indirectamente como consecuencia de una cornada en plazas portuguesas, francesas, españolas o del continente americano. Aunque en honor a la verdad y para ser riguroso deberá decirse que el sevillano José de los Santos, muerto en la plaza de Valencia en 1847, se produjo el mismo la herida que le acarrearía la muerte con su propio estoque.
Lo cierto es que los percances mortales se acentúan en los siglos XVIII y XIX y tienen la gran mayoría por causa infecciones tetanicas, la gangrena o heridas deficientemente curadas. Ya en el siglo XX baja considerablemente el número de toreros fallecidos por asta de toro y desde, aproximadamente, 1945, año en el que se extiende el uso de la penicilina el torero se engancha a un seguro de vida del que antes carecía. La realidad es que los gérmenes y bacterias de todo tipo que anidan en los pitones de un morlaco producían infecciones que, en el mejor de los casos, exigían la rápida amputación del miembro herido. Cuantisimo debe la humanidad al doctor Fleming y concretamente la deuda de los toreros con el renombrado doctor es impagable.
Y al hilo de esta crónica y para terminar unas consideraciones que, a buen seguro, harán meditar a más de un torero supersticioso. Que los hay, los hubo y los habrá, pese a los antitaurinos, “abominables politicastros catalinos” y demás gente de mal vivir. Si en el sorteo, previo a la corrida, le toca un toro cuyo nombre acabe con el sonido “ero” cruce los dedos.
Y que decir de la ganadería de Miura, a ella pertenecieron
Desgraciadamente, no han sido estos espadas, los únicos que han visto sesgada su vida por las astas de un toro. Voy a hacer una breve referencia a otros que alcanzaron, en su momento, cierto reconocimiento, limitándome a citar nombre del toro, de la ganadería, del diestro y año y lugar en el que se produjo la tragedia.
Toro
Toro
Toro
Toro
Toro
Toro
Toro
Toro
¡Ah! Y terminamos como empezamos, hablando de supersticiones. Un nombre de mal fario en el toro, sin duda, es el de José y lo dicen los hechos que son tozudos y a las pruebas me remito.
Más del 25% de los cincuenta y cinco matadores que han tenido su final entre las astas de un toro –exactamente 14- se llamaban José y, para terminar, agárrense que vienen curvas; en la historia del toreo ha habido cuatro diestros que han respondido al nombre de “Pepete”. Ya hemos hecho referencia a dos. Hubo un tercero, José Gallego Mateo “Pepete III”, también muerto por cogida de un toro de Parladé de nombre